Zzzzz…

Joseba Egibar acusó ayer a la bancada sociopopular del parlamento vasco y a la excrecencia magenta que la redondea de buscar el ruido mediático al llevar a pleno y no a la media luz de La Ponencia la quincallería dialéctica sobre ETA y cuestiones aledañas. Pierda cuidado el portavoz jeltzale si su preocupación son los titulares escandalosos y arrojadizos, pues esos hace tiempo que ya no los mira ni Cristo, se suelten en la tribuna de oradores, en los pasillos o al salir de los reservados íntimos donde los representantes de la soberanía popular se hacen arrumacos. No saben cuánto admiro y a la vez compadezco a los cronistas de la cámara —empezando por mi querida Marta Martín—, condenados a ser heraldos de lo que ya no le importa a (casi) nadie. Es verdad que más cornadas da el paro y que esta profesión de cuentacosas está muy jodida, pero aun así, da coraje asistir al desperdicio de talento y entusiasmo. ¡Lo que daría por entrar a un bar y encontrarme a dos paisanos departiendo sobre lo que le dijo Quiroga al lehendakari o lo que le espetó Arraiz a Ares! Me valdría un batzoki, una herriko o una casa del pueblo, pero me temo que ni en tales lugares se obrará el milagro.

Y sí, puede ser que esta sociedad —ya dije que era osado hablar en nombre de toda ella— peque de una cierta desidia, apatía, abulia o pachorra, pero no me negarán los 75 escañistas de Vitoria-Gasteiz, donde se hace la ley, que tampoco ponen mucho de su parte por animar el cotarro. No me joroben que creen en serio que a estas alturas van a despertar el interés del respetable con una moción sobre la deslegitimación del terrorismo. Oigan, no ofendan, que ese parcial está aprobado hace un buen rato, y si quedan cuatro recalcitrantes en sexta convocatoria, pues se van a ellos y les echan la charla. O los dejan por imposibles, que de todo tiene que haber, y dedican su tiempo a algo más provechoso que dar vueltas en el tiovivo.

El rebrote

Apenas se nota que a algunos se les hacen los dedos huéspedes y el tafanario txakoli asistiendo de nuevo al espectáculo de los contenedores en llamas, las pintadas amenazantes y las fachadas tiznadas por el impacto de dos cócteles molotov lanzados, por cierto, con torpe puntería. Mientras no se vayan demasiado de madre, estas pirotecnias pseudoheroicas y garrulas dan pie al lucimiento ante cámaras y micrófonos y, sobre todo, al reproche preferido de cualquier ser humano, incluido el que suscribe: “¡Os lo dije!”. Da gustito, no nos engañemos, comprobar que las profecías, incluso las apocalípticas, se cumplen, aunque sea trayéndolas por los pelos como en este caso. Y si el precio es un puñado de destrozos, bueno, ya lo pagará el seguro… o como hasta ahora, saldrá de los bolsillos de los ciudadanos vía impuestos.

Al otro lado de la linea imaginaria, el espectáculo no es mucho más edificante. De entrada, confusión y zozobra. ¿Rechazo, no rechazo? ¿Qué decía el manual para estas situaciones? Ante la duda, llamarse andanas. Ha sido gracioso ver cómo —con alguna excepción— los dirigentes locales se hacían los dignos o los orejas y era la cúpula del trueno en persona la que comparecía para decir que no, que nene caca, que eso no se hace. O en el eufemismo al uso, que esas mangurrinadas están “fuera de tiempo y de lugar”, expresión que en sí misma es una confesión del copón porque da a entender que sí hubo un momento y unas circunstancias en las que procedía arrasar con todo. ¿Convicción o estrategia? Bueno, ya tú sabes, mi amor, no me lo pongas más difícil.

Mi resumen: no nos vengamos ni demasiado arriba ni demasiado abajo con esto del rebrote. Si somos sinceros, ya sospechábamos que de tanto en tanto nos encontraríamos con algún episodio nostálgico. Siempre habrá cabras que tiren al monte, y ahí está el ministro Fernández como prueba en la contraparte. A esto le queda todavía un rato.

La batalla del relato

Ojos como platos del Arzak: un alto cargo del Gobierno español habla en público de algo llamado “la batalla del relato”. Así, como si estuviera dando cuenta del cambio de color de los calcetines de la Guardia Civil. Y dice, poco más o menos, que una vez tumbada la doctrina Parot, ese va a ser su motivo para levantarse cada día de la cama. ¡Rediós! Apenas unos días después, allá por las antípodas ideológicas, un señalado —en muchos sentidos— dirigente político se lleva a la boca la misma expresión. No para ciscarse en ella, rechazarla de plano y afirmar que los suyos se niegan a entrar en reyertas barriobajeras que, por lo demás, son la manifestación de la disposición a hacer trampas. Al contrario, lo que hace es ver la apuesta y subirla. También él se apunta al pulso. A ver quién tiene más huevos para imponer una versión oficial, universal y canónica de lo que ha pasado aquí.

