Ojalá sirvan para algo, pero siento escribir que las nuevas medidas planteadas tanto en la demarcación autonómica como en la foral son un ejercicio de voluntarismo. Loable, desde luego. Necesario, por descontado; nadie entendería que las autoridades se quedasen mirando con la boca abierta la multiplicación diaria de contagios y su reflejo en la sanidad pública. Pero en el punto en el que estamos, marcando récords sucesivos no ya de la quinta ola sino de toda la pandemia, no parece que esta o aquella reducción de horario o aforo pueda ser un gran freno. ¿Lo de la obligatoriedad de las mascarillas en entornos urbanos transitados? Menos da una piedra, si es que no viene el juez jatorra con la guadaña. Quizá la petición de toques de queda (en segundas nupcias en Nafarroa y de estreno, si acaba produciéndose, en la CAV) sea lo que, si se concede, resultaría más efectivo. Aun así, vamos tarde y contra la corriente general. Para empezar, el gobierno español decretó hace meses el fin de la pesadilla vírica y, como se está comprobando, no va a mover un dedo. Que se coman el marrón las comunidades, incluso las gobernadas o cogobernadas por el PSOE. Y si les muestran a Sánchez o a Darias las brutales cifras, les dirán, como en las cuatro olas anteriores, que ya estamos llegando al pico y que pronto comenzará el descenso. Por desgracia, esa pachorra la comparten muchos de nuestros conciudadanos, que siguen viviendo como si estuviéramos a dos minutos de la vieja normalidad. No sé ustedes, pero yo conozco a muy pocas personas que hayan cambiado sus planes o que hayan dejado de incurrir en conductas de riesgo. Así nos va
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Que me corten la cabeza
Bueno, no voy a ser menos que Gabilondo, que ayer proclamaba sin rubor que se había equivocado en su vaticinio de un viernes de ira tras la declaración de la DUI y la consiguiente —más bien, subsiguiente— aplicación del 155. Con la honestidad que puede permitirse alguien que hace tiempo juega en otra liga, Iñaki reconocía que había sobrevalorado al independentismo y minusvalorado a Rajoy. Como moraleja y aprendizaje, concluía el comunicador de comunicadores que en lo sucesivo trataría de no ponderar de más ni de menos a estos ni a aquellos.
En mi caso, infinitamente más modesto y pedestre, la imperdonable gamba por la que me dispongo a fustigarme ante los amables lectores es el descreimiento que manifesté en la última columna. Sí, como en los tiempos del padrecito Stalin, que veo que aún no han pasado del todo, vengo a hacerme la autocrítica. Una mezcla de osadía de viejo resabiado y debilidad pusilánime me hizo dudar en falso de la pertinencia y precisión quirúrgica de cada paso del procés. ¡Oh, qué ceguera la de este insignificante garrapateador de menundencias, no ser capaz de recibir en mi holgazana pituitaria el aroma de la victoria que impregna el aire! La independencia es mañana, como fue hace 36 meses, y hace 24, y hace 18, y hace 12, conforme fue anunciada del modo en que consta en las hemerotecas. Pero, por lo visto, también los archivos mienten por recoger una realidad que no es la que se deseó y se desea. Puñetera manía de la verdad de entrometerse en todo. Menos mal que ahí están los millones de clones de la Reina de corazones para sentenciar a los flojos. ¡Que nos corten la cabeza!