Domingo 4 de marzo de 2018
Padre Sabino: El maestro de todos
Trabajó incansablemente por la educación en Guayana (Venezuela).
El sacerdote Jesuita conocido por su alegría y gran humanidad falleció a los 83 años.
“Fui feliz. Y si hoy tengo que morir, en tus manos Dios, encomiendo mi espíritu”.
Estas fueron las últimas palabras que pronunció un hombre de corazón noble que dedicó su vida al servicio desinteresado por los más pobres de la sociedad.
Esa persona fue el s. j. Sabino Eizaguirre, quien naciendo en Euzkadi llegó a esta región del mundo para dejar un legado de gran valía.
Su vida fue un constante ejemplo de “trabajo sacrificado y muy valioso” que muy pocas personas han realizado.
A sus 83 años el padre Sabino falleció en Ciudad Guayana, lugar donde vivió más de 30 años y en el cual quiso pasar su último día.
El 20 de febrero se conoció la muerte del sacerdote de la orden jesuita, noticia que fue recibida con gran pesar por la feligresía guayanesa, el clero y la comunidad educativa.
El “padrecito Sabino” como todos lo conocían partió a la casa de Dios tras sufrir un paro cardíaco.
Amor a Guayana
Fue un hombre con profundo amor hacia la tierra venezolana y especialmente a Guayana, ese fue uno de los rasgos característicos que reconocieron sus amistades en él.
El padre jesuita fue fundador de más de doce centros educativos en la región oriental del país y realizó innumerables trabajos con comunidades indígenas de la zona.
Óscar Buroz, sacerdote de la Universidad Católica Andrés Bello – Guayana, (Ucab), compartió con Sabino desde el año 2004 y estuvo con él hasta su último día.
Buroz relató que antes de su fallecimiento, el religioso llegaba de oficiar una celebración eucarística en la sede del Cicpc de Guayana.
Al volver a su residencia en los anexos del Colegio Loyola, manifestó no sentirse bien. Tras una revisión de su cardiólogo y de recibir sus medicamentos indicó que ya el malestar había pasado. Sin embargo, al pasar varios minutos falleció.
Para el clero guayanés, el padre Sabino fue un hombre que siempre tenía una sonrisa en su rostro y que siempre buscaba la fraternidad entre todos.
Raíces vascas
Un 31 de enero de 1936 nació Eizaguirre Irure en el pueblo de Aizarna, en Gipuzkoa (Euzkadi) .
Era hijo de caserío modesto y por tanto de raíces humildes ya que su crianza fue en el campo, donde él, sus hermanos y sus padres cultivaban la tierra como se hacía en el pasado siglo.
Su educación de primaria y secundaria la recibió por parte de los jesuitas, y de allí nació sus deseos de sacerdocio. Con 19 años llegó a Venezuela al concluir su noviciado.
En los años sesenta se trasladó a Colombia donde estudió Humanidades y Filosofía en la Pontificia Universidad Javeriana.
Después regresó a Euzkadi para ser ordenado sacerdote en 1966. Tras vivir uno de los momentos más significativos partió a “su verdadero lugar”, Venezuela, en 1970.
Estuvo dos años como profesor en la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab-Caracas) y luego inició la labor por la que será muy recordado.
Apasionado de la educación y de enseñar a los pueblos desprotegidos, el padre Sabino fundó el Centro de Extensión Cultural Padre Francisco Wuytack y la Asociación Civil Terepaima (Asocite).
Trabajo educativo
En la década de los ochenta comenzó su labor en los colegios de Fe y Alegría. Fue pionero del Proyecto de Alfabetización Liberadora Abrebecha y director de varias zonas educativas como la de Centro-occidente y en Oriente.
Estuvo en Cumaná, Gran Sabana, Pijiguaos, Puerto Ayacucho, Ciudad Guayana, Tucupita y otros lugares donde llegó su amor.
Doris Toledo, exdirectora de la red Fe y Alegría Puerto Ordaz, recordó que a sus 21 años lo conoció y vio en él un alma “misionera que creía en la gente”.
“Para mí fue un formador de maestros y su legado es de humildad y sencillez”, expresó conmovida Toledo.
Otra profesora que compartió largos años con Sabino, fue Yanitza Manrique, actual directora de Fe y Alegría.
“Él fue un hombre que te ayudaba y te acompañaba en todo, un gran guía espiritual. Fue un fundador de varias escuelas que solo se llegan por vía fluvial en el río Caura y eso dice mucho de su personalidad”, apuntó la educadora.
“Al final del camino me dirán:
– ¿Has vivido?, ¿has amado?.
Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres”.
Estas palabras fueron pronunciada por Sabino en una de sus homilías en donde demostraba el gran afecto que sentía por las personas.
La semana pasada la comunidad católica de Guayana despidió al “querido Sabino” en la capilla del Colegio Loyola.
Monseñor Helizandro Terán, obispo de Ciudad Guayana, ofició una misa en homenaje a este “gran servidor de Dios”.
Amante de la oración
Sus compañeros de sacerdocio reconocieron que Sabino en su vida espiritual fue un “amante” de la oración y escucha a Dios. De allí su gran fuerza para el trabajo cotidiano.
Y nosotros contentos de que un jesuita vasco, euskaldun, fuera tan querido por la gente más necesitada. Y seguramente, por aquí sin enterarnos del gran labor hecho por este hombre de bien.