Sábado 10 de octubre de 2020

Fue impresionante ver en ETB la noche del miércoles el trabajo sobre la Fuga del Fuerte de San Cristóbal en un programa nuevo que estrena la serie de “Vamos a Hacer Historia”. Documental-reality llevado con buena mano con imágenes muy claras del Fuerte y con testimonios de algunos de los allí fugados. Conozco a la productora Maite Ibañez que mima sus trabajos y los documenta con imágenes y documentos la mayoría inéditos.
Viendo el trabajo pensaba lo bien que hubiera venido este documental cuando nació ETB en 1982 ya que todavía vivían muchos de los protagonistas de aquella terrible historia de odio y represión a escasos kilómetros de Pamplona en un Fuerte militar donde toda represión tenía su asiento.
Y recordé la historia de Pedro Mari Urrutikoetxea, un gudari bilbaíno que pasó por aquel antro y que escribió un libro, ”La Hora del Ultraje” al que le pusimos esta portada tan expresiva del artista Nik Quintana. Tan es así que a su única hija le puso de nombre de Iruña, habida cuenta de las vivencias que padeció en su estancia en años de ultraje y persecución. El documental de ETB con sus diálogos e imágenes nos dio una perfecta muestra de lo que fue aquello y de la petición de los familiares en relación con sus desaparecidos.
En el libro de Urrutikoetxea aparece su llegada al Fuerte y ese fragmento es el que reproduzco a continuación.
Escribió así:
“La celda era un cuadrado de unos 7×7 metros, y allí fuimos amontonados casi cincuenta hombres.
Toda ella de losas de piedra, techo, paredes y piso. En un ángulo había una gran lata, llamada «zambullo», de ochenta-noventa centímetros de altura, que habría de servir para las necesidades físicas de todos.
Cuando la puerta se cerró tras nosotros, y los cerrojos cesaron de gemir y se nos dejó solos, comenzó la reacción de aquellos hombres sometidos a esos tratos inhumanos. Unos, sentados sobre sus maletas o mantas, lloraban calladamente. Otros, aparecían con el espanto pintado en su expresión. ¿Dónde nos habían metido?. Aquél relataba las atrocidades que, había oído decir, se cometían allá diariamente. Y con tanto sobresalto es de comprender la velocidad de funcionamiento de los aparatos digestivos de cada quien. Los viajes al «zambullo» eran constantes, la atmósfera que se respiraba, pestilente, sin la menor ventilación. Fue una noche dramática y el cuadro era indescriptible. Imponía ver a aquellos hombres fuertes, la mayoría de alguna edad – yo era, con mucho el más joven -, desmoralizados a tal extremo.
En algunas ocasiones, en que las circunstancias se tornan insoportables por algún motivo, yo suelo sacar de alguna reserva oculta que debo tener, un resto de carácter para sobreponerme. Creo que se trata de un simple reflejo psicológico de conseguir la luz indispensable para sobrevivir en un mar de tinieblas. Y aquella noche, me sucedió lo mismo. Recuerdo que me dediqué a inyectar optimismo a cuantos pude.
Inventé sobre la marcha unas noticias – falsas – que decía haber desde aquel penal de gente conocida, acerca del no tan mal trato que se recibía y de lo sano del ambiente climático que lo convertía en una especie de sanatorio, a causa de la altura y de la temperatura, fresca casi siempre. Con ello quizá logré calmar a quien me escuchó, no sé si lo conseguiría, pero estoy seguro que, aquella noche increíble, desde luego que me gané un pedacito de cielo.”


