Conviene traer al presente a los jelkides que nos han dejado y cuyo recuerdo es una referencia de bondad, trabajo y respeto a los demás. Es el caso de Félix Aranbarri que falleció víctima de un accidente hace 6 años.
Félix Arambarri fue el primer alcalde democrático tras las elecciones de 1979. El último, el de la República, había sido José M. Solabarrieta, aitxite de mi esposa María Esther que al ir a votarle a José Antonio Agirre en Gernika el 7 de octubre de 1936 no pudo volver más a su pueblo. Se lo requisaron todo y lo condenaron a muerte. En el exilio fue presidente del Centro Vasco de Caracas.
Félix fue alcalde de 1979 a 1988 y luego le tocó encarar el duro reto de la Gestora en el año 2007. Lo hizo hasta el 2011 junto a Josune Aristondo, Amaia Espinosa, María Esther Solabarrieta, José Luis Garay, Gotzon Lobera, Rikardo Gatzagaetxeberria, Joseba Ander Rosales e Ibon Arambarri que dieron la cara para que el pueblo no quedara ingobernado.
Hicieron un trabajo encomiable en una localidad en la que lo único que se renovaban eran las pintadas. Ascensores nuevos, acceso al cementerio, gestión de las basuras a través de la Mancomunidad de Lea-Artibai, ampliación y aceras en casi toda la travesía que recorre el municipio, puesta en valor del arenal de Arrigorri, ampliación y renovación del paseo peatonal Ondarroa-Berriatua a través de Aieri, incorporación al Consorcio de Aguas y un largo etcétera que hoy, pasado el tiempo se reconoce, ante la inactividad de la actual Corporación liderada por EH-Bildu.
Decía el lehendakari Ardanza en una emotiva semblanza escrita tras el fallecimiento del alcalde y habiéndole conocido por haber vivido él en Ondarroa que una generación se iba yendo y era a la que le había tocado apechugar no solo con poner en pie unos ayuntamientos democráticos sino con una generación de gentes que les hicieron la vida imposible pero que ese “viejo partido” había sabido superar esa dura etapa por contar con gentes de principio como Félix.
Felix estaba cargado de planes y de ganas de vivir, pero aquel nefasto accidente que sufrió cuando iba al Obispado para ayudar en aquellas Navidades de 2018 le interrumpió para siempre sus dedicaciones. Accidente que nos lo llevó cuando él como buen ciudadano iba correctamente por la acera. Un helicóptero se lo llevó a Cruces con vértebras rotas y un mal pronóstico. Falleció en la UCI tras ocho días de lucha. El funeral fue una muestra del impacto que causó su fallecimiento en el pueblo y en la clase política.
Por eso hoy el recuerdo a su viuda Mariasun, que siempre ha mostrado una gran entereza y dignidad, así como sus dos hijos Iñigo eta Xabi y el resto de su familia.
Todo un jelkide con principios y acciones. Todo un estilo. GB
Recibí ayer una llamada de Gorka Landaburu ”Iñaki!. Por fin devuelven la delegación de Marceau!. Voy a comprar una botella de Marqués de Riscal que es la que le gustaba a mi aita para celebrar las grandes ocasiones!”. Javier de Landaburu fue un hombre clave en la recuperación de la Delegación tras la liberación de Paris en 1944.
No es para menos. Fue la mejor noticia del año porque nos pareció siempre un imposible, con lo que se demuestra que en Madrid no hace falta tener razón sino que te la den y eso ocurre solo cuando te necesitan y tu aprietas mucho.
Siempre nos sacaban a colación que era una propiedad del estado adscrita a la embajada española en Paris y por tanto intocable. Allí funciona el Instituto Cervantes que visitó con gran boato Felipe VI y eso que le advertimos que iba a visitar una propiedad robada por la Gestapo y la Policía española.