La cosa es que esta canción es viejísima y la hemos tarareado todos. Ahora que vamos despacio, tralará, vamos a contar mentiras. Mi escándalo viene por el desparpajo. Uno ya se imagina que se la quieren meter doblada y que a la que se descuide, le van a intentar pegar el cambiazo. Pero, caray, con disimulo y poniendo cara de yo no fui. ¿Por qué clase de subseres nos tomarán, que se dan el desahogo de anunciarnos con luz y taquígrafos que piensan bañarnos de trolas de aquí en adelante hasta que comulguemos a diario con su rueda de molino? Casi mejor no contestar. Supongo que en el fondo saben que, quitando un puñado de tocapelotas que se resisten a consumir potitos, así se los haya hecho su madre, el resto de la misión es coser y cantar. Con que la parroquia propia compre la novela, la edición está amortizada.

Si me da pena, es por las almas de cántaro que, movidas por tan nobles como ingenuas intenciones, hacen proselitismo del beatífico relato compartido en armonía y salud. Me da que no se van a comer un colín.

Non gratas

Ojito, que como nos vengamos arriba declarando personas non gratas, a lo peor agotamos medio censo. Y si lo hacemos con carácter retroactivo, vaciamos las enciclopedias, los libros de texto y los callejeros. Será por cabrones con pintas… Es decir, por lo que a cada bandería le puede parecer que es un cabrón con pintas, pues es bien sabido que los héroes de acá son los villanos de acullá, y viceversa. Tiene toneladas de bemoles que, ¡en nombre de la convivencia!, PP y UPN —vaya par— hayan vuelto a reabrir en el mismo viaje el tarro de las esencias (rancias) y la caja de los truenos. ¿Por qué le llaman valores democráticos y justicia cuando quieren decir echarle gasolina a un fuego que se iba apagando? Que tengan la gallardía, por lo menos, de reconocer que esas mociones barnizadas de ética pardusca están alimentadas por el ansia de revancha ante el revolcón de Estrasburgo. Ansia de revancha, añádase, que ni siquiera es de generación propia, sino impuesta al peso por las asociaciones que han convertido la condición de víctima en profesión y pasarela para exhibir el ego; tan triste y deleznable como suena.

Quede como consuelo que estas sobreactuaciones ya no le dan el pego a casi nadie. Por mucho gesto adusto que se ponga al anunciar las iniciativas, hasta el que reparte las cocacolas sabe que se trata únicamente de enardecer a la talibanada, que ya viene calentita de serie. Mi aplauso sincero para el PSE y el PSN, que esta vez no se han dejado pastorear al enmerdadero, y que por ello están recibiendo la vomitona cavernaria de rigor y hasta la negación de los compañeros asesinados por ETA que se les han quedado por el camino. La desvergüenza llega hasta ahí.

Para cualquiera que tenga medio gramo de corazón y otro medio de cerebro, los presos que vuelven a sus pueblos con la condena cumplida por un porrón de crímenes nunca serán ciudadanos ejemplares. Debería bastar y sobrar con eso.

La recaída

No sé si será cuestión de días, semanas o meses, pero algo me dice que durante un tiempo vamos a tener motivos para añorar el (supuesto) inmovilismo del Gobierno español respecto a la superación de la(s) violencia(s). Tiene toda la pinta de que el perezoso Rajoy está saliendo del desesperante letargo y va a comenzar a dar pasos. Pero no en el sentido de la marcha que esperamos y llevamos demandándole desde que se aupó a Moncloa, sino exactamente en el contrario. Es probable que su voluntad fuera, según su costumbre, seguir mareando perdices y silbando a la vía hasta que el calendario solucionara el asunto, aunque fuera pudriéndolo del todo. Sin embargo, se han cruzado en su camino las asociaciones que se arrogan el monopolio de la representación de las víctimas —de las ETA, que son las únicas y verdaderas— y al cachazudo presidente no le va a quedar más remedio que saciar la sed de venganza de la bestia que él y los suyos alimentaron.

Por de pronto, después de dejarse echar una bronca de espanto por una señora que vive de prostituir el dolor genuino en rencor ególatra, el que nominalmente manda en el ejecutivo y en el PP tuvo que adherirse a la manifestación del domingo en Colón. Otra cosa es que él no vaya a tener el cuajo de presentarse en carne mortal para que, encima, le calienten las orejas por blandengue, pero el sello de la gaviota ha quedado a pie de página de la convocatoria. ¿Qué opinarán los pop vascos de la claudicación?

