Tras el susto francés, procede una reflexión. De entrada, sobre la verbena de los titulares que ha provocado por aquí abajo la victoria de un señor al que hace un ratito no conocía nadie al sur del Bidasoa. “Francia liberada”, se albriciaba sin sentido del pudor un diario de los alrededores, mientras otros daban las gracias en el idioma de Moliere o anunciaban el fin de los días del radicalismo populista o del populismo radical, no sé muy bien. Tremendos excesos, solo a la par de los heraldos del apocalipsis que proclaman la llegada del anticristo ultraliberal a lomos del caballo de Troya de la democracia. Qué poco disimulaban los joíos que en el fondo les habría encantado la victoria de Marine Le Pen, musa de Verstrynges que tiran al fascio como las cabras al monte.
¿Y hay motivo para tanta pirotecnia a diestra y siniestra? Me da que ni tanto ni tan calvo, pero no se lo podría certificar y, mucho menos, documentar. Ojalá estuviera iluminado por la misma sabiduría que quienes sin ningún lugar a dudas van soltando esta o la otra profecía, sin pararse a pensar en que han pifiado todos y cada uno de sus anteriores vaticinios. Me limitaré, y más por intuición que por conocimiento de causa, a acoger de buen grado la victoria de Macron por lo que evita y, especialmente, porque es lo que han querido los votantes. A partir de ahí, me siento a ver qué ocurre en los próximos capítulos, empezando por las legislativas que tocan dentro de un mes, sin pasar por alto que hay más de diez millones y medio de personas que, seguramente sin ser fascistas de manual en su mayoría, han apostado por el Frente Nacional.
¿De verdad hay que reflexionar mucho?
Hay millones de franceses pobres de los que nadie se acuerda. Que han visto cómo se iban al paro o empeoraban sus condiciones laborales mientras Francia acoge a más y más inmigrantes que tienen más derechos y menos obligaciones que ellos. Que ven cómo las grandes ciudades francesas parecen más africanas o asiáticas que europeas. Cómo los medios y los políticos se preocupan y se sienten culpables por la pobreza en África pero no por la de los barrios que hay junto a los suyos.
Y acuden a Le Pen porque es la única que les escucha. La izquierda, por desgracia, les ha abandonado para preocuparse por si los inmigrantes se sienten a gusto.
Vamos, que en Francia ha pasado lo que está comenzando a pasar en EH. La diferencia es que en Francia la gente tiene dignidad y reacciona. Aquí, seguiremos votando a los mismos.
Lo que da más vértigo es pensar que ha ganado quien representa precisamente a lo que es la causa de que existan los populismos radical-xenófobos: el neoliberalismo de la escuela de Chicago, implantado en los ochenta por Reagan y contagiado como un ébola a una Europa ingenua y confiada.
Con Macron no tendremos lo síntomas. Tenemos la enfermedad.