(Sí, estoy obsesionadísimo, mis pesadillas son en color nazareno y con circulitos candentes impactando a todo trapo sobre mis nalgas. Reconocido lo cual, yo a lo mío, que es teclear, y que sea lo que Gramsci quiera.)
Miren quién le va a solucionar el problema catalán a Mariano. Cual Mesías redivivo, Pablo Pueblo (y que me perdone Rubén Blades por el robo) se llegó al territorio hostil para llevar a sus revoltosas gentes la buena nueva, que no era tan nueva, sino un calco de lo que lleva diciendo, por ejemplo, Patxi López desde antes de irse de Ajuria Enea. Las hemerotecas, o sea Google, les confirmarán que en más de dos y en más de tres mítines, el portugalujo ha soltado que hay que tender puentes en lugar de levantar muros, sin que se vinieran abajo los pabellones ni conseguir que a la prensa diestra —la de la casta con más solera— se le hiciera el tafanario Pepsicola… bien es cierto que no tanto como con la otra frase que al unísono eligieron para titular: “No quiero que Cataluña [sic] se vaya de España”. Desde su tumba, Josep Pla se descogorciaba de la risa pensando lo atinado que estuvo al sentenciar que lo más parecido a un español de derechas era un español de izquierdas.
Hablando de izquierdas, me pregunto si la que se apellida autodeterminista, soberanista o independentista ha terminado de caerse del guindo respecto al fenómeno de la formación emergente. Tantas Fantas pagadas al simpático rapaz en tiempo no muy lejano, para que en cuanto se hace un hombrecín, le atice un cachete de escándalo al líder de la CUP, David Fernández, afeándole que un día se abrazó, qué delito, con Artur Mas.