Catalá enseña el camino

Como la Justicia es igual para todos y al duque empalmado le faltan abogados, el ministro español de la Cosa, Rafael Catalá, se ha puesto en primera línea de defensa del sujeto. Y no crean que para soltar la soplagaitez de la confianza debida en el Estado de Derecho y sus mariachis con toga y puñetas, qué va. Es gracioso que manifestarse ante un tribunal sea una intolerable coacción a los jueces, mientras que el titular gubernamental del negociado jurídico se puede permitir el lujo de señalar el buen camino a los encargados de tomar, en este caso, la decisión sobre si el marido de la infanta (graciosamente) absuelta debe entrar o no en el trullo.

Traguen saliva antes de leer, que corren el riesgo de ahogamiento ante la desfachatez supina del gachó: “La prisión preventiva es una medida extraordinaria en nuestro Derecho. Privar de libertad a una persona cuando todavía no ha finalizado definitivamente una causa es una medida absolutamente extraordinaria. Por lo tanto, [en el ingreso en prisión de Iñaki Urdangarín] tiene que estar muy justificado por qué es necesario anticipar una pena privativa cuando todavía no hay sentencia definitiva”. Tracatrá.

Por supuesto, tal lección de retorcimiento de la legalidad hasta el corvejón solo es de aplicación con reos de alcurnia, aunque sea adquirida por vía inguinal, como ocurre con el tipo del que hablamos. Cualquier otro pelagatos, y especialmente algunos, se va al talego de cráneo a esperar, no ya la sentencia firme, sino la mera apertura del juicio oral. Hay ejemplos sangrantes. Piensen, sin ir más lejos, en los jóvenes de Altsasu. Y no son los únicos.

Menos da una piedra

Quién me lo iba a decir, los años me van haciendo un tipo eminentemente pragmático. Nada para evitarse berrinches ulcerosos como practicar la limitación preventiva de daños. Imaginemos, por ejemplo, que por una serie de carambolas insospechadas, llega a juzgarse a una infanta de España —hija y hermana de sendos reyes ejercientes—, a su jacarandoso marido y a una patulea de cortesanos sinvergonzones que (presuntamente, vale) se lo llevaron crudo traficando con pasta del común de los mortales. Lo último que me da por pensar es que la monarquía española se va a ir al guano en el mismo viaje. Y lo penúltimo, que a los procesados les va a caer la pena que se merecen. Qué va. Tiro de realismo liofilizado en mi propia bilis, y al escuchar la impepinable sentencia aguachirlada, me digo que menos da una piedra y que no arriendo la multimillonaria ganancia a la señora de sangre azul, su consorte y el resto de jetas que han pasado el tragazo del banquillo, acaben o no en la trena.

Lo único que lamento y de verdad me produce una notable quemazón es saber que el parné no será devuelto y que se seguirán repitiendo todas estas mangancias avaladas por el timbre y lacre de la borbonidad. A partir de ahí, me sitúo en modo junco hueco, abro la espita del cinismo, y me aplico a contemplar el espectáculo que acarrean los episodios así. Este en concreto tiene su puntito de circo romano, con la plebe enfebrecida mostrando el pulgar hacia abajo. Es para tesis, oigan, lo de esos que suelen dar teóricas sobre la inutilidad de la cárcel pidiendo ahora que encierren en una mazmorra oscura a los otrora duques empalmados.

Doctrina Borbón

Me pongo la venda antes de tener la herida. Hay muy pocos motivos para pensar que el juicio del Caso Noós nos vaya a proporcionar una satisfacción mayor que ver a Cristina de Borbón sentada en el banquillo. Si cierran los ojos y acude a ustedes la imagen de la mengana entre descompuesta y con cara de sota de copas, tal vez convengan que no es escaso castigo. Insisto, para lo que cabe esperar de un Estado panderetero cuya jefatura la ostenta un tipo que por más Zotal que se eche encima, jamás se quitará el pelo de la dehesa franquista; nadie olvide que fue el bajito de Ferrol quien nombró digitalmente al campechano padre del que hoy luce la corona y de la señora enmarronada. “Pero luego se ratificó por la ciudadanía en el referéndum constitucional”, me apostillaba en Twitter, tirando de repertorio, un amable purista. Pulpo, animal de compañía, fue mi respuesta.

Limitemos daños, pues, ante la más que posible librada de la individua a través de un cachivache jurídico que, como apuntan legos e iniciados, llevará su propio nombre. Ni Botín, ni Atutxa. Los manuales de Derecho tienen sitio reservado a la Doctrina Cristina (o Borbón, si quiere evitarse la cacofónica rima), cuya traducción al lenguaje coloquial vendrá a decir que la Justicia no hace distinciones, los cojones treinta y tres. Quizá les parezca un tanto procaz, pero no es muy diferente en esencia del regüeldo que soltó en sede judicial una abogada del Estado —o sea, con nómina a nuestra cuenta— llamada Dolores Ripoll. Sin sonrojarse, afirmó que lo de “Hacienda somos todos” solo es un reclamo publicitario. “Putos pringaos”, le faltó añadir.