Y luego está ese Estatuto de la Víctima que hoy mismo aprobará el Consejo de Ministros, con pestazo a fraude de ley y a futuro nuevo varapalo desde Estrasburgo. Otra concesión para aplacar al monstruo, que seguirá pidiendo más… y obteniéndolo. ¿La venda antes de la herida? Ojalá pueda decirles dentro de equis que me precipité en el pronóstico, pero creo que es mejor disponer el ánimo para una recaída o una vuelta a las andadas. Por si acaso, más que nada.

De la equidistancia

Así de clarito se lo digo, sufridos lectores: mejor ser equidistante que julandrón de playa. Quiero decir que entre las cosas horrendas que se pueden ser en esta vida, no me parece que sea especialmente censurable intentar no pensar ni juzgar a piñón fijo. Intentar no es lograr, ojo, que el error nos acecha a la vuelta de cada esquina o, en mi caso, de cada punto y seguido. Pero puestos a meter la pata, prefiero hacerlo siguiendo mi camino antes que yendo con el rebaño por una cañada tras el cayado del pastor. Si hay que despeñarse, que nos quede el consuelo de haberlo hecho en el uso de la libertad individual y no por haberse dejado enrolar en el pelotón de cualquier flautista de Hamelín.

¿Por qué tiene tan pésima fama la equidistancia? La pregunta previa es si tal cosa existe y la respuesta es que no, que es una construcción mental hecha desde los extremos, que además de ser extremos, están adheridos al suelo con pegamento de roca. Cualquier cosa que se mueva entre ellos y sea capaz de variar su posición es automáticamente sospechosa de conducta inapropiada. Lo divertido es que quienes no quieren casarse con nadie acaban siendo tildados de promiscuos calienta-ingles. Desde el despecho, faltaría más. No deja de ser curioso que lo que une a los enemigos irreconciliables sea su aversión a los que no toman partido por inercia.

Si por decir que asesinar a Isaías Carrasco o a Santi Brouard son muestras de la misma ignominia, soy equidistante, y aunque en los labios que me lo reprochan lo sea a modo de insulto, lo acepto sin rechistar. Me parece más llevadero y, desde luego, más presentable que atornillarme las anteojeras para justificar o incluso glorificar a los autores de un crimen y deplorar a los que cometieron el otro. Otra cosa es que al mismo tiempo me sienta también imbécil teniendo que explicar a cada rato y por quintuplicado un principio tan simple y fácilmente comprensible.

Previsibles

¡Vaya! Ahora resulta que salen defensores de los derechos humanos hasta debajo de las piedras. La de muertos que nos habríamos ahorrado si hubieran aparecido antes. ¿Dónde estaban cuando tanto los necesitamos? No contesten. Era una pregunta retórica. Vale, retórica y además cínica. Lo bueno, lo malo y lo regular de nuestra tragicomedia es que, en general, nos conocemos demasiado. Y si no nos conocemos, nos inventamos mutuamente al gusto y a discreción. A mi, por ejemplo, hoy creo que me toca ser un fascista y un enemigo del pueblo. Qué se le va a hacer, no se puede ser todo el rato el puñetero amo de la barraca, como cuando escribí el otro día acerca de la impunidad de los GAL o hace dos martes eché unos espumarajos sobre la operación contra Herrira. Entonces las collejas —filoetarra cabrón, iras al paredón— vinieron del otro fondo. ¿Algún siglo de estos dejaremos de ser tan previsibles?

No, la idea no es mía, ya quisiera. Se la he tomado prestada a Jonan Fernández, otro que sabe lo que es recibir por babor y por estribor o, como el torero, dividir al respetable entre los que se acuerdan de su padre y los que lo hacen de su madre. Creyéndome descubridor de la pólvora, le pregunté hace un par de noches en Gabon de Onda Vasca por la visceralidad de las reacciones a favor y en contra de la decisión de Estrasburgo sobre la doctrina Parot. Visceralidad, sí, ¿qué les parece? Se me había ocurrido a mi solo echando un cigarrillo en el quicio de la puerta de la emisora. Tal cual se la centré al secretario de Paz y Convivencia del Gobierno vasco para que la rematara a la escuadra, pero él la dejó pasar y, a cambio, se sacó de la chistera lo de la previsibilidad de las declaraciones y lo morrocotudamente bueno que sería que alguna vez alguien se saliera del guion para decir lo inesperado. Ofrezco mi respeto y tal vez mi voto al primero o la primera que diga lo que menos me hubiera imaginado.