Chistes que sí y chistes que no

Por si no lo han visto, trataré de no destriparles el ya tradicional anuncio navideño de una famosa marca de embutidos. Sí les cuento que, quizá porque de un tiempo a esta parte ando con la guardia baja, me gustó, y hasta juraría que al irse la imagen a negro, pensé para mis adentros que cuánta razón o algo así. Y eso que empecé a mirar la pantalla con una ceja enarcada, esperando la consabida ración de natillas con música de violín y moralina final. Es verdad que eso último, la moralina urbi et orbi, sí está y hasta me sobra, pero tampoco le vamos a pedir peras al olmo. El formato es el formato.

Me quedo, en todo caso, con el resto de la pieza, que va —ya imagino a los lectores impacientándose por la demora en entrar en materia— de lo caro que se ha puesto hacer chistes, especialmente sobre algunas materias en concreto. Sobre la monarquía, por ejemplo, se apunta expresamente, lo que sorprende cuando la marca promocionada es de indudable adhesión al régimen. Luego viene la mención de la exhumación de Franco, y cuando la hinchada progresí está a punto de prorrumpir en aplausos con las orejas, llega el jarro de agua fría del feminismo, lo étnico y la discapacidad, con el refuerzo de la presencia de figuras conocidas que en lugar de montar el cirio, optan por entrar en las bromas sobre sí mismos. También es cierto que con un cheque de por medio, pero alabo el valor de no esquivar ese charco, y más, después de comprobar que el anuncio está siendo una especie de profecía autocumplida. No vean lo encabronados que andan los sumos sacerdotes de la ortodoxía en cuestión de gracias y gracietas. Que les vayan dando.

Gracias sin gracia

Pues miren, lo Cortez no quita lo Atahualpa. Reitero que la condena a la tuitera de los chistecillos sobre Carrero me parece una barbaridad del más alto octanaje, pero con la misma firmeza y convicción les digo que la individua en cuestión me da muy poquita pena tirando a ninguna. Primero, porque por mucho que nos engorilemos en la denuncia posturera, no va a ir a la cárcel. Quienes dictaron su sentencia son también unos cachondos del carajo de la vela y dejaron la sanción en una especie de broma pesada. Por esas cosas divertidísimas de la Justicia española, una pena de un año de cárcel es igual a cero. Te la imponen, pero no entras al trullo. ¿Qué susto, eh? Jajaja.

¡Ah! Que tiene maldita la gracia. Bueno, es que esto del humor va por barrios y hay barra libre para ofender. ¿No era eso? Venga, ya sé que no, pero no paso por hacer de esta mengana una mártir de la libertad de expresión. Anda ahora plañendo que le han arruinado la vida [sic] porque se quedará sin beca y no podrá cumplir su proyecto de ser docente. Lo suelta quien en varias ocasiones ha vomitado en público y por escrito que odia a los niños y le dan asco.

Eso, en el gran bebedero de patos que es su cuenta de Twitter. Como les apuntaba ayer, las jerigonzas de Carrero eran, sobre todo, malas. Más ilustrativas sobre la inconmensurable miseria moral de la tal Cassandra me parecen otras supuestas gracietas. Por ejemplo: “El asesinato de Rajoy va a ser #UnaTravesuraInfantil”. O esta otra: “Lo único que lamento es que Adolfo Suárez no hubiera muerto con una bomba debajo de su coche”. No merecerá ir a la cárcel, pero tampoco salir bajo palio.