¡Vivan las caenas!

He escrito unas cien veces que recelo de la demoscopia —ya imagino la sonrisa de un par de amigos lectores que se dedican a esta suerte de nigromancia— casi tanto como de la eficacia de las escopetas de feria. Con las encuestas fallidas que guardo en la memoria se podrían envolver los ocho planetas del Sistema Solar y todos sus satélites. Si contara los fiascos que ya he olvidado, seguramente cubriría de papel mojado el Universo completo. Dicho lo cual, añado en flagrante y consciente contradicción que no dejo un barómetro dizque sociológico sin escudriñar. Debe de ser por vicio, porque mi espíritu es el del inasequible al desaliento buscador de premios bajo las tapas de yogur, porque en el fondo también pienso que algo tendrá el agua cuando la bendicen o —seré cínico— porque en ocasiones los datos que ofrecen las muestras confirman de pe a pa mis sospechas. Vale, mis prejuicios, si lo desean.

Me ha ocurrido con la última y suculenta entrega del CIS. En ella se cuenta que, de acuerdo a mis barruntamientos, no hay Cristo que confíe en Rajoy pero es aun más difícil tener fe en Pérez Rubalcaba. Simple reválida de una intuición muy extendida, no me detengo mucho ahí. Prefiero hacerlo en otro titular: las tres instituciones mejor valoradas en España —lean el Estado si les va a doler menos, aunque esta vez no hay paliativo— son, por este orden, la Guardia Civil, la Policía Nacional y las Fuerzas Armadas. Puede que me pase de cabrón con tanta mayúscula inicial, pero a lo mejor esta vez sí es necesario que escueza antes de curar… si es que hay cura.

“¡Más motivos para la independencia!”, se vendrán arriba dos o tres. Sí, creo que ahora mismo, no sé si en Txiberta o en Txillarre, están redactando la declaración. Recuperado el realismo, dirijo mi incómoda voz sobre y so Pancorbo para preguntar si bajo el “¡Sí se puede!” no escuchan, como yo, un “¡Vivan las caenas!” que acojona una barbaridad.

CIS… ¡Zas!

Espero que sepan perdonar que, tras el diluvio del fin de semana, venga este humilde juntaletras pertrechado de un jarro de agua helada y se lo vierta sin piedad colodrillo abajo. Debe de ser esta sangre galleguísima que corre por mis venas (haberlas, haylas) o un fatalismo que crece al ritmo de mis canas, pero cuanto más miro y remiro la quiniela del CIS para la CAV y Nafarroa, menos descabellada me parece. No digo que vaya a ser un pleno al 23 —los escaños que nos corresponden— pero sí que tal vez no le ande tan lejos. Nadie gana a caprichosas a las urnas vascas. Desde junio de 1977 a mayo de este mismo año hay una larga serie de resultados que nos situarían en las antologías de la paradoja, si no directamente en los prontuarios psiquiátricos sobre esquizofrenia y personalidad múltiple.

¿Es posible que tras unas elecciones que nos retrataban con unas ganas locas de mambo soberanista vengan otras, sólo seis meses después, donde aparezcamos casi tan rojigualdos como el que más? La respuesta la tendremos el 20-N. Mientras, contamos con no pocos indicios que apuntan hacia ahí. Si bien ha sido el barómetro oficial el que ha provocado las taquicardias, en el último mes he visto media docena de encuestas —cocinadas a beneficio de obra, de acuerdo— que ya salían por una petenera similar; la única diferencia es que situaban al PP en lugar de al PSOE como primera fuerza. Tal cual.

Hay factores más o menos técnicos que lo explicarían. Aunque no se da el dislate del 25-25-25 de las autonómicas, la distribución de escaños por territorio y esa ruleta rusa llamada Ley D’Hont ayudarían bastante. Súmese que en la conciencia colectiva abertzale éstos son unos comicios que ni fu ni fa. Si todo ello se rubrica con una campaña en la que el PP se dejará llevar, el PSE se pondrá de perfil y los que se repartirán las guantadas serán PNV y Amaiur, nadie se extrañe de que el CIS se acerque a la verdad.

