Nuestros fascistas

Lástima que haya tenido que morir una persona para que nos demos cuenta. Lástima sobre lástima que, con nuestra memoria de pez, la revelación nos durará un suspiro. Insistamos con el fósforo, a ver si esta es la buena, y somos capaces de retener para siempre jamás que por estos pagos también tenemos una generosa cuota de bestias pardas sin escrúpulos que se envuelven en banderas futboleras y de las otras para practicar la violencia gratuita. Del mismo jaez que los del Frente Atlético que asesinaron a Aitor Zabaleta. Calcaditos en carencia neuronal a los cabestros del Sevilla que tienen a La Manada como ejemplo moral. Indistinguibles, salvo por los colores, del trozo de carne del Betis que hostió porque sí a un ciudadano que tomaba un café en Bilbao o que la jauría del mismo equipo que jalea al seis veces presunto maltratador Rubén Castro.

Cuánta razón —y me jode dársela a un personaje histórico que aborrezco— tuvo Winston Churchill cuando vaticinó que los fascistas del futuro se llamarían a sí mismos antifascistas. Pero es que tal cual, oigan. Vale, casi, porque los del terruño dicen faxistak, pronunciándolo en perfecta imitación de Macario, el muñeco de José Luis Moreno. Y así salieron con sus bufanditas, sus canesús y la quincalla habitual (puños de hierro, porras extensibles y demás) a disfrutar de lo que para ellos era una oferta dos por uno en el hipermercado del odio. Un chollo, oigan, por el mismo precio poder abrir unas cabezas de vándalos rusos y, lo mejor, ejercitarse en el pimpampum con la aborrecida zipaiada. Pero qué más da lo que se diga, si estará olvidado antes del próximo partido.

Frente asesino

Asquean ya las lágrimas de cocodrilo y los lutos de pitiminí, como si fuera la primera vez que el Frente Atlético se cobra una vida y estuviéramos descubriendo ahora que el llamado deporte rey da cobijo y coartada a incontables matones fascistas. “No representan al Atlético de Madrid”, farfulla el presidente del equipo que lleva tres décadas amparando —cuando no promoviendo y alentando— a los integrantes de esta mugre sanguinaria y descerebrada. ¿De qué estadio, sino del Calderón, son las gradas que vemos pobladas de rojigualdas con el pollo y toda la quincallería iconográfica totalitaria que, por ejemplo, en Alemania supondría a quien la portara ir de cabeza a la cárcel? ¿En qué campo, más que en el de la ribera del Manzanares, cuando juega la Real (o incluso Athletic u Osasuna), unos malnacidos jalean a mala hostia el nombre de Aitor Zabaleta, asesinado hace 16 años por uno de sus criminales?

Así que menos excusas birriosas, camisa vieja Cerezo, que esos tipejos ejercen, con su bendición, de siniestros embajadores de su club. Peor que eso: son su mimado brazo armado, la Legión Cóndor para acojonar a los rivales en el césped y a sus seguidores en el graderío y en las calles. Desde su nacimiento han contado no solo con su respaldo y el de sus antecesores en el palco, los franquistas recalcitrantes Jesús Gil o el patriarca Vicente Calderón. También las plantillas han alimentado a la bestia. Soy incapaz de recordar —y si lo hay, rectificaré gustosamente— un solo jugador o entrenador colchonero que haya dicho media palabra contra los fanáticos facciosos que les dan su aliento desde el fondo sur.