La lista más votada

No sé si lo de la lista más votada es un timo, un detente bala, una broma, una jaculatoria o un conjuro contra lo que pueda pasar. Echando la vista atrás, y tengo años suficientes como para remontar muchos calendarios, guardo recuerdo de prácticamente todas las siglas apelando alguna vez al respeto debido a quien ha sacado un voto más que el siguiente. Eso, claro, cuando la victoria, aun exigua, había caído de su lado. Si no era el caso y la suma, por chocante que fuera, daba para descabalgar a tal o cual ganador, se cambiaba de catecismo y entonces lo que valía era la voluntad popular expresada aritméticamente.

En treinta y pico años de urnas acumulamos ejemplos abundantes de triunfadores por varias traineras que, a la hora de la verdad, se han quedado con un palmo de narices. Apuesto a que tres de cada cuatro lectores de la demarcación autonómica están pensando ahora mismo en Juan José Ibarretxe. Como no fue suficiente la expulsión judicial de la que hoy es segunda fuerza, el PP y el PSE mancomunaron sus escaños para dar la patada constitucional y española al PNV, ganador de calle de los comicios de 2009. Todavía estamos pagando las consecuencias de aquello.

Según nos lo tomemos, es para despiporrarse o para llorar el Zadorra que Javier Maroto, que no estuvo lejos de ese enjuague, ande ahora echando pestes contra lo que llama —tendrá rostro— pacto de perdedores que podría dejarle compuesto y sin vara de mando. Ídem de lienzo, sus medio primos navarrísimos, que también echan las muelas por su inminente desalojo a manos de una alianza higiénica a la que le dan los números. Pues es lo que hay.

Se llama estafa

Gobernar en minoría es una práctica democrática absolutamente legítima. En no pocas ocasiones resulta más higiénica, refrescante y auténtica que el rodillo y tentetieso de la mayoría absoluta o los pactos estables entre repartidores de cromos a los que el programa se la refanfinfla. Si bien es cierto que se puede resentir la gestión pura y dura, la contraparte es que abre la posibilidad a acuerdos a varias bandas y a conjugar el verbo “ceder”, tan poco utilizado por los que suelen olvidar que tienen un mandato representativo y no un cheque blanco para hacer lo que les salga de la entrepierna. No habría, por tanto, nada que oponer a decisión de Felipito Tacatún López de quedarse pegado a la silla con Loctite si no fuera por un detalle decisivo: todo lo anteriormente dicho es válido cuando la minoría que lidera el gobierno es la mayoritaria, es decir, la formación más votada. Es de cajón de madera de pino (de roble, en nuestro caso) y de catón de la política, pero también una norma mínima de juego limpio.

A buen sitio hemos ido a parar con lo último. Ya fue un tocomocho de escándalo marcarse un matrimonio de conveniencia aprovechándose de una ley bananera para cuartear el parlamento. Ha habido que aceptar por pelendengues ese pulpo tramposo como animal de compañía durante un trienio que nos ha llevado de mal en peor. Y cuando por fin hace crack la dupla de demolición, nos tenemos que tragar el birlibirloque definitivo, lo literalmente nunca visto: se queda gobernando en solitario el segundo partido, que para más recochineo, según las cuentas actualizadas, ahora sería el tercero o el cuarto. ¿Una broma de mal gusto? Bastante peor que eso: se llama estafa.

Lo es por cómo se ha producido pero también por su finalidad nada disimulada. Se trata de algo tan pedestre como garantizar mientras se pueda las centenares de (generosas) nóminas de los legionarios del cambiazo. Cada día cuenta.

Tres años de humillación

Es el precio de un plato de lentejas, una makila y un puñado de puestos bien remunerados para la colegada. Quien te lo paga adquiere el derecho de arrastrarte por el barro, soltarte unos fustazos y, si se tercia, escupirte en un ojo, en el otro, o en los dos. Y para que la humillación sea completa, ni te dejan el mínimo alivio de ser tú quien anuncie la ruptura. Un día, mientras tú celebras la victoria de un pariente lejano como si fuera propia, el que te ha chuleado a modo durante tres años vuelve a jugártela regalando la exclusiva. En la víspera del tercer aniversario, qué ingratitud infinita. Podría ser una canción de Chavela Vargas, pero ni eso. Apenas llega a un karaoke de los Chichos: te vas, me dejas y me abandonas, mal fin tenga tu mala persona.

No será porque no se veía venir. Desde el mismo instante en que se firmaron las capitulaciones (para el PSE, en sentido literal) matrimoniales, quedó claro que la gaviota iba a jugar a gavilán en la relación. Fue tan hábil, que ni siquiera quiso mancharse las patas entrando al Gobierno. ¿Para qué, si desde fuera iba a mandar más y mejor? Repásese la magra media docena de decisiones de esta raquítica semilegislatura, y se comprobará que todas derivan del credo del PP. Las que tienen que ver con lo identitario, como la liofilización de EITB, pero también, ojo al parche, las otras, las de tajazo al bienestar que cada martes anunciaba la portavoz Mendia sin saber dónde meterse porque no iban ni en su programa ni en su ADN.

