El velatorio fue en casa de Monzón

Martes 12 de mayo de 2020

La fotografía es del Nº19 del Boulevard Thiers  de Donibane Lohitzun donde  se colocó este busto del Lehendakari Agirre, que es el mismo de Trucíos, hecho por el escultor Leonardo Lucarini. En ese acto estuvieron los Lehendakaris Garaikoetxea, Ardanza e Ibarretxe y la alcaldesa de San Juan de luz Michele Alliot-Marie, pero no he encontrado la fotografía, solo ésta donde se ve  la escultura y al fondo está la casa que fue de Telesforo Monzón, Consejero de Gobernación del primer Gobierno Vasco presidido por Agirre y diputado como él en el Congreso de la República.

Monzón, a pesar de las discrepancias que tuvieron al  final, tuvo  siempre una relación muy estrecha con el Lehendakari de tal forma que cuando fui a visitarle a su casa en 1973 le pregunté por aquel velatorio en su casa y sobre como transcurrió la jornada. Esas y otras cuestiones las publicaron en la editorial Txalaparta en un libro titulado “Llámame Telesforo” que es lo primero que me dijo cuando yo le llamaba Sr. Monzón.

En estas respuestas hay datos inéditos de cómo fue aquella triste jornada que tuvo posteriormente consecuencias con la apertura de fichas y multas a muchas de aquellas gentes que estuvieron en el funeral del Lehendakari oficiado por Monseñor Clement Mathieu, obispo de Dax, y uno de los impulsores de la Liga Internacional de Amigos de los Vascos. En la otra fotografía se ve el cortejo y como llevaban el ataúd varios comandantes de gudaris. Aquello debió ser de una intensidad emocional muy grande.

He aquí pues las preguntas que le hice a Monzón destacando la frase que me dijo de que

“ Cuando murió el Lehendakari,

 todos fuimos sus huérfanos”.

P.- Tengo entendido que el Lehendakari Aguirre fue velado aquí, en esta casa de Donibane.

R.- Así es. Cuando falleció el 22 de marzo de 1960, el primer velatorio se hizo en su casa particular de París, pero luego en la Delegación Vasca de la Rue Singer de París, la que teníamos después de que nos robaron el palacete de la Avenue Marceau. Primero la Gestapo y en 1951, Franco, con la colaboración del gobierno francés.

Como no podía ser menos ofrecí esta casa y aquí estu­vo expuesto tras llegar de París donde tuvo lugar un primer funeral. El coche fúnebre iba seguido por varios coches ocupados por los familiares, miembros del Gobierno Vasco y algunos amigos personales. Seguida­mente iba un autobús con numerosos amigos y colabo­radores. Esta comitiva hizo escala en Poitiers donde pasó la noche. A primera hora de la mañana siguiente se ofició una misa y la comitiva llegó a San Juan de Luz donde jamás me imaginé que iba a tener al lehendakari en semejantes condiciones. Para mí el lehendakari era un jefe, un amigo, un hermano y su muerte nos dejó no sólo estupefactos sino absolutamente huérfanos. No he visto llorar en mi vida a más gente que cuando entra­ban aquí recogidos preguntándose qué sería de noso­tros, los vascos, tras la pérdida del referente político por antonomasia. Una guerra, un exilio, una desapari­ción vía Berlín, una guerra mundial, la dictadura de Franco, la persecución contra todo lo vasco y en aquel infausto 1960, la muerte del lehendakari. No me extra­ña que naciera ETA ese mismo año.

P.-¿Qué tipo de personas pasaron por la capilla ardiente?

R.- De todo tipo. En primer lugar todos los refugiados, gentes que vinieron de América, antiguos gudaris, autoridades de todos los partidos, antifranquistas y republicanos, muchos socialistas y mucha gente joven que pasó la frontera como pudo, sabiendo que les iban a fichar. En Donibane no cabía un alma, yo creo que el funeral y el entierro en esta localidad para San Juan de Luz fue en su historia más importante que el matrimo­nio de Luis XIV, que se casó en la parroquia. Pero para el mundo vasco aquello fue por inesperado y por la extraordinaria personalidad de Aguirre el golpe más duro que se había tenido desde la guerra. Moría nues­tra gente querida y el dictador seguía en el Pardo, incó­lume y persiguiendo todo rasgo de identidad.

P.-¿Como cuánta gente?

R.- Los cálculos más moderados cifraban en unas cua­tro mil personas las que nos vinieron del interior a pesar del cierre de frontera y entre ellos jóvenes de generaciones que no conocieron la guerra y todas las personas llegadas con este motivo fueron fichadas por la policía en Irún en un registro especial. Aquí, en Donibane, se observó el celo con que los policías espa­ñoles llegados para el funeral se dedicaban a anotar nombres y matrículas de los coches.

