¿Dos bloques?

Simplifica, que algo queda. Leo, escucho y hasta en ocasiones digo y escribo yo mismo que en las elecciones impuestas del 21 de diciembre en la Catalunya de la DUI y el 155 habrá dos bloques frente a frente. Cuela, quizá, como verdad a medias, pero en cuanto te quitas las anteojeras y te sacudes las legañas, empiezan a no cuadrar los números. ¿En qué bando colocamos a los autodenominados comunes de Ada Colau y Pablo Iglesias? Según la costumbre, antes de votar, se les acusa de ser “de los otros”, y una vez contados los sufragios, pasan a ser “de los nuestros” para vender la sobada moto de la mayoría pro o anti. A no ser que pretendamos hacernos trampas en el solitario, parece razonable pensar que no son ni esto ni aquello exactamente.

Anotada la salvedad, procede ver si cada una de las dos facciones lo son con todas las de la ley. En la constitucionalista (o sea, unionista), se ven a kilómetros las navajas. Y el fulanismo, claro, que casi no se nota [ironía] lo que le revienta a Albiol salir de paquete de la advenediza Arrimadas. En cuanto a Iceta, ese baila solo. O, dándole la vuelta, solo baila. Su mensaje se reduce a eso.

Más sorprendentes se antojan las zancadillas cada vez menos disimuladas en el flanco soberanista, que es donde se diría que hace falta mayor unidad. Si ya resultó extraño que en las circunstancias en que se dio la convocatoria, fuera imposible consensuar una sola lista, la perplejidad ha crecido ante los mensajes algo más que contradictorios. Como coda, la competitividad imposible de ocultar y el intercambio de cargas de profundidad sobre quién debe ocupar la presidencia.

(Otra) reforma exprés

De esos titulares que explican en poco más de una docena de palabras el nivel séptico que ha alcanzado el estado de derecho —no proceden las mayúsculas— en España: “El PP anuncia una reforma exprés para que el Tribunal Constitucional pueda sancionar a Mas”. En la letra menuda, Xavier Garcia Albiol, el ultraderechista sin matices recién promocionado y modelo de conducta de un tal Maroto, traduce a román paladino el enésimo atropello jurídico que se perpetrará a mayoría absoluta armada: “La broma se ha terminado”. Le faltó masajearse la entrepierna y soltar un gargajo sobre el suelo del Congreso de los Diputados donde el tipo, que no tiene acta ni cosa parecida, presentó la iniciativa.

Enternece la reacción airada del resto de los partidos, incluyendo la de la formación que no hace tantas lunas se sumó sin el menor reparo a un cambiazo de la Constitución con agosticidad y alevosía. Cualquiera diría que se enteran ahora de que el supuesto altísimo tribunal no es más que una versión con toga y puñetas del poder ejecutivo de turno y que trabaja por encargo y a medida de Moncloa. Ya ven con qué naturalidad ocupa actualmente su presidencia un individuo que tuvo  carné del PP y —se supone— pagó sus cuotas a Génova. Que en lo sucesivo vaya a tener la facultad de castigar a los señalados como enemigos oficiales de la patria no es más que la evolución lógica de sus funciones. Y como les decía el otro día sobre la carta del autotitulado sencillo ciudadano Felipe González, si lo contemplan desde la acera soberanista, es una de esas torpezas supinas del adversario que, lejos de dañar la causa, la favorecen.