Guggenheim. La gran apuesta del PNV

Jueves 13 de octubre de 2022

Malos tiempos para que nadie reconozca nada. Ni la IA condenar aquel asesinato del ertzaina Txema Agirre. Aquella inauguración se quería sangrienta y dando la vuelta al mundo en su horror. HB calló. Ahora no dice nada. Txema lo impidió.

Y pongo ese titular pues la iniciativa de construir el Guggenheim fue de distintos responsables del EAJ-PNV, siendo su cabeza más visible, Juan Luis Laskurain y lo repito, Juan Luis Laskurain, sin olvidarnos de Tomas Uribeetxeberria, que aguantó el chaparrón en Juntas Generales día sí y día también pidiendo la paralización de las obras, Joseba Arregui, Jose Juan  González de Txabarri y hasta del presidente del EBB, Xabier Arzalluz, todos gipuzkoanos, sin que nos olvidemos  tampoco del Lehendakari Ardanza, Josu Ortuondo, Josu Bergara, Alberto Pradera y aquel EBB que dio luz verde a la  del Museo en una reunión realizada en una bodega de la Rioja Alavesa.

Era una locura construir un museo en un lugar donde ETA actuaba, y se evidenció dramáticamente el asesinato de Txema Aguirre. Era una locura construir un museo en una zona en declive. Era una locura construir un Museo en un lugar donde no lo visitaba ni un solo turista. Era una locura, teniendo a todos los galeristas, ayuntamientos y mucha gente en contra. Era una locura.

Y sin embargo se hizo. Eso es liderar una sociedad. Algunos utilizaron un argumento muy sencillo. Se construyen veinte kilómetros de carretars, ¿Por qué no una apuesta por la cultura y demostrar que si se erige un Museo en ese lugar, se envía el claro mensaje de que ese sitio es un lugar  válido que no solo tienen la infraestructura industrial y los elementos para construirlo sino un grupo humano que lo quiere llevar adelante.

Kosme de Barañano, crítico de arte, escribió una de sus frases redondas: “Es lo menos nacionalista que han hecho los nacionalistas”.

Rompíamos el esquema de bodegones, bucolismo de taberna y poco más. Al parecer lo de los nacionalistas vascos solo es una carreta de bueyes, un arrantzale con su familia, un rompeolas  y para de contar. Lo decía nada menos que en un experto en Ucelay. Pero lo dijo.

Y en eso llegó el Guggenheim, construido íntegramente por personal de la casa, es decir, por toda la memoria industrial de Euzkadi que abordó trabajar el titanio como si lo hiciera con hierro de la Orconera. Y ahí está y todos ahora  poniéndose medallas. Si por ellos hubiera sido, si por ETA y HB, si por el PP hubiera sido y si por un PSE que lo redujo en dimensiones no se hubiera construido.

Pero se hizo. Gracias a la gente del EAJ-PNV.

La sociedad debe valorar por este referente internacional y por quien apostó por construirlo teniendo todo en contra. Eso fue tener las ideas claras. De eso se trata. Y a los del NO a todo, al Muro de las Lamentaciones. Si les dejan acercarse.

Este jueves se presenta Clandestina

Miércoles 12 de octubre de 2022

Este miércoles Xabier García Ramsden le ha entrevistado a Koldo Anasagasti, autor de la  historia novelada, CLANDESTINA. Ha tenido el buen detalle de recordar que antes de la actual Radio Euskadi, funcionó en Bilbao, Barcelona  y Bayona y por lo tanto cumpliendo 86 años, cuarenta en esta última etapa.

Entre 1965 y 1977, a fin de contrarrestar las mentiras de la dictadura del general Franco y poner voz al silencio de todo aquello que el régimen franquista no quería contar, emitió desde Venezuela la estación clandestina Radio Euzkadi.

Un grupo de jóvenes pertenecientes a EGI (Euzko Gaztedi Interior), alentados desde Donibane Lohizune por Joseba Rezola, vicepresidente del Gobierno vasco en el exilio, y dirigidos por Jokin Inza, diseñó e instaló a 60 kilómetros de Caracas, en plena selva, dos transmisores, un grupo electrógeno y una gigante antena romboidal. Vigilando y operando ese precario dispositivo estuvo durante esos doce años un antiguo gudari, Ixaka Atutxa, hombre recio donde los hubiera, quien se ofreció a proteger, incluso con su propia vida, la emisora que hacía llegar al mundo, cada día, la voz de la Resistencia Vasca.

Este logro fue posible gracias a la entrega y al arrojo de los partícipes, a la connivencia de los diferentes gobiernos venezolanos y a la aportación económica de la comunidad vasca en ese país del Caribe.

Se imponía la discreción. Ninguna persona fuera del grupo debía conocer su ubicación, por eso se referían a la emisora con el nombre de “La Txalupa”, queriendo hacer ver que estaba situada en una embarcación en alta mar, y llamando Macuto al lugar físico donde se hallaba.

“Clandestina” es una gesta real, narrada en forma novelada. Un libro que relata un acto de resistencia frente a la dictadura que, a la vez, fue un ejercicio de libertad de expresión frente a la mentira oficial, durante doce años.

Este jueves se presenta a las siete en la sede de la Fundación Sabino Arana. Hay interés por la historia y por reconocer un trabajo que fue silenciado. Habrá mucha gente y estarán varios de sus protagonistas. Te esperamos. No será una sesión plúmbea sino ágil y muy interesante.

