Permítanme que me vaya al córner de la actualidad. Con la(s) que está(n) cayendo aquí y allá, se ha quedado en suelto de aluvión el comienzo ayer en la Audiencia Nacional —casi nada— del macrojuicio por extorsiones sistemáticas al autoproclamado sindicato Manos Limpias y a su brazo expoliador llamado Ausbanc. Qué recuerdos, ¿eh? Hubo un día, y no demasiado lejano, en que esta patulea de fachuzos sacamantecas eran paseados a hombros en las pocilgas cavernarias como martillo de herejes rojoseparatistas.
Y claro, el primer nombre que me viene a la cabeza es el de Juan Mari Atutxa. Me pregunto qué pensará desde su recién estrenado retiro de la vida pública al ver en el banquillo a los facinerosos que iniciaron —insisto que con el aplauso unánime y entusiasta del ultramonte mediático y político— el acoso y derribo contra quien actuó en conciencia cuando era presidía el Parlamento Vasco. Gran diferencia, no puedo evitar anotar al margen, con el socio de los más levantiscos y rebeldes de la Vasquidad, apellidado Torrent, que por no comerse un marronaco, ha acatado sumisamente el mandato de la Justicia española de segar la hierba bajo los pies de su supuesto aliado en el camino hacia la independencia.
Concluiré, uniendo lo uno y lo otro, que el tiempo acaba poniendo a cada cual en su sitio. Atutxa, después de un viacrucis cruelmente prolongado, puede exhibir un expediente judicial tan inmaculado como su conciencia y vivir con placidez el resto de sus días. Miguel Bernard y su secuaz Luis Pineda van camino de la trena, ojalá que para una larga temporada, entre los escupitajos olvidadizos de los que tanto los jaleaban.