El Bizarro Embajador de Aznar y los Vascos rebeldes de Idaho

Nuestros mayores salieron escaldados de su ausencia en el conocido como Pacto de San Sebastián en 1930 que, al poco, dio origen a la República. Aquellos titubeos y complejos retrasaron la tramitación estatutaria cuatro años fundamentales. De ahí que en la larga noche del franquismo apostaran políticamente por el Equipo Demócrata Cristiano del Estado Español, salvando la personalidad del PNV, porque en una transición teníamos que contar con interlocutores en una Villa y Corte donde no habíamos contado para nada en tiempos republicanos ya que se habían juntado el hambre y las ganas de comer, es decir, un PNV que no quería se hablase en Madrid más que del estatuto y unas fuerzas políticas españolas alborotadas a las que les importaba el estatuto vasco un pito.

De nuestra mano llegó a la UEDC (Unión Europea Demócrata Cristiana Unió Democrática de Catalunya y en 1963 en Taormina la apuesta democristiana de Ruiz Jiménez y posteriormente de Gil Robles. De ahí que cuando se hablaba de fuerzas en liza para el futuro, tras la muerte de Franco, siempre se contaba con el PSOE, el PC y la DC como tercera vía entre la izquierda y la derecha. ¿Por qué?. Porque era la fuerza que gobernaba Europa, y además quería en el estado español una fuerza homóloga que fuera su interlocutora. Y así iba a ser, pero como es imposible hacer una tortilla de patatas sin huevos y sin patatas, no se puede hacer un partido democristiano sin demócratas cristianos. Y a Ruiz Jiménez y a Gil Robles, los Álvarez de Miranda, los Alzaga, los Cavero, los Rupérez, les dejaron más solos que la una yéndose todos ellos al autobús de la UCD que puso en marcha Adolfo Suárez. Y aquel Equipo, fracasó.

Uno de los padres de aquel fracaso, Javier Rupérez fue quien, posteriormente con Marcelino Oreja, y tras la debacle de UCD, llevó al PP al seno de la democracia cristiana europea e internacional. Y no pararon hasta lograr que en el año 2.000 en Chile nos excluyeran de una Internacional que habíamos fundado. Así son las cosas en la viña del señor.

Rupérez madrileño y diplomático es persona competente aunque seco y altivo. Lo más negado para dedicarse a la política y a las relaciones humanas. En su día se armó una buena porque le dijimos que dormía con la orden de Carlos III encima del pijama. Es pues poseedor de un alto concepto de sí mismo y creyó que habiendo ganado las elecciones Aznar en 1996 éste le nombraría su canciller. Ya, ya. A los presidentes les gusta a ellos hacer la política exterior y a quien nombró fue a Matutes llevándose Rupérez el disgusto de su vida. Se quedó como Duran de presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores y, viendo con el tiempo que Aznar no contaba con él para ese puesto, se reintegró en la carrera nombrándole Aznar embajador en Washington, que no está mal, donde anduvo a sus anchas.

Recuerdo que cuando a Gorbachov le dieron aquel golpe de estado una delegación del Congreso se desplazó a Moscú a mostrarle su solidaridad. La presidía Txiki Benegas y entre otros diputados estaba Rupérez y estuve yo. Y recuerdo como en el viaje de vuelta Rupérez me contó un hecho ilustrativo de la discusión y tramitación estatutaria entre Suárez y el PNV. Me dijo que ante nuestras “inasumibles pretensiones” Suárez le había enviado junto a Álvarez Miranda a visitar a Leo Tindemans en Bruselas, a Luis Herrera Campins en Caracas y a Paul Laxalt en Washington para decir a éstas personas, consideradas amigas del nacionalismo vasco, que el gobierno español no podía aprobar un estatuto separatista pero, con tan mala suerte, que al llegar de regreso de éste periplo a Barajas se encontraron con que en la primera página de El País se informaba ese día del acuerdo entre la delegación negociadora vasca y Suárez. Al poco Rupérez fue secuestrado, (se lo atribuye a Otegi), y de todo esto le quedó hacia el nacionalismo vasco un cariño indescriptible.

Este Javier Rupérez acaba de escribir un libro sobre su estancia en los Estados Unidos como embajador español de Aznar. Ahora, con setenta años, es cónsul en Washington. Los socialistas no le han tratado mal. Y como no podía ser menos el libro viene prologado por Aznar a quien lleva a la portada junto al autor del libro.

