Joseba Egibar acusó ayer a la bancada sociopopular del parlamento vasco y a la excrecencia magenta que la redondea de buscar el ruido mediático al llevar a pleno y no a la media luz de La Ponencia la quincallería dialéctica sobre ETA y cuestiones aledañas. Pierda cuidado el portavoz jeltzale si su preocupación son los titulares escandalosos y arrojadizos, pues esos hace tiempo que ya no los mira ni Cristo, se suelten en la tribuna de oradores, en los pasillos o al salir de los reservados íntimos donde los representantes de la soberanía popular se hacen arrumacos. No saben cuánto admiro y a la vez compadezco a los cronistas de la cámara —empezando por mi querida Marta Martín—, condenados a ser heraldos de lo que ya no le importa a (casi) nadie. Es verdad que más cornadas da el paro y que esta profesión de cuentacosas está muy jodida, pero aun así, da coraje asistir al desperdicio de talento y entusiasmo. ¡Lo que daría por entrar a un bar y encontrarme a dos paisanos departiendo sobre lo que le dijo Quiroga al lehendakari o lo que le espetó Arraiz a Ares! Me valdría un batzoki, una herriko o una casa del pueblo, pero me temo que ni en tales lugares se obrará el milagro.
Y sí, puede ser que esta sociedad —ya dije que era osado hablar en nombre de toda ella— peque de una cierta desidia, apatía, abulia o pachorra, pero no me negarán los 75 escañistas de Vitoria-Gasteiz, donde se hace la ley, que tampoco ponen mucho de su parte por animar el cotarro. No me joroben que creen en serio que a estas alturas van a despertar el interés del respetable con una moción sobre la deslegitimación del terrorismo. Oigan, no ofendan, que ese parcial está aprobado hace un buen rato, y si quedan cuatro recalcitrantes en sexta convocatoria, pues se van a ellos y les echan la charla. O los dejan por imposibles, que de todo tiene que haber, y dedican su tiempo a algo más provechoso que dar vueltas en el tiovivo.