El gudari custodio de Radio Euzkadi

Martes 11 de octubre de 2022

Iban Gorriti

Ixaka Atutxa –cuarto por la izquierda– en ‘Macuto’, denominación dada a la sede de emisora. De idza a dcha: Berriozabal, Olabarrieta, Atutxa, Olabarrieta hijo, Ramos, Erkoreka, Etxearte.

A fin de contrarrestar las mentiras del régimen totalitario de Franco y poner voz al silencio de aquello que el dictador no quería contar, entre los años 1965 y 1977 emitió desde Venezuela la estación clandestina Radio Euzkadi. Miembros de EGI (Euzko Gaztedi Interior) consiguieron ponerla en marcha en unas cabañas en la selva venezolana, a 60 kilómetros de Caracas. Vigilando y operando ese precario dispositivo estuvo durante esos doce años un antiguo gudari, Ixaka Atutxa, “hombre recio donde los hubiera”, valora el escritor Koldo Anasagasti. Natural de Galdakao, se ofreció a proteger, incluso con su propia vida, la emisora que hacía llegar al mundo, cada día, “la voz de la Resistencia Vasca”. El libro “Clandestina” trata como línea argumental su vida y cinco de los supervivientes de aquella gesta hablarán sobre ello.

Isaac de Atutxa y Barrenetxea –como firmaba en las nóminas del ejército vasco– fue el combatiente número 32.784 de esta organización jerarquizada. Llegó a ser teniente de gudaris en la primera compañía del batallón Ibaizabal, unidad perteneciente al Euzko Gudarostea, y decimoquinta del Euzkadiko Gudarostea, adscrita a la disciplina del PNV.

Clandestina. Radio Euzkadi, un irrintzi desde Venezuela (editorial Círculo Rojo) , el nuevo libro de Koldo Anasagasti (Cumanamá, Venezuela, 1954) tiene a Atutxa como protagonista. El salón de Sabino Arana Fundazioa acogerá el jueves su primera presentación (19.00 horas). “Ixaka, a quien entrevisté en 1981, fue un hombre recio, echado para adelante, iletrado y totalmente entregado a la causa. Sin miedo a nada”, destaca Anasagasti, quien recuerda que después de luchar como gudari, ser detenido y pasar tres años en las cárceles de Franco, se sumó a las Brigadas Vascas que lucharon en la II Guerra Mundial en Francia con el sueño de aún poder liberar aquella Euzkadi del yugo franquista.

El PNV confió en un hombre que dilapidó una y otra vez todo su dinero y que poco antes de la puesta en marcha “estaba por las calles de Caracas en la indigencia”. Hasta entonces había trabajado cortando árboles en los montes vascos y vio Venezuela como un país de oportunidades. Aficionado a la bebida y las apuestas, ganó “mucho dinero en una de ellas”. Con aquel capital en el bolsillo abrió una carnicería en Caracas, hasta que su mal hábito del alcohol le causó quedarse sin clientela y acabar peor.

En ese momento, Jokin Inza –con el apoyo de Joseba Rezola– le propone hacerse cargo del cuidado y la vigilancia de la clandestina Radio Euzkadi. Viviría solo en plena selva. “Aceptó con tres peticiones: gallinas, gatos y un perro. Las primeras para avisar de los peligros de alimañas de la zona, los gatos para que se comieran a estas, y el perro para hacerle compañía”, pormenoriza Anasagasti.

Una vez aceptada la propuesta, se imponía la discreción. Cobraría 800 bolívares al mes y le proveerían de un machete y una escopeta. Ninguna persona fuera del grupo debía conocer su ubicación, por eso se referían a ella con el nombre de La Txalupa, para hacer ver que estaba situada en una embarcación en alta mar, y llamando Macuto al lugar físico donde se hallaba, haciendo referencia realmente a Santa Lucía. “Tenían un lenguaje encriptado para que no fueran descubiertos. De hecho, cada día se emitía una cinta que grababan en estudios de Caracas. Denominaban a la cinta talo. El libro Clandestina es una gesta real, narrada en forma novelada”, explica el autor.

Los primeros tiempos fueron muy duros para Atutxa. La soledad le pasaba factura. Por ello, el grupo EGI decidió visitarle todos los sábados y hacer una barbacoa con él. “Iban cinco o seis personas y cocinaban carne, mero, arepas… Y para él era un día grande en el que acababan jugando a mus”. Esa compañía regeneraba su ilusión. Entre semana, se acercaba al pueblo de al lado, a siete kilómetros. “Allí bebía sus cervezas y, cuando podía, iba de putas. En alguna ocasión, su Jeep cayó por un terraplén. Aunque con el paso del tiempo se redimió y la cosa fue a mejor”.

Atutxa se prometió a sí mismo que no volvería a su patria de nacimiento hasta que no muriera Franco. Y lo cumplió. Retornó en 1977, y vivió en el hogar de dos hermanas solteras. “Allí estuvo a cuerpo de rey”. En aquel tiempo, tramitó los documentos necesarios para cobrar la pensión por su lucha con el ejército vasco. Ixaka fue miembro del PNV, de Jagi Jagi y en la escisión del primero pasó a militar en EA. Nacido el 11 de abril de 1913, falleció el 26 de abril de 1993.