Podríamos contar decenas de negociaciones, presiones, iniciativas al respecto, todas fallidas y hasta acciones exóticas como la que hicimos un 14 de junio de 2005 estando allí en una Feria aérea internacional. Seis tipos con traje y corbata, en el centro de París, delante de un bello edificio de 1883, declarado de interés cultural, entonaban una rara melodía. Por lo menos eso se lo pareció a los distintos parisinos que acostumbrados a presenciar espectáculos insólitos en su ciudad, no entendían cómo aquellos extraterrestres cantaran bajo el sol del mediodía y no pusieran un platillo para que los viandantes echaran sus monedas.
Sin embargo, cualquier vasco no sectario que hubiera pasado por allí se hubiera dado cuenta que entonaban el himno nacional vasco ‘‘Gora ta Gora’’. Lo raro es que lo hicieron bajo una bandera española que ondeaba en el centro del balcón de un palacete que decía Instituto Cervantes, estaba en el número 11 de Av. Marceau, cerca del Arco del Triunfo y de los Campos Elíseos. Aquellos seis parlamentarios decían que aquel edificio fue adquirido por gentes del PNV, al frente de las cuales estaba Marino Gamboa y Patxo Belausteguigoitia. ¿Y por qué entonaban emocionados el ‘‘Gora ta Gora’’?
Solamente querían hacer justicia a una generación que en 1951, con los ojos llenos de lágrimas, se despedían de su edificio cantando religiosamente el himno vasco. Era lo único que podían hacer. Una decisión ignominiosa le quitaba al Lehendakari Aguirre su centro de acción política al inicio de una década, los cincuenta, en la que los aliados decidieron apostar por Franco y su dictadura mientras bajaban una espesa cortina a todo lo que había significado una heroica y consecuente lucha.
A José Antonio Aguirre los franceses le habían ofrecido otro edificio pero había contestado que no. Y había hecho algo más. Había llamado a los vascos de Venezuela que en una semana le habían atendido y enviado la cantidad suficiente para comprar un chalecito en la Rue Singer, en el distrito XVI. A partir de ese día se iniciaba una reivindicación.
El Lehendakari, en la puerta, dijo: «Sr. Comisario: permítame hacer una declaración como Presidente del gobierno vasco en el exilio y como ocupante ‘‘de facto’’ de una parte del inmueble, que la Liga Internacional de Amigos de los Vascos me facilitó. Salimos de este edificio expulsados por la fuerza pública, en ejecución de una sentencia que califica al Gobierno vasco de ‘‘ladrón’’, sentencia obtenida durante la ocupación alemana bajo la protección del enemigo. Yo protesto contra esta violencia y declaro que nuestro honor, nuestra buena conducta y nuestra tradición merecían un tratamiento muy distinto. Nuestra sangre ha sido derramada junto a la vuestra en la lucha contra el enemigo común, y ahora se nos expulsa de esta casa para entregarla en manos de los que durante toda la guerra pasada fueron aliados de nuestros y vuestros adversarios del Eje.
Protesto en nombre de nuestro pueblo, al que ésta decisión causa el más profundo dolor sufrido en el exilio, sobre todo porque dicha decisión ha sido adoptada por los amigos con los que hemos compartido dolores y sacrificios comunes por la causa de la Libertad y de la Democracia, causa a la que permanecemos inalterablemente fieles».
La decisión la tomó François Mitterrand, ministro del Interior.
El secretario general de la Liga Internacional de Amigos de los Vascos, el senador francés Ernest Pezet, había elevado la voz diciendo: «Quiero declarar que la Liga va a ser expulsada contra todo derecho real y que sólo cedemos ante la fuerza pública. Pero este triste asunto, en el que el Gobierno francés juega un papel tan indecoroso, no ha concluido todavía. En primer término, la justicia, aunque su curso haya quedado interrumpido, sigue su procedimiento. (Hay dos recursos de apelación entablados por la Sociedad ‘‘Finances et Entreprises’’ propietaria legítima del edificio y por la Liga de Amigos de los Vascos). Y además, la cuestión, tendrá prolongaciones y repercusiones en otras esferas. Es posible que en el futuro los responsables de esta medida lamenten haber cedido ante una pretendida razón de Estado, que trata de justificarse por la preocupación de evitar a nuestras instituciones francesas las consecuencias de las amenazas del Gobierno español».