No recomiendo su compra, y si alguien quiere saber del capítulo que cariñosamente nos dedica y que lleva el sugestivo título de «Sinfonía Pastoral con allegro bárbaro: los vascos en los Estados Unidos”, hoy y mañana lo tendré alzado en mi blog. Pero por favor, no compren el libro.

«A poco de llegar a Washington -nos dice- me propuse acercarme cuanto antes a esa realidad para afirmar, por si alguna necesidad hubiere, la españolidad de lo vasco…

“Desde los primeros tiempos de mi estancia en Washington como embajador tuve noticia de movimientos y actuaciones que tenían como centro impulsor a ciertos medios de la colonia vasca en Idaho y cuya última finalidad, no por casualidad coincidente con los dogmas nacionalistas al uso, sin por ello establecer diferencias entre pacíficos y violentos, era claramente contraria a nuestros intereses nacionales y constitucionales. En el centro de tales actividades aparecía sistemáticamente el nombre de Pete Cenarrusa -versión corta y americanizada del Zenarruzabeitia original-personaje de edad avanzada, durante décadas secretario de Estado de Idaho y que, seguramente tampoco por casualidad, había sido coronado por el PNV en el año 2000, con toda la fanfarria local que se puede imaginar, con el Premio Sabino Arana en el apartado del “vasco universal”. Mis primeros informes hacían estado de una comunidad descendiente de vascos que en Idaho no superaría las veinte mil personas, de natural pacífico, de nacionalidad estadounidense ya en la tercera generación y moviéndose en aguas en donde en general convivían la neutralidad política y la nostalgia ancestral. Tanto el PNV como sectores próximos a Batasuna, y sus terminales mediáticas, no estaban dispuestos a que ello siguiera así por mucho tiempo. Y la pieza de Cenarrusa era clave en el intento y en la tarea de “internacionalizar el conflicto”, la voz de un político estadounidense podía alcanzar una dimensión importante. Cenarrusa se lanzó con entusiasmo a la maniobra”.

Así empieza este ilustrativo capítulo.

No sé si ustedes recordarán como en el Aberri Eguna de 1978 nos llegó desde Londres nada menos que el presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Senado estadounidense Frank Church. El hecho no gustó en Madrid, pero Church sabía que en Idaho, estado del que era senador, la presencia vasca era muy importante y cultivaba su granero. Si a esto se le añadía la desbordante actividad del delegado del gobierno vasco de Leizaola, Periko Beitia y la del hombre clave en este estado como Pete Cenarrusa, la explicación venía de por sí.  Ya bajo el franquismo, las Cámaras de Idaho habían condenado el juicio de Burgos y a todo el franquismo. Rupérez pues, se encontró con una colectividad politizada y una personalidad a batir: Pete Cenarrusa a quien llama de todo: «una impresentable antigualla», «mirada vacuna», «él y sus secuaces «,» doblez en la actuación…»

Narra Rupérez el viaje de una delegación senatorial norteamericana donde iba el senador por Idaho Larry Craig y lo que tuvo que hacer para llevárselo al huerto, logrando que dicha delegación no se entrevistara con ningún vasco. Cuenta una comida en Boise y el brindis que les hace Cenarrusa y que él replica. Expone las dificultades de su cónsul Roy Eguren, su dimisión y como logra implicar a Adelia Garro para nombrarla cónsul honoraria en Idaho por ser viuda de uno de los hijos del empresario Simplot rey de la patata. Explica con detalle sus maniobras para que el presidente Carter no interviniera con su Fundación en nada que tuviera relación con lo vasco. Nombra obsesivamente a Deia como portavoz de los «conjurados» y finalmente explica sus presiones personales para que el Senado de Idaho no aprobara el Memorial sobre el derecho de autodeterminación del pueblo vasco. Finaliza su largo capítulo de veinte páginas reconociendo su fracaso para que los vascos españoles expliquen de «verdad» que pasa en Euzkadi.

¿Qué se puede hacer ante este cúmulo de pedradas y acciones tan hostiles de un embajador?.  Lo mismo que él propone: darlas a conocer. Por eso propongo que en Idaho se traduzcan al inglés y al euskera, se repartan y Pete Cenarrusa, David Bieter, Roy Eguren y toda la comunidad comprueben el jaez y la actitud de un embajador español hacia ellos y hacia lo vasco en general buscando unir nacionalismo con violencia.

