La vuelta no vuelta del emérito

Vaya, qué contrariedad para los cortesanos succionadores. El emérito salido de rositas de sus mil y un pufos se queda en su lugar de extrañamiento. En la carta que le ha mandado a su aliviado hijo para que la comparta con el resto de sus súbditos dice literalmente que ha adaptado su forma de vida a Abu Dabi, donde ha encontrado la tranquilidad necesaria para afrontar este periodo de su existencia. Añade, en todo caso, que tiene la intención de volver de cuando en cuando a España, pero que lo hará sin ruido y alojándose en casas de amiguetes para no ser piedra de escándalo.

Si le dan media vuelta, al final resulta que se ha impuesto la justicia poética. Porque sí, lo suyo habría sido verlo primero arrastrándose por los banquillos y luego, entrando en Soto del Real. Pero puesto que esa breva ni iba ni va a caer, el castigo real (casi en doble sentido de la palabra) consistirá en que el rey viejo tendrá que pasar sus últimos años como un apestado a 7.000 kilómetros de Madrid. Un destierro todo lo dorado y lujoso que quieran, pero destierro al fin y al cabo. Su loca bragueta y su (aunque parezca mentira) más loca todavía ansia de acumular pasta lo han convertido en un tipo venenoso para casi todos, empezando por su familia; no nos engañemos, si no vuelve es porque su propio vástago no lo quiere cerca ni en pintura. Lo más aproximado a una redención le llegará, siguiendo la costumbre, cuando se produzca “el hecho biológico”. Y aun así, mucho tendrán que esforzarse los blanqueadores para que el relato futuro pase por alto que Juan Carlos de Borbón y Borbón no fue lo que se dice un personaje ejemplar.

La sangre y el recibo de la luz

Los pescadores de río revuelto son insaciables. Recuerdo entre el espanto y la ternura cómo, hace un par de meses, me echaba las manos a la cabeza porque el megawatio/hora se había puesto a doscientos euros. Era el doble de lo alcanzado unas semanas atrás y se nos antojaba una atrocidad. A ver cómo narices somos capaces expresar cuánto nos remueve las entrañas que hoy vayamos a alcanzar los quinientos y pico, y mañana sobrepasará los setecientos. Los mil están a media vuelta de calendario. Por lo visto, la sangre inocente de miles de ucranianos cotiza al alza para los oligopolistas de la energía. Cuanta más se derrame, más fácil lo tendrán para justificar sus sablazos.

Lo más triste, con todo, es la sensación de que asumimos la tropelía como un imponderable. Se diría que aguardamos con la testuz baja que aparezca un jubilado como el heroico valenciano que (medio) metió en cintura a los bancos para que dejaran de chulear a las personas mayores. Claro que quizá esto sería cosa de un gobierno. Máxime, si, como el español, se autotitula progresista y presume de ser el ariete incansable de la justicia social. Sonrío amargamente al imaginar la que estaría liada si ahora mismo durmiera en La Moncloa un presidente del PP. Y cambio directamente al llanto desconsolado al recordar que no hace ni cuatro meses, el jefe de ese ejecutivo prometió que la luz nos costaría menos que en 2018. Lo peor es que quienes siempre juraron saber lo que había que hacer para domesticar a las insaciables eléctricas ahora no pasan del encogimiento de hombros acompañado de las mismas promesas eternamente incumplidas.

Kote Cabezudo, por fin en el banquillo

A partir de mañana, la Audiencia de Gipuzkoa acogerá durante, por lo menos, un mes el juicio al fotógrafo Kote Cabezudo. Al tipejo se le imputan una treintena de delitos de índole sexual contra sus modelos, que en muchos caso eran menores de edad en el momento de los hechos. En concreto, son 16 quienes dieron el paso de sumarse a la denuncia, pero hay indicios de que el número de víctimas fue mucho mayor. Estamos hablando, entre otras cuestiones, de pornografía infantil y de agresiones sexuales de distintos tipos, desde tocamientos a intentos de violación. Confieso que albergo una enorme curiosidad sobre el proceso. No solo sobre el desenlace, puesto que doy por hecha una larga condena, sino sobre su desarrollo. Y me explico.

