La hora del té

Viernes 23 de noviembre de 2018

Por Nacho Alarcón 

Llega el jueves y con él nuestro (primer) momento de la semana para ponerte en contacto con el Brexit en ‘La hora del té’.

Estamos a tres días de la cumbre extraordinaria que se celebrará este domingo 25 de noviembre y en la que los jefes de Estado y de Gobierno tienen que dar su luz verde al Acuerdo de Salida, con sus 585 páginas y cuatro protocolos, pero también a la declaración política de relaciones futuras (a partir de ahora la “Declaración Futura”).

Hoy vamos a volver a tener una ‘Hora del té’ diferente, será un relato de los hechos, porque sinceramente creo que es lo que más les va a aportar. El Brexit ya no es esa materia oscura y técnica que no tenía minutos de televisión. Hoy abre telediarios, periódicos y boletines de radio.

En cualquier caso, para los fieles, estamos revisando con detalle el Acuerdo de Salida, y seguro que tendremos tiempo de desgranarlo: en concreto dedicaremos una edición en exclusiva a explicar cómo ha cambiado el protocolo de Irlanda durante el tiempo en el que las negociaciones estuvieron en el “túnel”.

Ahora vamos a pasar al relato de los hechos ocurridos del jueves pasado a hoy.

Otra semana de infarto

Durante todo el proceso del Brexi, la Unión Europea ha trabajado como una maquinaria bien engrasada, en la que los documentos se adoptaban por unanimidad en menos de dos minutos, y donde los Veintisiete tenían claro el objetivo común: evitar el desastre con el Reino Unido pero también dejar claro que estar fuera de la Unión Europea no se puede parecer en nada a vivir dentro del bloque comunitario.

Pero algo ocurre el viernes que hizo que todo se torciera. El miércoles se publica el Acuerdo de Salida después de que el gabinete de Theresa May, primera ministra británica, apoyara con reservas el texto. Durante los dos siguientes días todo transcurre con cierta normalidad: se pone en marcha el funcionamiento para la cumbre de este domingo y todos los ojos se centran sobre la supervivencia de la jefa de Gobierno, amenazada por los euroescépticos de su propio partido que han resultado tener menos fuerza de la que aseguraban.

Las cosas se empezaron a torcer el viernes. Ese día el embajador español ante la UE en una de las reuniones con los otros 26 Estados miembros y el equipo negociador comunitario, señala un artículo que le incomoda: el 184.

“La Unión y el Reino Unido realizarán sus mejores esfuerzos, de buena fe y en el pleno respeto de sus respectivas órdenes legales, para tomar las medidas necesarias para negociar de manera expedita los acuerdos que rigen su futura relación mencionada en la declaración política de [DD / MM]. / 2018] y llevar a cabo los procedimientos pertinentes para la ratificación o conclusión de dichos acuerdos, con miras a garantizar que dichos acuerdos se apliquen, en la medida de lo posible, a partir del final del período de transición.”

El problema es que España considera que en ese artículo no se refleja algo recogido en todas las directrices de negociación aprobadas por el Consejo: que Madrid tiene derecho de veto sobre la ampliación de relaciones futuras entre la UE y el Reino Unido. En otras palabras: que un acuerdo Londres-Bruselas sobre relaciones económicas no se aplicaría al Peñón sin el visto bueno del Gobierno español.

El embajador español, que pasó sábado y domingo encerrado en el edificio del Consejo negociando con los otros 26 los flecos que quedaban pendientes, señaló que ese artículo no estaba ahí antes de que los negociadores entraran en el llamado “túnel”, ya saben, ese tiempo durante el cual los dos equipos pidieron permiso para no informar a sus superiores de forma que tuvieran algo más de espacio para negociar.

Madrid está muy cabreada por el hecho de que ese artículo fuera incluido durante el periodo de “túnel” sin que el equipo liderado por Michel Barnier, negociador jefe de la Comisión Europea, informara al Gobierno español, a pesar de que en las directrices de negociación queda muy claro el encaje de Gibraltar en el Acuerdo.

Hoy Marco Aguiriano, secretario de Estado para la UE, ha asegurado que el artículo fue introducido por el equipo británico “con nocturnidad y alevosía”. Y en ese contexto España no entiende que la Comisión Europea lo permitiera.

