Saber quiénes son

Lo primero, el aplauso. No está todo perdido en este oficio de tinieblas. Un porrón de auténticos periodistas del mundo entero se han dejado las cejas durante meses para poner al descubierto a miles de figurones planetarios que —como poco— han escaqueado y/o escaquean pasta a paletadas en Panamá. Eso merece una celebración, incluso aunque todo quede en uno de esos gigantescos esfuerzos que por baldíos conducen irremisiblemente a la melancolía. ¿Por qué ha de ser así, si las pruebas son tan claras? Veamos…

De entrada, técnicamente, para España el país centroamericano no es un paraíso fiscal. A pesar de que el pato anda como un pato, nada como un pato y grazna como un pato, el gobierno de Zapatero —oh, sí, me temo que sí— retiró tal consideración para no perjudicar (o sea, para beneficiar) a los emporios patrios de la construcción que pretendían pillar cacho en las obras de ampliación del canal.

Añadan, como se están encargando de explicar con gran dolor de su corazón los autores de la investigación y los expertos en marrones económicos, que en buena parte de los casos ni siquiera estamos ante delitos penalmente perseguibles. Resulta que las empresas offshore, los testaferros, los accionistas fiduciarios y toda esa casquería financiera que aparece en las noticias pueden ser instrumentos inmorales de cabo a rabo, pero no necesariamente ilegales. Más allá de alguna dimisión cosmética —en Islandia, pongamos— y quizá un pellizco de monja de las supuestas autoridades fiscales, no cabe esperar castigo. ¿Qué nos queda, entonces? Saber quiénes se ríen de nosotros y, a partir de ahí, actuar en consecuencia.

Doctrina Borbón

Me pongo la venda antes de tener la herida. Hay muy pocos motivos para pensar que el juicio del Caso Noós nos vaya a proporcionar una satisfacción mayor que ver a Cristina de Borbón sentada en el banquillo. Si cierran los ojos y acude a ustedes la imagen de la mengana entre descompuesta y con cara de sota de copas, tal vez convengan que no es escaso castigo. Insisto, para lo que cabe esperar de un Estado panderetero cuya jefatura la ostenta un tipo que por más Zotal que se eche encima, jamás se quitará el pelo de la dehesa franquista; nadie olvide que fue el bajito de Ferrol quien nombró digitalmente al campechano padre del que hoy luce la corona y de la señora enmarronada. “Pero luego se ratificó por la ciudadanía en el referéndum constitucional”, me apostillaba en Twitter, tirando de repertorio, un amable purista. Pulpo, animal de compañía, fue mi respuesta.

Limitemos daños, pues, ante la más que posible librada de la individua a través de un cachivache jurídico que, como apuntan legos e iniciados, llevará su propio nombre. Ni Botín, ni Atutxa. Los manuales de Derecho tienen sitio reservado a la Doctrina Cristina (o Borbón, si quiere evitarse la cacofónica rima), cuya traducción al lenguaje coloquial vendrá a decir que la Justicia no hace distinciones, los cojones treinta y tres. Quizá les parezca un tanto procaz, pero no es muy diferente en esencia del regüeldo que soltó en sede judicial una abogada del Estado —o sea, con nómina a nuestra cuenta— llamada Dolores Ripoll. Sin sonrojarse, afirmó que lo de “Hacienda somos todos” solo es un reclamo publicitario. “Putos pringaos”, le faltó añadir.

Retrato de partido

Una pregunta muy simple: ¿es moralmente aceptable que alguien que ha admitido que despistó 103.000 euros en la declaración de la renta de un solo año siga siendo el número dos de un partido político? Fíjense que dejo fuera de los interrogantes el pago vía fajo de billetes, el pastizal que no cuadra entre lo que se ingresa y se pule, el préstamo a un tipo multi-investigado y todo lo demás que, huela a lo que huela, aún está sujeto a investigación. Me limito a un hecho probado, tan fuera de cualquier duda, que el propio autor lo reconoció y, no quedándole otra, tuvo que aflojar la correspondiente panoja.

No se precipiten en la respuesta. Hay un truco en el enunciado: la alusión a la moral. Depende de la que se tenga, se podrá contestar una cosa diferente. Según estamos viendo —y estos también son hechos certificados—, el código ético del Partido Socialista de Euskadi no encuentra ninguna colisión entre intentar eludir la responsabilidad fiscal y ocupar un cargo de primerísima línea en la ejecutiva. No solamente eso. De acuerdo con el manual de buenas prácticas de la formación que gobierna en la CAV, lo que procede cuando un asunto así salta a la luz es salir a piñón en defensa de la honorabilidad del que ha sido descubierto en lo que el resto de los mortales consideraríamos una actitud más bien poco edificante.

¿He escrito “salir en defensa”? Bueno, ya saben que hay quien sostiene que la mejor es un buen ataque. Y ahí es donde el PSE, con su peculiar escala de valores en estandarte, lo está dando todo. Una querella judicial y una denuncia ante la Agencia Vasca de Protección de Datos por violación del derecho a la confidencialidad. El ofensor se convierte en ofendido.

Podría llenar diez páginas más, pero me quedo con la idea final: cuando López y sus mariachis vuelvan a salir con la mandanga de que hay instituciones que amparan el fraude fiscal, sabré a qué partido se refiere.