¿Cuarta ola?

Mucho me temo que sobran los signos de interrogación en el encabezado. Los últimos números, da igual en Euskal Herria, el Estado o en el entorno europeo, apuntan exactamente por ahí. Cabe, como mucho, la bizantina discusión técnica: si es todavía la segunda ampliada o una tercera de nuevo cuño. Da igual. Basta mirar el gráfico. Desde que hace un año tuvimos que encerrarnos en casa hasta hoy, se ven claramente tres montañas y el inicio de una nueva cuesta arriba. Justo cuando nos las prometíamos felices recuperando (en el caso de la CAV) la movilidad entre los territorios y acariciando la posibilidad, una vez pasada la Semana Santa, de dar saltos mayores, volvemos a darnos de morros con la realidad.

Somos Sísifo subiendo una y otra vez por la pendiente con el pedrusco a cuestas. Y para que el chasco sea mayor, cuando empezábamos a pasar del trantrán en el ritmo de vacunación, se obliga a dejar en el congelador miles de dosis del suero de AstraZeneca sin que los mismos expertos sepan muy bien por qué. Será inevitable la caza del culpable. Unos dedos señalarán a la pachorra de la ciudadanía. Otros negarán la mayor y apuntarán a las autoridades por hacer y, ya puestos, por dejar de hacer. Este humilde tecleador no tiene moral para apuntarse a este o al otro bando. Bastante trabajo da seguir en pie.

¿Nacionalizar qué?

Qué gran bravuconada, la del vicepresidente español, Pablo Iglesias. En un remedo aguachirlado del “¡Exprópiese!” de Chávez, el estadista de Galapagar ha porfiado que no le temblaría el pulso en nacionalizar farmacéuticas si eso garantizara el derecho a la salud. Como es obvio, los capos de las boticas al por mayor no están para chorradas, pero en el remoto caso de que la fanfarronería hubiera llegado a sus oídos, no es difícil imaginar la carcajada inyectada de desprecio. Puro principio de realidad: es mucho más fácil que una farmacéutica intervenga un Estado (presuntamente) soberano que la viceversa. Basta poner frente a frente los recursos financieros de cada cual para comprobar quién saldría ganando de un pulso.

Y como dolorosa prueba del nueve, ahí tenemos bien reciente la claudicación de toda una Comisión Europea frente al emporio AstraZeneca. Incluso con una actitud valerosa y digna de elogio, todo lo que ha conseguido la entidad que representa a 27 gobiernos es que los trileros de vacunas se avengan, ya si eso, a servir la mitad de las dosis inicialmente comprometidas hasta el mes de marzo. Una humillación, sí, pero el mal menor cuando en el zoco despiadado de la inmunización hay postores con mucho parné que decuplican el precio por vial que acordó la UE. Es el mercado, amigo Iglesias.

Todavía no hay vacuna

Pido perdón por el incómodo baño de realidad, pero me permito recordar que nada de lo que nos han dicho sobre las diferentes vacunas contra el covid-19 se ha difundido a través de publicaciones científicas. Cada impactante buena nueva la hemos ido conociendo a golpe de comunicado o pomposa comparecencia ante los medios generalistas. Y en no pocos de los casos, con inmediata reacción en las bolsas, que eran las auténticas destinatarias de unos anuncios donde las poderosas farmacéuticas nos iban escamoteando sistemáticamente información. De sonrojo, por ejemplo, la de Oxford-AstraZeneca, que olvidó contarnos que sus esplendorosos resultados eran solo en menores de 55 años. Pillados en renuncio, sus impulsores confesaron que, glups, quizá sea necesario practicar alguna prueba adicional.

Pero lo más ilustrativo sobre el estado verdadero de la carrera es el aviso de la Agenda Europea del Medicamento: hasta finales de año, como muy pronto, no podrá evaluar las diferentes vacunas. O sea, que menos cuentos de la lechera y menos ventas prematuras de la piel de un oso —es decir, de un virus— que todavía no se ha cazado. Está bien tomar posiciones para estar listos cuando llegue el gran momento, pero todo lo demás es impostura y lanzar a la población el peligrosísimo mensaje de que esto está chupado.