Euskobarómetro y dudas

El Euskobarómetro de mayo salió anteayer, 22 de julio, a las puertas de un puente que marca el finiquito real de este curso político. Para el martes, la ensalada de datos no sólo estará digerida sino directamente desintegrada. Quedará, como mucho, en el desván estadístico para uso y disfrute de los muy cafeteros de la demoscopia y sus hierbas. El común de los ciudadanos, que es para quien se supone que se hacen estos estudios que rascan un puñado de euros de las arcas públicas, apenas si se habrá enterado del bochornoso cate (y van…) que ha vuelto a cosechar el Gobierno de Patxi López.

¿Hay intencionalidad en el retraso y, sobre todo, en la elección del momento de la publicación? No nos precipitemos en el juicio. De saque, el mero hecho de que haya motivos para que se plantee esa pregunta ya indica que los cocineros de encuestas no han andado demasiado finos. Como científicos sociales que dicen ser, son los primeros que deberían saber que desde hace mucho su credibilidad está en entredicho por razones tan consistentes como la conocida cercanía (eufemismo) al PSE de su director, Francisco Llera. No parece que al presentar esta entrega en la antesala de los minutos de la basura de la actualidad le hayan hecho exactamente un favor a su imagen.

Cualquiera con tres nociones básicas sobre comunicación podría haber intuido fácilmente cómo iba a interpretarse la demora. Ahí surge, inevitablemente, una duda un poco más peliaguda: que a lo peor quien tomó la decisión no tenía sólo esas tres nociones básicas sobre comunicación que mentaba, sino cinco. Es decir, que asumió como coste menor las posibles críticas de cualquier columnista tocapelotas en un periódico no adicto frente a la ventaja indudablemente más suculenta que suponía reducir prácticamente a cero el impacto negativo de la enésima encuesta desfavorable a los cambistas de Lakua. Tal vez haya otra explicación. Pero no la han dado.

Los vascos somos tontos

El PSE tenía que haber ganado por quince traineras las elecciones del 22-M, convirtiendo a PNV y Bildu en excrecencias anecdóticas de interés exclusivo para folcloristas. Lo que pasa es que las vascas y los vascos del compartimento autonómico somos imbéciles. Votamos al tuntún y al día siguiente, cuando vemos el mal causado por nuestra ligereza, nos tiramos de los pelos y caemos de rodillas, arrepentidos de haber dejado tres cuartos de país en manos subversivas que lo someterán al terror y a la barbarie.

No me miren con esa cara, que la idea no es mía. El argumento de esta peli de serie Z lleva el copyright del pomposo Gabinete de Prospecciones Sociólogicas del Gobierno López, que tras la monumental bofetada que arrearon las urnas a sus huestes, perdió el orto para buscar una excusa a los calamitosos resultados. Mira que era fácil ir a un par de bares, preguntar a los paisanos y enterarse de que el personal está hasta la tonsura de unos tipos que, además de atizarles rojigualdas por doquier, les han despedazado la sanidad, la educación y, en general, la economía.

En lugar de eso, que habría sido más barato, la churrería de las encuestas se cascó una teléfonica para averiguar si, vistas las criadillas al morlaco, la plebe inculta estaba satisfecha de haber votado lo que votó o de haberse abstenido. Lo mejor es que un 94 por ciento se reafirmó. El porcentaje de teóricos arrepentidos era una menundencia que no habría cambiado nada. Ese era el titular que cualquier investigador serio habría ofrecido, pero no era útil para la causa justificatoria, así que se vendió la mercancía contando que 150.000 vascos cambiarían su sufragio o su abstención. Para votar al PSE en masa, por supuesto.

La conclusión de la trola venía a ser la que citaba al principio: que somos una panda de tontos de baba. Está claro que ellos nos toman por tales. De ahí que pensaran que nos tragaríamos esa filfa. Pues no cuela.