Y el Senador Pezet concluyó diciendo: «Cumplo así mi deber con nuestra Liga, y en la medida de mi poder, quiero, de cara a nuestro país, salvar el honor ante nuestros queridos amigos vascos, que tanto han hecho, en la paz y en la guerra, como resistentes activos o bajo nuestras banderas, y que tan mala recompensa reciben…».
Pero aquello no hizo mella. Tampoco le hicieron caso a la Liga de los Derechos del Hombre que emitió la siguiente declaración:
«El Comité Directivo de la Liga de los Derechos del Hombre no puede dejar pasar sin protesta la violencia de que indignamente se ha hecho objeto a los vascos en el exilio… Por el honor de Francia, la Liga de los Derechos del Hombre lo lamenta.
La Liga deplora que a los seis años de la Liberación, el espíritu de la Resistencia se halle olvidado hasta el punto de que el gobierno de la cuarta República, cediendo a la presión del dictador prohitleriano, reanude contra sus víctimas las persecuciones petanistas».
Bueno, es lo que nos van a devolver 73 años después. Solo decir que en aquella visita pudimos ver todo el interior enseñado por su entonces Director y que ETB, con Vanesa Sánchez al frente nos hizo un bonito reportaje.
La nacionalista bilbaina Aurelia Hernani coincidió en un barco de exilio que encalló en América con el calcutense nobel de Literatura Rabindranath Tagore
Aurelia siempre guardó con cariño esta fotografía con su hermano, tomada en la plaza Elíptica de Bilbao. | FOTOS: ARCHIVO FAMILIAR Un reportaje de Iban Gorriti
La Navidad en casa de Aurelia Hernani Larrañaga olía a peras al vino. Era un clásico de esta familia de Bilbao, eso sí, cuando era posible celebrar las fiestas de fin de año en paz porque por delante tuvieron años de Guerra Civil, exilio en La Pampa argentina, la Segunda Guerra Mundial, persecuciones, pérdida de la empresa familiar con patrimonio incautado por los franquistas…
Aquella “señorita” que siempre conservó con cariño una fotografía en la plaza Elíptica de Bilbao fue profesora de gimnasia sueca y de francés. Bautizada como María Aurelia Josefina Concepción Hernani Larrañaga nació de octubre de 1885 y murió el 11 de julio de 1977. Ambas efemérides en la capital de Bizkaia.
Sus cuitas de idas y venidas, huidas del fascismo, alcanzan para un libro. De marcado seno nacionalista vasco, evocaba con orgullo que había acudido el 25 de noviembre de 1903 al funeral de Sabino Arana, fundador del PNV. Más adelante, conoció al premio nobel Rabindranath Tagore, poeta que recibió el Premio Nobel de Literatura en 1913, convirtiéndose así en el primer laureado no europeo en obtener este reconocimiento. Coincidieron en un barco que tenía como destino final Argentina. La vizcaina siempre contó a sus familiares que la compañía naviera encalló el viejo barco de guerra Yangtsé a propósito porque el seguro no quería renovar la póliza y de ese modo poder cobrarlo. Valdrían los versos del propio Tagore como metáfora: “Mi día ha terminado, soy como un barco varado en la playa al anochecer, en brazos de la danza de las mareas”. Aurelia contaba que cuando encallaron veía en el horizonte “las luces de Río de Janeiro”, ciudad brasileña.
Previamente, Aurelia había contraído matrimonio a los 21 años con José Antonio Anasagasti Armendariz, a quien había conocido en Portugalete, y tuvieron diez hijos: José Luis, Carmen, Miren, Libe, José Mari, Kepa, Imanol, Maitena, Paci y Loli. “Fue una mujer de porte, usaba gargantilla y vestía de negro, como la gente mayor de su época. En sus años jóvenes usaba sombrero, y le gustaba el color gris perla y lila”, detalla la familia que da a conocer a DEIA por primera vez su testimonio y vida. “Tenía –apostillan- gran personalidad y un carácter tranquilo y bondadoso. Nunca gritaba a los niños y se interesaba por saber cómo le iba a los demás”.
