Alianza Popular, otra vez

Mientras nos entreteníamos con el enésimo intercambio de navajazos en la cúpula del trueno podemil, descuidábamos lo que ocurría al fondo a la derecha. Es decir, en las cada vez más hondas profundidades cavernarias. Menuda bacanal ultramontana, la del recinto ferial de Ifema, allá en la villa y corte, con un Mariano Rajoy, no les digo más, que pareció, como poco, un socialdemócrata civilizado en comparación con la media exhibida por sus todavía conmilitones del Partido Popular. El ratazo que pasaría desde la nube negra en que esté el padre fundador de la cosa, Don Manuel Fraga Iribarne, al verse invocado una y otra vez, como el macho cabrío en los akelarres reglamentarios.

“¡Ni tutelas ni tutías!”, resucitó en el happening pepero la frase del abajofirmante de sentencias de muerte. Primero la soltó ante un ramillete de alcachofas el mingafría y morador de yates de narcos que atiende por Alberto Núñez Feijoó. Luego, ya desde el estrado y con el fondo de un banderón rojigualdo más grande que su ego, la repitió el probado trolero José María Aznar López, con la autoridad de haber sido, 30 años atrás, el destinatario de aquella martingala de Fraga. Como en las sectas y en los clanes mafiosos, se repetía el ritual de traspaso del mando, con la peculiaridad de que el verdadero antecesor, el arriba mentado Eme Punto, quedaba hecho luz de gas. La lectura es bien sencilla: este PP de Pablo Casado es, no ya ese de hace tres décadas que recibió Aznar, sino directamente la rancia y casposa Alianza Popular que inscribieron en el registro de partidos el gallego aullador y otro puñado de recalcitrantes franquistas como él.

¿Herederos del franquismo?

Es humanamente comprensible que algunos militantes o dirigentes del Partido Popular echen las muelas cuando se acusa a su formación de ser heredera del franquismo. Hablo de una docena de buenas personas que, del mismo modo que, contra toda evidencia, albergan la esperanza de limpiar sus filas de corruptos, creen que hay lugar para una derecha civilizada. Lástima que en una y otra cuestión vayan dados.

En lo de la herencia del régimen que ganó la guerra de 1936, caben pocas dudas. Solo hay que acudir a los hechos históricos. Nos sirven como fuente, incluso, las versiones edulcoradas hasta el empalago falsario de la cacareada Transición. En todas consta quiénes fueron los padres del invento primigenio, de nombre Alianza Popular. En cabeza, como es suficientemente sabido, el nunca arrepentido Manuel Fraga Iribarne. Junto a él, una pléyade interminable de puntales de la dictadura, varias veces ministros en su mayoría. Desde Carlos Arias Navarro —el que anunció con pucheritos la muerte del bajito— a Silva Muñoz, Licinio de la Fuente, Fernández Mora, López Rodó al perseguidor de rojoseparatistas en las cloacas, José María de Areilza.

Eso, en la primera línea. Vayan a la España interior y sumen a los miles de mandarines de la dictadura que siguieron en sus poltronas cambiando solamente el yugo y las flechas por la gaviota. Se pongan como se pongan, la continuidad de los azules (del más oscuro al más claro) está documentada. Y quizá no sería más que un dato de un pasado suficientemente amortizado, si no fuera por la resistencia al desmarque que sigue exhibiendo el PP 43 años después de la muerte de Franco.

Verstrynge el rojo

No era suficiente con Garzón, el gran ego pisoteador conspicuo y no arrepentido de derechos humanos que funge de lo contrario. Ahora en primera línea de pancarta y de cámara en los programas del rentable género protestil se ha situado Jorge Verstrynge. Entre que unos son demasiado jóvenes y otros, demasiado desmemoriados —o voluntariamente olvidadizos, que tiene más delito—, un jolgorio propio de colegio de monjas el día que se explica lo de la semillita acompaña sus parraplas y sus bravatas. No me joroben que nos va enseñar lo que es la izquierda un tipo que tiene en su currículum algún costillar de rojo quebrado a cadenazos. ¿Que no está probado que los arreó? Venga, va. Pongamos que no tuvo la presencia de ánimo o la ocasión de atizar los físicos. Los intelectuales están en las hemerotecas en publicaciones tan revolucionarias como la revista de Fuerza Nueva y/o en opúsculos varios a mayor gloria de José Antonio y toda la quincalla azul mahón.

“Feerstrynnnge”, pronunciaba de modo inimitable su apellido Manuel Fraga Iribarne, que fue su ídolo, su mentor y el que veinte años después de haberlo amamantado, lo largó de una patada en el tafanario justo a tiempo de evitar una dolorosa traición. Eso también está documentado. El pupilo rebasaba por la derecha al maestro. Se le había quedado demasiado blandita, amén de pequeña para sus aspiraciones, aquella Alianza Popular que no acababa de cobrar la herencia del bajito de Ferrol ni siquiera cuando se vino abajo la tramoya de UCD.

No me hablen del derecho a la evolución, por favor, que eso es algo sagrado y respetable. No procede en este caso, más explicable por el resentimiento —¡Os vais a joder, menudo soy yo!— y un narcisismo que se escapa de los manuales. Así se escribe la historia, es decir, la historieta. No es anécdota sino categoría que el gran defensor de los desahuciados sea un menda con un porrón de inmuebles en propiedad.