Pero ya les digo. No compren el libro. Tiene usted el capítulo gratis hoy y mañana en mi blog. Como servicio público. Y para conocimiento de las obsesiones de Rupérez. Todo un diplomático español.

Cartas de amor de Sabino Arana

Joseba Aguirreazkuenaga es un catedrático de la Universidad del País Vasco que acaba de editar el libro que acompaña a este texto. Fundamentalmente son cartas  de Sabino Arana a su novia Nikolase AtxikalIende. Son cartas de amor, escondidas por sus discípulos, para no “rebajar” la fortaleza  de la  imagen que de “El Maestro» habían creado. Pero lo que en las cartas lo que late es un ser humano que le dice a la novia cosas bonitas, lo que le conviene, o cuánto le echa en falta con diminutivos y palabras cariñosas. Es la otra cara de Sabino. La desconocida. También  hay cartas  a sus padres, a su sucesor en el PNV, Aingeru Zabala, y a políticos y colaboradores de la época. Es un buen trabajo histórico para estudiar al  histórico personaje en su vertiente humana y en su contexto. Un libro pues, extraordinario tras años de sequía de trabajos serios sobre Sabino.

Recuerdo que uno de estos juegos de cartas, en fotocopias, me los dieron en depósito con todo el sigilo del mundo y la obligación de no enseñarlas. Seguramente sería Ceferino de Xemein el autor de tal censura. Para él Sabino era un demiurgo y  el hecho  de que le contara a su novia sus cuitas, para él, seguramente le quitaba solidez y seriedad al personaje. Para mí, sin embargo, le daba la dimensión humana que estaba necesitando entre tantos libros destructivos que se han escrito contra él. Son pues 447 páginas para ir leyendo poco a poco con las gafas puestas en el final del siglo  XIX y principios del XX. Todo un documento.

El libro, con una portada muy de devocionario, ha sido editado por la Diputación de Gipuzkoa. Un trabajo de esta envergadura hubiera requerido una portada mucho más airosa y artística  para enmarcar bien el gran trabajo hecho por Joseba Aguirreazkuenaga. Zorionak.

La bandera del PCE sobre el féretro de Curiel

Ha fallecido Enrique Curiel.  En su féretro pidió se colocase la bandera del PCE, el partido de su vida, aunque desde 1990 militaba en el PSOE.

Le conocí en el Congreso. Llevaba con insistencia el esclarecimiento de una desaparición sonada en su época como fue  el caso Nani. Elegante, apuesto, buena gente, era un opositor tenaz y parlamentariamente eficaz. Y le volví a encontrar en la legislatura anterior en el Senado. Ya en el Psoe. Era el secretario general del Grupo Socialista.  El portavoz era Joan Lerma, aunque el trabajo diario lo hacía Enrique que encontraba tiempo para escribir en Deia y para hablar de  superar el contencioso vasco con valentía y medidas políticas.  Era muy buena gente.

Su agrupación gallega, era de Vigo, por esas cosas de partido cortoplacistas y aparateras  no le incluyó en las listas y con sesenta años tuvo que reingresar en la universidad como profesor asociado ganando 700 Euros.  Un dato para todos aquellos que en estos meses han hablado de las pensiones y cesantías de los políticos.

Al enterarme de su fallecimiento le he llamado al presidente del Senado Javier Rojo.  Le he recordado que a propuesta mía la Mesa aprobó que cuando falleciera un senador, alguien de su grupo, hiciera sobre él una semblanza, un Memorial, en el primer pleno seguido al hecho.  “Pero ya no era senador” me ha contestado. “¿Y qué?”. “¿Hace falta que alguien este en el ejercicio para que se loe su trabajo?”.  No sé lo que harán. Pero yo insistiré.  Enrique Curiel merecía eso y mucho más porque cuando la gente habla tan superficialmente de la política y de los políticos deje de mirar a los Camps y a los corruptos de todo tipo y mire más a los Curiel, que son la mayoría y que además mueren pobres, casi abandonados y pidiendo pongan sobre su féretro la bandera del PCE, la bandera de sus más limpias ilusiones.