Viernes 15 de julio de 2016
“Locura es hacer lo mismo una vez tras otra y esperar resultados diferentes“.
Corría el año 1978 cuando la Unión Soviética se decidió a intervenir para frenar un sangriento conflicto entre facciones del Partido Comunista Afgano por hacerse con el poder. La guerra fraccionalista y la operación soviética para mediar entre ambas partes alentó a islamistas de diferentes grados para alzarse y ya en 1980 el gobierno afgano y las tropas soviéticas solo ejercían un control efectivo en las grandes ciudades del país.
Estados Unidos, ante la oportunidad que le había dado la historia para golpear a la URSS en su patio trasero, apoyó, financió y armó (con la ayuda de los servicios secretos pakistanís) una red internacional de voluntarios islámicos para derrocar al gobierno comunista afgano y asestar un golpe que a la postre resultó definitivo a la Unión Soviética.
A este fin, decenas de miles de islamistas acudieron a Afganistán desde el Magrhib hasta Filipinas e Indonesia pasando por las repúblicas soviéticas de Asia Central y, una vez tomada Kabul en 1992, muchos de ellos volvieron a sus países radicalizados y con una gran experiencia en el manejo de armas, lo que sumió a países como Argelia, Libia, Pakistán, etc. en un baño de sangre sin precedentes en el periodo 1992-2000 que a duras penas pudo ser sofocado.
El hecho de apoyar una opción rigorista en un país de base tribal no funcionó y, tras muchos conflictos sangrientos, los talibán se hicieron con el poder en el país mientras la atención pública se centraba en el derrocamiento de Saddam Hussein, en una invasión que atrajo a los desmovilizados de Afganistán y de las diferentes guerras civiles que azotaban el norte de África, sumiendo Iraq en un conflicto sectario que a mayor o menor escala perdura hasta la actualidad.
Las Primaveras Árabes que comenzaron en 2011 preludiaban un aire de libertad en unos países del norte de África y Oriente Medio regidos por largas dictaduras o monarquías absolutistas. Así pues, en cuestión de meses, caían los gobiernos de Túnez, Egipto y Libia y sufrían bastantes apuros para mantenerse en el poder Ali Saleh en Yemen, Bashar al Assad en Siria y la familia real de Bahréin.
Si bien las primaveras árabes convulsionaron los países anteriormente citados, dos de ellos han causado terremotos a nivel internacional, de los cuales sufrimos las consecuencias: son Libia y Siria, que guardan enormes paralelismos con el caso afgano.
Referente a Libia, y coincidiendo con rumores que circulaban por toda Europa de que se iba a descubrir la financiación por parte de Gadafi de numerosas campañas electorales de partidos políticos (y en especial Sarkozy y la UMP), estalló en el este de Libia un alzamiento cívico-militar que rápidamente fue apoyado por países occidentales y estados del Golfo, dotándolo de armas, voluntarios y cobertura aérea, con el brazo político de la rebelión haciéndose rápidamente con el poder mientras su brazo armado, una heteróclita amalgama de milicias tribales, federalistas e islamistas, saqueaba los arsenales del ejército y se repartía el territorio en innumerables feudos enfrentados entre ellos.
El saqueo de los arsenales libios generó una enorme inestabilidad en el Magreb, ya que los grupos yihadistas de la región disponían de una fuente casi inagotable de armas y munición. Al poco tiempo se estableció un emirato islámico en el norte de Mali que tuvo que ser abortado por Francia con la ayuda de los países vecinos. Otra parte de dichos arsenales fluyó a milicias armadas en Nigeria, Túnez, Egipto, Argelia y Siria.
Desde 2012 hasta el día de hoy, Libia ha estado sumida en el desgobierno. Primero con un gobierno islamista protegido por unas milicias provenientes en algunos casos del extinto Grupo Islámico Combatiente Libio (vinculado a Al Qaeda) o de la Hermandad Musulmana. Después sumida en una guerra civil, cuando los islamistas se negaron a abandonar el poder una vez vencida la legislatura y en la que ISIS y Al Qaeda crecen a sus anchas ante el desinterés europeo pese a ser una plataforma para lanzar ataques a centenares de kilómetros de Europa.
Siria, antaño parte del imperio colonial francés, vio como una serie de malas cosechas y un empobrecimiento de la población, unido a la involución política del país tras unos años de tímida apertura política, dio lugar a una insurrección civil que con el tiempo fue instrumentalizada por los mismos grupos que en diversas ocasiones se habían alzado con anterioridad a fin de establecer un estado regido por la Sharia.