Recuerdo cómo hace cinco o seis años, cuando empezaron a surgir con cuentagotas (y además, en medios no demasiado confiables) las primeras informaciones sobre el caso, nadie en Donostia parecía saber nada. O, mejor dicho, nadie quería saber nada. A pesar de la magnitud y la gravedad de las acusaciones, prácticamente todas las personas a las que pregunté, algunas de primera línea del periodismo en el territorio, se encogían de hombros. Juraban no tener la menor idea de las andanzas de un individuo, que por lo demás, gozaba de un notable prestigio profesional y de un círculo de amistades o, como poco, conocidos de destacada posición social. Por supuesto, ni tenía entonces ni tengo ahora motivos para poner en duda la sinceridad de lo que se me decía. Pero me costaba hacerme una idea de cómo era posible que no hubiera sospecha de un comportamiento tan vil. A ver si el juicio arroja luz.

Censurar está mal… o bien

El gobierno español, junto con el resto de los de la Unión Europea, va a impedir la difusión en su territorio de los presuntos canales de noticias Russia Today y Sputnik. Y aquí es donde imagino a buena parte de los lectores diciendo para sus adentros que no tenían ni idea de la existencia de tales medios. Como mucho, les podían sonar remotamente, pero apuesto y sé que gano a que solo una ínfima minoría ha gastado un minuto de su tiempo con cualquiera de los potitos informativos que suministran las citadas cabeceras. Y serán menos todavía, si es que hay alguno, los que hayan conformado su opinión en función esas piezas.

Lo anoto para que quede constancia de la más que probable nula eficacia de la medida. De hecho, lo único que se ha conseguido, además de dar a conocer a estos contumaces difusores de trolas putinescas, es que la retroprogresía fetén se haya lanzado a clamar contra el intolerable ataque a la libertad de expresión que supone silenciar este par de pasquines. Quizá no les faltara razón a nuestros aguerridos campeones siderales de la dignidad, si no fuera porque se pasan la vida pidiendo la clausura del cagarro digital de Eduardo Inda o porque aplaudieron con las orejas que Twitter chapara la cuenta del nauseabundo Donald Trump.

Por mi parte, me declaro dispuesto a acatar lo que se determine como más correcto… pero en todos los casos. Si censurar está mal, lo está mal siempre. Si es admisible porque se persigue un bien superior, será admisible siempre. Por lo demás, y como norma general, prefiero pensar que la gente es mayorcita para saber qué se cree y qué no.

Los cuchillos vuelan en UPN

Como tenemos puestos los ojos en la guerra desgraciadamente real de Ucrania y, ya en tercera fila, en la metafórica del PP, nos estamos perdiendo el gran cirio de UPN. Y, en expresión que nos encanta a los opinateros, no crean que se trata de una cuestión baladí. Estamos hablando de la implosión a ojos vista de la formación que ha sustentado el régimen navarro hasta hace bien poco. De hecho, y aunque lleve dos legislaturas en la oposición gracias a los pactos de progreso, si nos atenemos a los números, sigue siendo el partido con más votos y más escaños de la comunidad foral.