Pueden pensar que es un detalle legal, que es un asunto menor, pero en una negociación de este tipo nada es menor. El Ejecutivo español considera que ese artículo puede hacer que Gibraltar se escude en él para decir que está cubierto por una negociación comercial UE-Reino Unido, y eso evitaría que España pudiera ejecutar el plan que tenía en mente: negociar bilateralmente con Londres durante el periodo transitorio para lograr concesiones, concretamente la gestión conjunta del aeropuerto, pero también podría negociarse otros asuntos igualmente espinosos como la cosoberanía de la Roca.

La situación es mala. Madrid tiene la sensación de que pierde una ventaja que ha tenido durante casi todo el partido. El Gobierno de Pedro Sánchez empieza a pensar que por ese resquicio legal se le puede escapar la principal baza negociadora española en la historia respecto al peñón. El lunes pasa a la ofensiva, ya no a un nivel técnico y de embajadores: va al más alto nivel.

Josep Borrell charla con Michel Barnier el pasado lunes en Bruselas

Josep Borrell, ministro de Asuntos Exteriores, habla ante los medios aprovechando un Consejo de Asuntos Generales (CAG) dedicado al Brexit. “Queremos que quede claro que las negociaciones entre el Reino Unido y la UE no se aplican a Gibraltar”, aseguró el titular de Exteriores, señalando que Madrid votaría en contra de cualquier acuerdo hasta que eso no quede claro.

Pedro Sánchez no tarda mucho en hablar y en ser incluso más contundente que Borrell. Durante ese mismo día fuentes diplomáticas señalan que Madrid está dispuesta a buscar distintas fórmulas para que quede reflejado el veto de España sobre Gibraltar: puede ser reabriendo el artículo 184 y añadiendo ese detalle, o incluso como un anexo al Acuerdo de Salida.

Borrell se reúne durante el día en varias ocasiones con Michel Barnier. La conclusión es que la Comisión Europea se niega a volver a abrir el Acuerdo para cambiar el artículo 184 porque eso haría que los británicos pudieran pedir también cambios (un grupo de ministros del Ejecutivo de May preparaban en ese momento un borrador de posibles cambios al texto legal con el que no terminaban de estar cómodos) o de otros Estados miembros.

España se muestra también dispuesta a que la situación de Gibraltar quede resuelta en la Declaración Política a pesar de no ser un texto con validez legal. Durante las siguientes horas y hasta el miércoles por la noche los equipos negociadores europeo y británico se encierran para terminar esa declaración.

No solo España tiene quejas: Francia se muestra muy descontenta con el apartado de pesca, que solo compromete al Reino Unido a negociar un acuerdo pesquero, pero no garantiza a los barcos galos el acceso a las aguas británicas si finalmente el Reino Unido cae en el ‘backstop’ (es decir, si se llega al final de la transición y no hay firmado un acuerdo comercial entre el Reino Unido y la UE que pueda estructurar las relaciones de ambos bloques, algo que haría que Gran Bretaña e Irlanda del Norte quedaran en una unión aduanera temporal hasta que se logre una tratado comercial).

Llega el miércoles. Theresa May tiene que viajar a Bruselas y lo hace con una intención: dar carpetazo al Brexit y centrarse ya en lograr los apoyos necesarios (y hoy por hoy improbables) para que su Acuerdo del Brexit sea aprobado por el Parlamento británico.

Pero Gibraltar y el asunto de la pesca siguen ahí. Por la mañana el colegio de comisarios (una especie de ‘consejo de ministros’ de la Comisión Europea en la que se sientan todos los comisarios) no logran llegar a un acuerdo para dar por aprobada a nivel técnico la Declaración Política.

May llega a la Comisión Europea poco después de las 17:30. Sobre las 19:20 su coche abandona el Berlaymont. La Comisión Europea habla de “buen progreso” pero enfatiza que las negociaciones deben continuar. Unos minutos después May anuncia que vuelve a Bruselas el sábado, menos de 24 horas antes de la cumbre, para terminar de cerrar los últimos flecos.

En las capitales hay una mezcla de nerviosismo y cejas levantadas. Alemania está a estas alturas ya cansada de que no se cierren los documentos y Ángela Merkel, canciller germana, deja claro que no piensa viajar a Bruselas el domingo si no es con un Acuerdo de Salida y una Declaración Política ya cerrados.

Las cejas levantadas llegan porque hay cierta sensación de teatro preparado. Cuanto más difícil parezca lograr el Acuerdo más fácil (dentro de la misión casi imposible que es) lo tendrá May para vender el texto a los más moderados dentro del ala euroescéptica de los tories.