Francia, viendo la posibilidad de volver a influir en un país que había salido de su control en los años 60, apoyó inmediatamente a los alzados y en compañía de Turquía, Arabia Saudí y Qatar canalizó la ayuda de los países de la Unión Europea y EEUU. Durante años se ha armado a unos rebeldes moderados que, si bien al principio tuvieron diversos éxitos militares, se han vistos diezmados por la incompetencia y la corrupción de sus mandos políticos y militares y las deserciones masivas a opciones más serias y/o mejor armadas.
Pese a que es francamente visible en lo que ha derivado el conflicto sirio, en el que el ISIS controla prácticamente la mitad del país y lo que jocosamente sea venido a llamar Rebeldes Moderadamente Moderados (Al Nursa/Al Qaeda, Ahrar Al Sham,Liwa Al Quds ,etc), se extienden por las provincias de Idlib y Alepo el flujo de armas canalizados por Francia, Qatar y Turquía. No se ha visto reducido aún, a sabiendas de que dichas armas y hombres destinados a los rebeldes moderados acabaran en manos yihadistas ya sea por saqueo, venta o deserción de la tropas con las armas recién entregadas.
Conclusión
Lo anteriormente escrito no es fruto de un análisis acrítico antioccidental sino de un serena reflexión que refleja el errado empeño de los países occidentales en aliarse ocasionalmente con el yihadismo a fin de combatir a un enemigo común.
El yihadismo es la expresión militar de una ideología totalitaria que no admite en su seno ni el capitalismo, ni el comunismo, ni el nacionalismo, ni el laicismo… a los que considera enemigos a eliminar. Toda colaboración con ellos es considerada temporal a fin de liquidar a un enemigo para posteriormente centrarse en el otro. Como el escorpión de la fábula, ésta es su naturaleza, y espera el momento para revolverse contra sus antiguos aliados.
En los años ochenta, los voluntarios que combatieron para derrotar al comunismo eran del Magrib, Asia Central e Indonesia-Filipinas. Los de esta década, además, incluyen decenas de miles de jóvenes nacidos en Europa, Estados Unidos, Canadá y Australia, y nada induce a suponer que no vayan a repetir el esquema de los 90 en el Magreb, esto es, radicalizar a la población musulmana y establecer allá donde puedan emiratos regidos por la Sharia.
Los que han cometido este horrendo crimen saben que están creando un caldo de cultivo para inestabilidades posteriores, fomentados por los recelos interreligiosos entre franceses y la posible represión policial, que hábilmente manipularan para mostrarla como un ataque al Islam cuando en realidad se trata de la desarticulación de un grupo extremista incompatible con lo que significan Francia y Europa. Además, saben que van a coger de improviso a los servicios secretos occidentales, ya que éstos han considerado (salvo honrosas excepciones) la radicalización de su juventud como un problema lejano que con suerte les solucionaría conflictos con un gobierno no amigo y con mucha suerte se quedarían o morirían en dicho país, cosa que el caso afgano demostró que no es cierta.
Es hora de tomarnos en serio, entre todos, el problema de la radicalización y el de los retornados. Explosiones como las de ayer son evitables a base de reforzar la vigilancia pero las causas son más difíciles de detectar y controlar: el descontento de la juventud (no necesariamente de origen musulmán), la falta de perspectivas de futuro y la facilidad con la que se propagan los discursos de odio, financiados por países anclados en el siglo VIII.
Probablemente todas las respuestas a su pregunta resulten incompletas.
También la mía, por supuesto.
Pero en lo nuclear, tengo para mi que el terrorismo islámico deriva de su concepción religiosa de lo que deba ser el mundo y sus gentes.
A los islamistas no parece entrarles en el cerebro que haya humanos que prescindan de las divinidades (y de sus mensajeros) para desarrollar su vida y organizarse en comunidades, ni siquiera que prefieran a otra divinidad distinta a la suya y que prescindan por completo de su Profeta y la parafernalia con que lo envuelven ellos.
El odio cerril a quién no comparte su fe religiosa es una muy peligrosa pandemia de la que estamos obligados a defendernos, con toda la legitimidad de la razón, de la equidad y de la fraternidad, y con toda la contundencia.
Hay millones de musulmanes pacifistas, recordaré que en la guerra civil española muchos cardenales y obispos bendecían tanques y cañones , que acabarían con la vida de inocentes.No, las creencias no son los problemas , son las formas, los actos violentos: guerras, atentados, torturas, golpes de estado…que son intentos de imponer ideas. En estados demócráticos, uno de los derechos de los ciudadanos es respetar la libertad religiosa.
Pero creo Iñaki, que el terrorismo afincado en Europa ,como decía el primer ministro francés nos va a acompañar, durante bastante tiempo y quizás para encontrar la solución tendrá que ser favorecer, dentro de los estados árabes , otros equilibrios de fuerzas.Saludos , Iñaki.