Incluso sin haber sido alumbrado, el régimen de 2015 (o 16, o 17, o cuando toque) empieza a parecerse un huevo y medio al malhadado de 1978 que dice venir a derribar y sustituir. Si en aquellos días glorificados ad nauseam por Victoria Prego y Cuéntame, el joven turco —o sea, sevillano— Felipe González Márquez barnizó de legitimidad con su saliva al sucesor del caudillo a título de rey, en este nuevo cambiazo de era aún por llegar, ha sido el adelantado Pablo Iglesias Turrión el que ha investido de campechanía al Borbón menor.
Qué imagen para los futuros videos de primera que glosen con almíbar y ajonjolí la retransición o como sea que vayan a llamar a la cosa. Frente a frente, los dos preparados, el de cuna y el de Alcampo, se echan unas sanotas risas a cuenta de los deuvedés de Juego de tronos con que el líder de Podemos obsequió —tal es el verbo— a SuExcelenciaElJefeDelEstado. Hasta García Margallo, que es un sieso del copón, se descojonaba relajado a la vera del marido de Letizia Ortiz. Lo que el baranda de la diplomacia española probablemente sospechó que iba ser un trago de cuidado acabó convertido en un entrañable momento Nescafé. Los dos mocetones que simbolizan el haz y el envés (y viceversa) del futuro de la patria, departiendo en buena armonía. El consenso redivivo, qué profunda emoción. España mañana será, como siempre, monarquicana.
El 14 de abril que acabamos de dejar atrás ha sido el más descafeinado de los últimos años. ¿Cómo es posible, si el anterior puso temblonas muchas rodillas regias? Respondan los opinadores de la izquierda fetén… cuando dejen de reír la gracia del regalo.