Lunes 15 de enero de 2024
Javier Sádaba (filósofo)
Muchas cosas se están diciendo sobre los males de nuestros días.
Algunas repiten lo mismo que se decía no hace aún muchas décadas en Europa.
El problema es que hoy todo se expande por el mundo entero.
Se podría hacer, sin mucho esfuerzo, un decálogo de tales males.
Así: inmediatismo, emotivismo, falta de autocrítica, ignorancia supina, incultura, dependencia de los medios de comunicación, poder en vez de autoridad, magia tonta, infantilismo, incapacidad de razonar, credulidad sin límites, irresponsabilidad, fanatismo barato, supeditación a la masa, sometimiento al grupo, y otra serie de defectos.
No es necesario forzar mucho la imaginación para darse cuenta.
No dudo que esto sea así, aunque siempre hay que poner los matices necesarios, para no caer en un necio pesimismo o ponerse a cantar aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Pero yo voy a fijarme en uno que, al modo de symploké platónica, les envuelve a todos.
Se trata de la *superficialidad*.
Porque el superficial esconde o no tiene fondo y, al mismo tiempo, se queda con la cáscara de los demás.
Es un simple interfaz entre unos y otros.
Es la comunicación plana.
Es la bobada por la bobada.
Es la exaltación de la trivialidad.
Es no enterarse de nada, no tener ideas propias, andar por este mundo como piuma al vento.
Es, en fin, un simple.
Creo que esto es así.
Creo que va por el camino de empeorar. No le veo arreglo. Entre otras cosas porque el superficial escucha sonido y no palabras, ruido y no razones
Yo, por si acaso, lo digo.
Soy también autocrítico y quién sabe si en algún momento un inesperado mar de fondo llene de olas la estúpida superficie.