La primera ministra puede llegar a la cámara de los Comunes y vender, como ya ha hecho en el día de hoy, que está negociando en el interés de la nación, que lo está haciendo a cara de perro y cerrando personalmente los últimos asuntos con Juncker.

El nerviosismo surge porque no parece que España esté yendo de farol, aunque seguramente acabe aceptando una triquiñuela legal que le sirva para no retrasar todo el procedimiento.

La realidad es que poco se sabe de lo que ocurrió este miércoles en la decimotercera planta del Berlaymont. May habla de que Juncker y ella han dado “directrices nuevas” a los negociadores. Un silencio absoluto.

Este jueves a las diez de la mañana se ha reunido en sesión extraordinaria el colegio de comisarios y aprueba, hoy sí, la Declaración Política con la que el día anterior el comisario español, Miguel Arias Cañete, no se había mostrado a favor.

El documento empieza a filtrarse y una de las primeras noticias es que no hay ni una sola mención a Gibraltar (recuerden que España se había “conformado” entre otras cosas con que hubiera una mención a su derecho de veto sobre el Peñón).

Inmediatamente después de aprobarse el texto se pone en marcha una reunión de embajadores permanentes (Coreper) en la que España vuelve a mostrar sus dudas sobre cómo quedará resuelto el asunto de Gibraltar. Al finalizar el encuentro una fuente europea explica que el asunto “sigue abierto” y que un grupo de países han hablado para mostrar su solidaridad.

Pero esa misma fuente señala que el embajador alemán, junto a otros, quieren que todos los documentos estén cerrados “en las próximas horas”. Alemania es la que más prisa está metiendo y España siente que no está contando con el apoyo necesario por parte de sus socios, que sí lo han mostrado con Irlanda, a pesar de que la situación es radicalmente distinta.

Así que esa es la hora y minuto ahora mismo. España parece contar con la solidaridad del resto de capitales, o al menos de una parte de ellas, pero no con el apoyo de sus socios. Ahora quedan por delante unas horas clave: si Madrid mantiene su negativa podríamos acabar viendo el Consejo Europeo del domingo aplazado a otro día.

Mañana se reunirán los sherpas (representantes personales de los jefes de Estado y de Gobierno) para medir la situación. Es quizás ahí cuando veamos si España decide ceder o si mantiene su negativa a aprobar el Acuerdo de Salida sin que haya una referencia clara y firme a la situación de Gibraltar.

¿Y qué más?

Con tanto Gibraltar no hemos hablado de lo que hoy hemos conocido, la Declaración Política. Vamos a hacer un brevísimo resumen:

El acuerdo ofrece al Reino Unido unas futuras relaciones muy estrechas con la Unión Europea, aunque el documento es vago y poco preciso, con muchas frases que muestran cuál es el deseo, pero muy poco material. El objetivo es que la Declaración sea lo suficientemente concreta para que May pueda usarlo ante los euroescépticos, pero suficientemente abierta para que contente a los que quieren unas futuras relaciones cercanas a Europa.

El texto también abre la puerta a que los lazos se estrechen “más allá de lo descrito en esta Declaración Política”. El documento ya no habla de comercio “sin fricción”, sino “tan estrecha como sea posible”, y señala que en el futuro habrá “una asociación económica ambiciosa, amplia y equilibrada” basada por un “level playing field” (como por ejemplo evitar que el Reino Unido desregularice o baje de forma desproporcionada los impuestos) que permita “una competencia justa y abierta”.

Respecto a la posible prórroga de la transición, que consistiría en la posibilidad de que el Reino Unido prorrogue su presencia en ese ‘limbo’ que en principio durará del 30 de marzo de 2019 al 31 de diciembre de 2020, un periodo en el que contarán con todos los beneficios pero sin derecho a voto ni presencia institucional, el documento señala que podría extenderse “uno o dos años”. En un principio estaba previsto que hubiera una fecha ya fijada en el Acuerdo de Salida, una fecha tope hasta la que podría llegar esa prórroga de la transición, pero la división entre los Estados miembros que preferían un solo año y los que estaban abiertos a que durara dos ha hecho que se escoja una fórmula más abierta.

Hay más compromisos: uno para respetar y proteger la multilateralidad, otro para consagrar “el mayor nivel de protección de datos personales” u otro en el que el Reino Unido se compromete a hacer “contribuciones financieras justas y proporcionadas” para participar en proyectos científicos y educativos.

Seguramente el domingo por la tarde reciban un número especial de ‘La hora del té’ en sus buzones con motivo del Consejo Europeo extraordinario. Nos vemos entonces. 

 

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