Pero aquí estuvo el lehendakari. Llegó su féretro a las cinco de la tarde del domingo e inmediatamente se organizaron turnos de vela en los que figuraban perso­nas de diversas localidades reservándose la noche para los jóvenes de la localidad. A las ocho de la mañana del lunes se turnaron en el velatorio diferentes repre­sentaciones de organizaciones políticas y sindicales. A las nueve y media organizamos la conducción al tem­plo, el féretro fue llevado a hombros por antiguos gudaris y comandantes de batallones seguido del que fue comandante de la Brigada Vasca, Pedro Ordoki, que llevaba una bandeja con tierra de los siete territo­rios. La correspondiente a Bizkaia era tierra del cementerio de Sukarrieta donde había estado enterra­do Sabino Arana. Los txistularis marchaban en silen­cio con sus instrumentos en duelo. La cruz alzada, la llevaba, según costumbre local, el «primer vecino» de San Juan de Luz, que era el señor Alty.

P.- ¿Dónde iba usted?

R.- Con los que habían sido diputados. Recuerdo a Irujo, Lasarte, Jauregui, el republicano Ansó, Landaburu, Kareaga. Iba con nosotros también don Ramón de la Sota, que había sido presidente de la Diputación de Bizkaia y los franquistas le habían incautado toda su fortuna por ser nacionalista. Pero iba mucha gente del Gobierno Vasco, del republicano, del francés, de los municipios.

P.- ¿Recuerda alguna vivencia especial de esos días?

R.- Muchísimas. Vi a gente que hacía tiempo no había visto, por ejemplo al que había sido el chófer del lehendakari y que primeramente había sido mío. Se apellidaba Murumendiaraz.

Resulta que este joven se encontraba en el cuerpo de la incipiente Ertzaina en Las Arenas, vigilando el Club Marítimo del Abra. Luis Ortuzar, su jefe, lo había cogido como chofer suyo y así fue el 7 de octubre a Gernika a la Jura de José Antonio. Al terminar la cere­monia se sirvió un lunch al cuerpo diplomático y al nuevo Gobierno y fue cuando vi a Murumendiaraz. Me extrañó verle allí y al decirme que estaba con Ortuzar y Ortuzar estaba asignado a mi nuevo Departamento le dije que desde el día siguiente tenía que ser mi chófer, ya que Ortuzar lo tenía allí sirviendo cham­pán. Hablé con el comandante y estuvo a mi servicio en toda la etapa de Bilbao. Cuando tuvimos que eva­cuar la capital bizkaina y andar por Santander fui al garaje a decirle que se preparase para ir a Avilés, a San Juan de Nieva, para embarcar el coche del lehendakari diciéndole que también iría con él Pacho Arregui. Pero el coche no lo dejaron embarcar en el Seven Seas Spray y le di la orden que embarcara él. Así lo hizo y nada más llegar en el Consejo del Gobierno Vasco que cele­bramos en Bayona le nombramos chófer del lehenda­kari Aguirre. Tuvimos que cambiar de coche y le com­pramos un Oldsmobile por 75.000 francos. En París estuvo al servicio del lehendakari hasta que un mal día éste cogió el tren con su familia en 1940 para ir a Bél­gica y allí les cogió la retirada inglesa y la invasión ale­mana, donde murió la hermana de Aguirre, Encarna, Chato Asporosa y varios más mientras Aguirre desapa­recía en el Berlín nazi, con personalidad falsa. Para no hacer más larga la historia le diré que ante la división de Francia en dos nuestro chofer trabajó en la Embajada de México y luego con Porfirio Rubirosa, aquel famoso play-boy que era el encargado de nego­cios de la República Dominicana y yerno del dictador Trujillo que en 1956 secuestró y asesinó a Jesús de Galíndez.

Rubirosa estaba contento con Murumendiaraz pero cuando la República Dominicana rompió relaciones con Vichy, que era la ciudad donde estaba y presidía aquella Francia el mariscal Petain, tuvo que buscarse trabajo en la Embajada de Finlandia hasta que en 1945 cuando el lehendakari volvió de Nueva York a París, volvió a ser el chófer del lehendakari trabajando con él hasta el año 51 que fue cuando le dijo que se estaba haciendo muy larga la estancia fuera de casa y quería volver. El lehendakari le dijo que estaba de acuerdo y que no le buscara ningún chófer en París pues suprimiría el coche y, nueve años después, estaba allí en mi casa llorando como un crío abrazado a Landaburu. Javier y yo, le dijimos que ya que le había lle­vado tantas veces en vida, tenía que llevarlo en su últi­mo viaje, junto con los comandantes de los batallones que estaban destinados a ese honor. Recuerdo también el rasgo humano del nuevo lehen­dakari Leizaola cuando le vio a nuestro chófer en el cementerio y le pidió que pasase pronto la frontera y que el chófer del partido, Balbino Barriola le llevara a ella rápidamente, pues Leizaola temía por él, ya que se habían sacado muchas fotografías ese día y el nuevo lehendakari quería que pasase el control antes de que se revelaran y publicaran aquellas fotografías que le podían comprometer y darle un disgusto.

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