El Parlamento Vasco agradeció ayer a la Fundación Amancio Ortega la donación a la sanidad pública de una carísima maquinaria para el tratamiento del cáncer. Son esas cuestiones que entretienen a los representantes de la ciudadanía sin que el común de los mortales se entere. Puro politiqueo del tres al cuarto. A ver si soy capaz de hacerme entender. Todo partió de una proposición no de ley (o sea, de un brindis al sol) de la excrecencia PP-Ciudadanos, que venía a reclamar que se cantaran mil aleluyas al gran benefactor de Arteixo por su inmarcesible generosidad. Con buen criterio, la mayoría de gobierno PNV-PSE neutralizó la babosona iniciativa con una enmienda en la que se saludaba el gesto del megamillonario al tiempo que se instaba al Ejecutivo a “seguir mejorando y modernizando las instalaciones y equipos sanitarios”.
En efecto, una obviedad como la copa de un abedul. Pero la cosa no va de contenido sino de forma. Por un lado, había que desactivar la provocación demagógica de la derecha españolista que pretendía postrarse de hinojos ante el donante y por otro, había que plantarse frente al populacherismo barato de la contraparte progre que, cumpliendo el guion, entró al trapo con el comodín de la limosna y la supuesta tibieza fiscal que se dispensa a Ortega. Lo que no supieron ni quisieron aclarar los portavoces de EH Bildu y Elkarrekin Podemos es si procedía devolver los aparatos y, en consecuencia, perjudicar a los centenares de enfermos de cáncer cuyo tratamiento mejorará gracias al equipamiento donado. Ojala algún día encontremos el término medio entre la Amanciofilia desmedida y la Amanciofobia de aluvión.