Para entonces había estudiado Magisterio y había impartido docencia durante un corto espacio de tiempo en la escuela de Tívoli. Aurelia y Manuel se mudaron a vivir al caserío familiar de la familia Hernani conocido como Trauko Zar y allí dio a luz sus primeros hijos, José Luis, Maitena –falleció recién nacida- y Carmen.
En tiempos de la república era una estirpe muy conocida en el batzoki de Matiko. Cuando estalló la mal denominada Guerra Civil tras un Golpe de Estado fallido en julio de 1936, unos escaparon, otro acabó en un campo de concentración… Aurelia y los suyos migraron hacia Guriezo, provincia entonces de Santander y hoy Cantabria. Ella daba testimonio en una grabación familiar a la que ha podido acceder este diario: “Un amigo nos dijo: yo les voy a llevar a un sitio, como tienen que admitir a los refugiados, todas las casas tienen que acoger a gente, pues yo le voy a llevar allí. Es un americano que tiene un chalé allí y el padre está en la cárcel y el hijo también, los dos estaban en Santander, en la cárcel. Y nos llevó por la costa y entonces estaba el barco franquista Cervera barriendo toda la carretera tirándonos obuses”.
También sobrevivieron en Catalunya, aún tierra republicana. Residieron en Centelles, provincia de Barcelona. Acabarían en Lapurdi, en Kanbo donde, entre otros refugiados, coincidió con el obispo Mateo Mugika que “se estaba quedando ciego”.
Aurelia hablaba mucho sobre su vida en Argentina, país al que primero viajó su marido y a continuación ella junto a su hija Carmen. Según daba testimonio, al principio le costó hacerse a la vida de La Pampa. “Me costó bastante, claro, a la fuerza. Qué remedio e incluso hice frente yo a un ladrón. Un italiano que se le habían escapado los caballos o los habían echado al campo nuestro, o yo no sé lo que pasó, la cuestión es que les cogimos los caballos y los encerramos en uno de los prados que había allí y vino, había ido al pueblo, aita, y vino a sacar los caballos y le dicen: tiene usted que pagar primero pues se cobraba por el pastoreo y tiene usted que pagar. Dijo, yo saco los caballos y no le pago nada. Ni usted saca los caballos y sino usted se verá entonces con mi revólver. Y yo con más miedo que vergüenza. Desde dentro de uno de los departamentos desde la parte del jardín. Sí, estuvimos discutiendo, yo con el revólver en la mano, y por fin se dio media vuelta y se marchó”.
También tuvieron que hacer frente a un huracán. “Se puso el cielo de un color indefinido, no se sabía de qué color era. Hablábamos de si era morado o si era rojo, o si era amarillo o lo que sea y un ruido ruuuuu. Allí estábamos agarrando las puertas y las ventanas, apretando y cerrando por dentro, haciendo todo lo posible… Terrible, terrible. Por eso cuando te dicen de los huracanes y eso, ¡Dios mío!”.
Aurelia evocaba con cara aún de preocupación cómo aquellos vientos arrastraban un vagón y el ganado en los campos contra las alambradas. “Los llevaba por los aires, allí unos encima de otros se morían. Fue terrible, terrible”.
Hicieron un total de diez años en el país andino y regresaron por desavenencias con un familiar. La vuelta en barco también fue razón de recuerdo. Sus hijos enfermaron de tosferina y al asentarse en Barcelona, la familia se contagió de sarna que “ahora se quita fácil, pero antes… Había que tomar muchos baños sulfurosos. Así acabé con la nariz…”. Para rematar el viaje, en el arribo a Cádiz, se perdió José en el mercado antes de retomar viaje a Catalunya.
La familia retornaría con el tiempo a Bilbao. Para entonces, los franquistas les habían requisado sus vehículos de la empresa de transportes familiar. Aurelia abandonó el caserío de Trauko Zar y se fue a vivir al Campo de Volantín. Vendieron la casa por tres millones de pesetas de la época. “Una ganga y compraron el piso del Campo de Volantín donde vivieron hasta su fallecimiento en 1977”, concluyen dejando para la historia el paso por la vida de aquella señorita de Bilbao.
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