Asisto con incredulidad y cabreo crecientes a la bronca de los portavoces y las portavozas. Supongo que lo siguiente será pretender que también hay un debate serio para dirimir si la tierra es plana, si el cáncer se cura no haciendo nada o si la masturbación provoca ceguera. Fíjense que en los últimos tiempos los apóstoles de la superioridad moral indiscutible han batido marcas de membrillez envuelta en totalitarismo (y viceversa), y ya deberíamos estar vacunados contra la sorpresa, pero ni por esas: siempre hay un plus ultra.
El que nos ocupa no es anécdota sino categoría. Va más allá del bobo ten con ten sobre la corrección o la pertinencia de decir esto o lo otro. Es, en realidad, el retrato —más bien, el selfi— del retroprogresismo que nos toca padecer. Y en la foto aparecen quienes convierten un simple lapsus o una supina muestra de ignorancia (escojan) en bandera contra una desigualdad que ni está ni se la espera en la palabra en cuestión, compuesta por el verbo Portar y el sustantivo Voz, que ya es femenino. No faltan tampoco los caballeros andantes que han corrido al socorro de la dama en esa forma de machirulismo vomitivo que es el paternalismo. Fuera de concurso, las cátedras y los cátedros de filología que parecen creer que en castellano el género se determina exclusivamente por una a o por una o.
Habrá, es verdad, personas que también han actuado con la mejor fe. A ellas me dirijo, porque en mi humilde opinión, la verdadera materia para la reflexión es el flaquísimo favor que se le ha hecho a la causa totalmente legítima y necesaria del lenguaje inclusivo. Pregunten a su alrededor.
Querría comentar tantas cosas que me indignan o que me reconfortan sobre este tema de la igualdad de género que se me haría larguísimo el comentario, así que me ceñiré a un par de ellas y ya, si eso, segurísimo que habrá muchas más oportunidades para ir soltándolas.
Yo, que me tengo por izquierdoso, independentista y feminista, no puedo con los sermones políticos de hoy, sobre todo los supuestos de izquierdas, plagados de dobletes de género en adjetivos, sustantivos y pronombres, que hacen engordar de forma inútil e incluso contraproducente en muchos casos el mensaje. Aburren y distraen haciendo que el receptor desconecte y no se quede con la sustancia.
Creo que con unas pocas menciones estratégicamente ubicadas podría valer para hacer ver que el/la político (no, no le voy a poner arroba a «político») incluye a los dos géneros en todo su discurso.
Le estamos dando más importancia al guisante que a la carne a la que hace de guarnición.
Cuando uno se pega un alegrón porque ve que poco a poco van cambiando ciertas cosas en el plano de la igualdad seguido se acojona porque a algun@s se les empieza a ir la olla, perjudicando a la propia causa.
Se está dando en los noticiarios últimamente una saturación sobre temas de género a mi parecer muy peligrosa, donde muchas de las noticias al respecto, de muy poca o ninguna enjundia, roban el necesario espacio a las verdaderamente importantes.
Irene Montero a mí no me parece ninguna estúpida. Me gusta su verborrea, y me suele interesar casi siempre lo que dice (no tanto cuando se refiere a otros derechos humanos que considero básicos) pero la veo demasiado esclavizada por ciertos dogmas, como a la mayoría de l@s políticos de hoy sean de derechas o de izquierdas, incapaces de acercarse a la periferia de la doctrina de sus partidos.
No me resisto a retomar este hilo porque me ha venido a la cabeza por algo que ha pasado hoy en tu tertulia de Onda Vasca aunque haya pasado desapercibido.
No tiene mayor importancia pero me ha hecho gracia y es un ejemplo que si las causas o militancias no se pasan por el filtro del sentido común…pues se cae en el absurdo.
Hablabais sobre el episodio este del árbitro andaluz y se han puesto ejemplos de los médicos que deben ser capaces de comunicarse con sus pacientes en euskera, etc. Y una de las contertulias (creo que María Dolores, pero es lo de menos) ha dicho que «…cuando los niños o niñas van al pediatra o pediatra…». Al menos no ha dicho pediatro o pediatra.