Es verdad que en sus 43 años de vida, buena parte de ellos albergando al PP a modo de vientre de alquiler, no han faltado las reyertas internas e, incluso, las escisiones, como la que dio lugar al efímero CDN de Juan Cruz Alli. Pero no hay precedentes de una gresca como la actual, que ha derivado en la expulsión sumarísima de sus dos representantes en el Congreso por haberse pasado por el arco del triunfo la orden de votar a favor de la reforma laboral de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz. Consumada la patada en el culo, y tras dejar claro que no devolverán los escaños ni de coña, Sergio Sayas y Carlos García Adanero han puesto a Javier Esparza a caer de cien burros y anuncian que no se quedarán de brazos cruzados. Puede, efectivamente, que el aparato dé la impresión de ser fuerte, pero es un secreto a voces que a la militancia de a pie de los regionalistas no les ha gustado un pelo que sus dirigentes intercambiaran gomas y lavajes con el mismo Sánchez al que acusan de pactar con separatistas y bilduetarras. Habrá más capítulos, ya lo verán.

Ucranianos, rendíos

Además de las consignillas de todo a cien para evitar ponerse del lado de los agredidos, llevamos varios días leyendo y escuchando diferentes matracas no ya cobardes sino miserables. Una de las más extendidas es que el gobierno ucraniano está formado por un hatajo de nazis. Si no estuviéramos ante un drama descomunal, se nos escaparía la risa floja al ver lanzar tal acusación a un gabinete presidido por Zelenski, un judío de pura cepa. Luego está el otro raca-raca que pretende librar de la responsabilidad (o sea, de la culpabilidad) al psicópata Putin para endiñársela a la OTAN, cuya actitud ha sido supuestamente la que poco menos ha obligado al sátrapa del Kremlin a mandar sus bombarderos y sus carros blindados a masacrar a los civiles de un estado soberano.

Entre tanta chatarra ideológica, faltaba que alguien señalara a las víctimas como merecedoras de su martirio por no dejarse aplastar. No me sorprende que ese alguien haya sido Pablo Iglesias Turrión, que anteayer proclamó en la SER (a chopecientos euros la intervención) lo siguiente: “Los civiles enfrentándose a un ejército profesional bien armado es el preámbulo de una tragedia. Hay que tener cuidado con esto del heroísmo”. Es decir, que lo que deben hacer los ucranianos es rendirse con armas y bagajes al invasor para evitar males mayores. Según esta teoría miserable, los partisanos, la resistencia francesa o todos los civiles que se enfrentaron a la imbatible maquinaria bélica de Hitler deberían haber aceptado su sometimiento. Lo mismo que los maquis o la oposición interior al franquismo. Por fortuna, hubo y hay personas que golean en dignidad a Iglesias.

Progresos de grado: es la ley

Hay profecías que tienden a cumplirse a sí mismas. Aunque sea, a martillazos. Cuando se confirmó que, con más de cuarenta años de retraso, el Gobierno Vasco asumiría la gestión de las prisiones de los tres territorios, la caverna montó en cólera. Sobreactuando tres huevas y pico, vendió la especie de que lo que vendría a continuación sería la puesta en libertad masiva de todos y cada uno de los presos de ETA. No se contaba, porque no convenía y porque descuajeringaba el argumento, que buena parte de los reclusos transferidos deberían haber sido liberados antes de la materialización de la competencia de acuerdo con la legislación penitenciaria vigente en España. Ocurría que, aparte de que ellos mismos, obligados por la doctrina numantina de sus dirigentes, se pasaron años sin mover un dedo para progresar de grado, las autoridades les aplicaron una política de excepción. Se cebaron con ellos como escarmiento.

Así que lo que ocurre ahora que la administración vasca es la que tiene que lidiar con el marrón es algo que cae por su propio peso. Por mucho que vocifere el ABC, por muy baja que sea la opinión que nos merezcan asesinos múltiples sin arrepentir o arrepentidos a medias, resulta que reúnen de largo los requisitos legales para acceder a los grados que implican la semilibertad. Punto pelota. Exactamente igual que ocurre con reclusos que no practicaron el terrorismo. Puede ser humanamente comprensible que nos revuelva las tripas y, desde luego, que las víctimas sientan un inmenso disgusto. Pero es lo que está establecido, y cuanto antes lo entendamos, antes seremos capaces de digerirlo.