El hombre más rico del mundo, un sudafricano excéntrico y ególatra que atiende por Elon Musk, se ha comprado Twitter por la bonita suma de 44.000 millones de euros. Lo ha hecho, sin más y sin menos, porque se lo puede permitir. Ya, pero, ¿con qué fin? Pues esa es la madre del cordero. Ahora mismo hay casi tantas teorías al respecto como usuarios activos de la cosa esa del pajarito azul, que son 330 millones en todo el planeta. Ese dato, de entrada, nos sirve, para saber, mediante una simple división, que el tipo ha pagado 133 euros por cada uno de los que hacemos uso del artilugio. No sé decirles si somos un chollo o salimos por un ojo de la cara, pero sí soy capaz de ver que mientras sigamos voluntariamente alimentando el invento, tendremos que asumir que nuestra condición no es la de clientes sino la de productos sometidos a compraventa.
Ahí es donde termina de interesarme, salvo como mera curiosidad, lo que pretenda hacer o dejar de hacer el megamillonario con el juguete recién adquirido. Imagino que no va a ser nada mucho mejor pero tampoco peor que lo que han venido haciendo sus anteriores propietarios. Literalmente, de lo suyo gasta y, vuelvo a repetir, si lo hace con nuestro consentimiento, poco tendremos que decir. O, siendo más cínicos, tendremos mucho que decir, pero nada con más valor que cualquiera de las piadas que echamos a volar en la red social de marras. Vamos, que nos pongamos como nos pongamos, independientemente de quién sea su dueño, Twitter seguirá siendo ese lodazal inmundo en el que retozaremos con fruición al tiempo que lo ponemos a caldo. Qué asco más rico. Tan rico como Musk.
Querer ser juez y parte nunca ha dado buen resultado. Y es que como mínimo va a faltar coherencia. Juzgar a las llamadas «redes sociales» de lodazal inmundo y luego formar parte de ellas, es algo que no tiene coherencia, salvo que, como dice Javier, nos retocemos a gusto en ese lodazal, aunque sólo sea para «estar al día» de esas nuevas formas de socializar, y que lo que consiguen es todo lo contrario.
Y es que yo no calificó de sociables las comunicaciones, los contactos, o como quieran ser llamados, que se hacen a través de estas redes, amparados muchas de las veces en el anonimato, en seudónimos mal intencionados, etc.
Yo siempre había oído de ir el mejor destino para los «anonimos» es la papelera. Pues viendo lo que está pasando, diría que las redes sociales son papeleras virtuales. Y soy generoso, pues ya ha quedado apuntado antes, que son autenticos lodazales inmundos.