El indecente Trillo

Para chulo, el pirulo del señorito Trillo-Figueroa y Martínez-Conde. Cumpliendo el clásico, se ha ido de la embajada de Londres un cuarto de hora antes de que lo echaran. Da para pensar que lo que no es sino el enésimo acto de arrogancia del fantoche cartagenero haya sido acogido como una victoria de quienes llevan años señalando su inhumana conducta respecto a la carnicería del Yak 42. Con razón pedirá el aludido que ahí se las den todas. Mucho más, cuando sabe que cerrada la puerta de la bicoca londinense, se le abre la del mismísimo Consejo de Estado que acaba de retratarlo con las manos llenas de mierda en todo lo relacionado con la tragedia. Gran lección, por cierto, de cómo se escribe la Historia en el Reino de España. La institución que descubre a los malvados guarda un asiento para ellos. Retribución anual por echar alguna que otra hora perdida: entre 80.000 y 100.00 euros. Sí, un huevo de salarios mínimos.

Pero aún hay más enseñanzas, en este caso, sobre cómo las gastan los patrioteros de misa y comunión diaria. Trillo es el tipejo que quiso vendernos como inmensa gesta heroica la toma de Perejil, un islote habitado por cabras. Cómo olvidar el ridículo relato de la mamarrachada al alba con viento de Levante. Pues ya ven el trato hacia su carne cañón, los que dejan la piel en nombre de la bandera que tanto le inflama. No olviden que quienes iban en el avión eran miembros del que llaman glorioso ejército español. Es también devoto y significado miembro del Opus Dei desde su turbia juventud. Suerte tiene de que no haya infierno, porque el patán tendría reservada una parcela a su nombre.

Golpista, pero poco

Exageraba un tanto cuando el otro día les contaba que en el bestseller de moda el rey quedaba retratado como un golpista del carajo de la vela. Me dejé engañar por el dominio de las artes promocionales de su autora, devota dama cuya membresía de la Obra de San Josemaría no le impide faltar al octavo mandamiento cada vez que habla o teclea. Por algo ya en su lejana mocedad, los colegas del gremio plumífero le customizaron el apellido para dejárselo en Suburbano, en consonancia con su afición a la espeleología deontológica y las fantasías animadas de las que ha hecho santo, seña y pingüe medio de vida. Una vez puesto el mamotreto en la calle al rumboso precio de 25 leureles y tras conseguir, según lo previsto, que entraran al trapo como Miuras Zarzuela, el huérfano corto de luces de Suárez y algún que otro Cebrián, la tribulete numeraria ha aguado el recio licor inicial.

En la segunda tanda de entrevistas de propaganda, Juan Carlos pasa de sedicioso mayor de su propio reino a conspirador accidental y, de propina, bienintencionado. Deseando lo mejor para sus súbditos, se puso a jugar a los espadones con lo más bruto de la milicia de la época y, a lo tonto, a lo tonto, se vio metido en un jariguay que estuvo a un pelo de acabar en baño de sangre. Pero como es de sabios y de Borbones rectificar, después de ocho horas de carnavalada caqui y verde oliva, el pirómano se vistió las galas de bombero, o sea las de Capitán General de todos los ejércitos, y mandó parar la fiesta. Vamos, que fue golpista pero solo un poco, apenas la puntita. Una versión más asumible que la anterior… pero que no cuela.

La perpetuación de Fernández

Era un domingo sin titulares de fuste y vino a alegrarlo el muy opusiano ministro español de Interior. Sí, a alegrarlo. Yo ni siquiera me tomé el trabajo de indignarme por su salida de pata de banco sobre las consecuencias letales del matrimonio entre personas del mismo sexo. Aviados iríamos si derrocháramos bilis por gachupinadas que deberíamos tener amortizadas mucho antes de ser aventadas. A estas alturas no puede sorprendemos que un meapilas convicto y (ejem) confeso como Fernández Díaz se descuelgue con una memez del calibre habitual. Y menos, insisto, cabrearnos, a no ser que nos vaya la pose tanto como a él. ¿Que sus palabras son muy graves? Solo si queremos concederles gravedad. Tal vez lo pudieran haber sido en otro tiempo o en otro lugar. Aquí y ahora carecen de trascendencia. Quedan cuatro que piensan como él y saben que han perdido esa batalla. Las declaraciones pintureras son su último recurso, casi el del pataleo. Quién lo hubiera dicho hace apenas diez o quince años.

Si rascamos un poco en la frase que fue entrecomillada, veremos que no son necesariamente los homosexuales quienes más motivos tienen para sentirse ofendidos o dolidos por la soplagaitez de Fernández. Al acusar a las parejas del mismo sexo de poner en peligro la perpetuación de la especie —hay que ser rancio para emplear una expresión así—, también estaba señalando por extensión a cualquier pareja heterosexual que, por la causa que sea, no tiene descendencia. Hay miles de los llamados por el ministro matrimonios naturales que, por muy observantes de la fe católica que sean sus contrayentes, no están en disposición de tener hijos. Según la atrabiliaria teoría del señor de las porras, merecerían ser objeto de censura general por su incapacidad para traer prole al mundo. Por fortuna, hemos avanzado lo suficiente como para que este enunciado nos resulte insensato más allá del tipo de parejas a que se refiera.