¿Y ahora qué? Pues tiene toda la pinta de que nos aguardan unos cuantos meses de sartenazos entre los viejos amantes, que en realidad nunca llegaron a serlo. “Kramer contra Kramer” va a parecer una comedia en comparación con el divorcio socio-popular. Resultaría divertido asistir al espectáculo, si no fuera porque este país ha perdido ya un trienio completo, seguramente el más delicado de nuestra historia reciente.

Cambio de papeles

Escribí hace unos meses aquí mismo que el actual Gobierno vasco se apoyaba en un pacto a bofetadas. Tres años menos un mes después de su firma, lo sigue siendo. Sin embargo, en las últimas semanas estamos asistiendo a un significativo y —por lo menos, para mi— sorprendente cambio de papeles. López, que hasta la fecha recibía todas las yoyas de Basagoiti con un estoicismo que hacía sospechar que tenía sangre de horchata, parece haberse rebelado. Ya no se calla, tragando quina, ante el escarnio público al que le somete su socio y sostén. Ha empezado a devolver las guantadas y le ha cogido gusto a ejercitarse sin disimulo en todas las cosas que sabe que le hacen echar las muelas a su costilla política.

Aunque quedó eclipsado por la bronca con el PNV a cuenta del agujero en la caja, hace seis días pudimos asistir a un sabroso episodio de esta recién estrenada indisciplina. Siguiendo el ritual de costumbre, Antonio Rottenmeyer abroncó a través de la prensa a Heidi López por sus últimos descarríos, mayormente en la cuestión del acercamiento de presos: “Les seguimos apoyando pero que no nos toquen las narices”. En lugar de bajar las orejas y aguantar la granizada, el lehendakari salió respondón: “Si eso es tocar las narices, lo seguiremos haciendo”. ¡Zasca!

Eso se merecía que el sublevado acabara en el cuarto de pensar copiando cien veces “No replicaré a quien se lo debo todo”, pero no hubo castigo. Lejos de ello, el pasado viernes, Basagoiti se presentó en el Parlamento vasco suave como un guante para pedirle por favor a su ojito derecho que no se dejara enredar por la propuesta de constitución para Euskal Herria del niño malo Eguiguren. La respuesta del aludido fue que verdes las han segado y que a él no le decía nadie lo que tenía que hacer.

¿Habrá cisma? Esa esperanza está abandonada, pero se agradece que nos hayan cambiado el guión. Ahora Patxi es Lussón y Antonio, Codeso. Y mola.

Patxi, que sí; Antonio, que no

Dos veces, dos, ha repetido Patxi López en los últimos días el santo y seña que -me apuesto lo que sea- le ha bordado en el atril algún costurero comunicativo que obtuvo el título viendo media docena de capítulos de El ala oeste de la Casa Blanca: “El cambio ha llegado para quedarse”. Necesitado de dar contenido a la consigna, la apuntaló en Televisión Española confesando que eso quería decir que esperaba que el pacto con el PP se extendiera a diputaciones y ayuntamientos a partir de mayo. Vamos, lo que en argot viene a ser cantar la gallina. Hasta la fecha, cada vez que alguien preguntaba por esa posibilidad, tanto el lehendakari como los dirigentes socialistas autorizados se llamaban andanas y hacían una finta que desviaba la conversación a lo meteorológico. ¿Frente? ¿Qué frente? ¿El nuboso? En esta ocasión, con luz y taquígrafos, el visitante de Abu Dabi ha hecho público su anhelo de que la pareja de facto crezca y se multiplique a todo lo largo y ancho del tálamo institucional vasco.

Paradojas -o parajodas, que diría alguno- del inmaculado Acuerdo de Bases, el primero que ha pisado el freno ante las prisas de su cucurrucucú parlamentario ha sido Antonio Basagoiti, que dice ahora que él no es amigo de cordones sanitarios. Sonaría creíble si no fuera porque desde el minuto uno de la parada nupcial entre la rosa y la gaviota, los populares no han perdido la oportunidad de reclamar a los socialistas como prenda de amor verdadero una ampliación de capital de la Sociedad Limitada. A Álava y Getxo, para abrir boca, y allá donde las matemáticas lo hicieran posible, para seguir con el viaje al centro de la constitucionalidad.

A dos barajas

No es fácil interpretar esta inversión de papeles. Y menos, cuando en el mismo lance en que López ofreció la luna a su ojito derecho, le hizo un arrumaco público y estentóreo nada menos que a la Izquierda Abertzale ilegalizada al decir que habría que hacer un esfuerzo por “integrarla en la sociedad”. Es cierto que por el qué dirán y, sobre todo, porque le está sacando petróleo al pacto, el PP ha hecho la vista gorda con muchas canitas al aire de su socio, pero da la impresión de que una tan flagrante como ponerle un pisito o una pista de aterrizaje a la mala de la película no se la perdonaría. O sí, quién sabe.

Como siempre, el tiempo lo dirá. Hacer profecías en la política vasca es tan entretenido como inútil. Lo bueno es que no queda nada para que salgamos de dudas. Al MacGuiver de Portugalete le vencen los plazos. ¿Saldrá de esta bien parado?