Quizá el problema sea que la información que tenemos
proviene de los medios interesados en este y otros temas en hacer
chauvinismo de campanario y absolutamente ignorantes de lo que es y de
cómo funciona este tinglado. La clave es la importancia que se le da a la
UE. Si la UE no está a la altura de la fuerza que imaginamos tiene
la UE en el mundo es porque tiene la fuerza que le permiten y toleran los
estados miembros que es más bien poquita.
Los que
están estropeándolo todo gravemente ahí son nuevamente, los estados como
siempre. Dejan sin herramientas a la Comisión, hacen por detrás lo que
les parece y cuando las cosas no salen como quieren echan las culpas a Bruselas
ante las opiniones públicas de sus estados y se lavan las manos por las consecuencias
de actos y medidas en las que tienen toda la responsabilidad.
En este tema
de las vacunas la estrategia UE fue impecable.
La táctica
tuvo tres fallos:
Dejar la
redacción de los contratos en manos de técnicos sin perfil político y fiarse de
que, ante un arreón del mercado con jugosísimas ofertas, las farmacéuticas iban
a cumplir y minusvalorar los problemas de suministro de materias primas para la
fabricación.
Se
resolvieron y se pagó por ello los problemas industriales y de mecánica de
fabricación. Así se abarataron mucho los precios de las vacunas. Nunca se pensó
en una escasez de materias primas de la dimensión que ha habido porque en otras
regiones del mundo han corrido también con las vacunas más de lo que se
pensaba.
El tema en
menos de un mes está prácticamente corregido porque se ha puesto al frente de
las operaciones al comisario Thierry Breton, encargado de comercio
interior y con amplísima experiencia en la gestión empresarial, el que debía
haber pilotado el asunto desde el primer momento. Hay que reconocer que en eso
la Von der Leyen pecó de germanocentrismo.
Breton, en
dos semanas controlando las exportaciones, estableciendo penalizaciones por
incumplimientos y acelerando procesos de autorización de nuevas vacunas ha
puesto el problema en vías de solución.
Mientras se
hacía ese esfuerzo algunos estados miembros como Dinamarca y Austria,
absolutamente en la clandestinidad pactaban con Israel una supuesta operación
de cooperación científica que esconde llegada de vacunas por la puerta de
atrás.
Israel es el
estado que cuadruplicó el precio por dosis que pagábamos en la UE para acelerar
su campaña, poniendo los dientes tan largos a Pfizer y Zeneca que sin
herramientas así nos fue las primeras semanas. Otro caso es el de los antiguos
países del este cortejados por los intereses rusos en la zona y que coquetean
también con China.
Yo sigo
insistiendo, menos mal que hay UE y menos mal que pasamos la crisis de 2008.
Sin las herramientas que se construyeron entonces para dar algo más de poder a
las instituciones europeas no hubiésemos tenido nada que hacer.
Lo siento. Soy
europeo a las buenas y a las malas, reconociendo los errores pero reconociendo
también que se han puesto las piulas y a futuro las cosas se harán mejor. Si
buscamos atajos, buscamos debilitar la UE. Así de claro.
Y si se hace
¿también con el chorro de millones que van a llegar?.
Por
Leonardo Padrón, escritor y periodista venezolano.
Miércoles
3 de marzo de 2021
En estos días se me atascaron de nuevo las
palabras. Se quedaron inmovilizadas en el teclado. Se hicieron nudo. Me quedé
en silencio. Arrinconado donde no había alfabeto posible. Seguí durante días enteros con los ojos
pegados a la viscosa realidad de mi país. Permanecí, encandilado de horror,
viendo los testimonios de hambre y padecimiento que se amplifican en cada
rincón de mi pobre país petrolero. Es demasiado. Sobrepasa. Es algo que ofusca
la capacidad de análisis. Uno ve a hombres hechos y derechos, remangados de
tanto vivir, con los ojos en súplica, con la voz hecha puro sollozo, porque
tienen tanta hambre que están aterrados, porque les da vergüenza no poder
alimentar con un mínimo de pan y decencia a sus hijos. Eso aniquila. Estremece.
Las historias son excesivas. Como sacadas
de un país en guerra. Parecemos un territorio bombardeado, con la comida
convertida en humo y sin la más simple medicina. ¿Cuántas veces hay que
decirlo?
Asombra la historia de María del Carmen,
una niña de 6 años que reside en Maracaibo y su cota de desnutrición es tal que
a la familia le asusta cargarla porque sienten que se les va a quebrar en los
brazos. Aturde la cantidad de niños que siguen muriendo por comer yuca amarga,
porque no hay más nada, solo ese borde que es la desesperación de sus padres.
Conmueve la historia de José, el humilde autobusero que se desvaneció llevando
a su pequeño hijo al colegio, porque tenía ya dos días masticando solo aire. Y
a mí se me quedó la mirada en su hijo, que le abrazaba una rodilla como
consuelo, que no sabe de ideologías, que tiene tan poco tiempo en el mundo y
quizás ya supone que así es la vida: un padre sollozando a ras del suelo.
Estremece la historia del hombre que va a pie a Colombia para comprarle una
urna a su sobrina, porque la inflación decreta que no hay dinero que pague el
entierro de los pobres en nuestro pobre país petrolero. Son demasiadas
historias. Demasiadas.
Ahora quienes protestan no son las
organizaciones políticas, ni los estudiantes, ni la clase media, ni los
sindicatos, choferes, profesores o la abrumadora sociedad civil. Ahora protesta
la capa más frágil de la sociedad: los enfermos. Los que padecen cáncer, los
trasplantados de órganos, los que tienen VIH, paludismo, difteria,
tuberculosis, lupus, los enfermos renales y los miles y miles que dependen de
una minúscula pastilla para tener a raya la peligrosa hipertensión. Son más de
300 mil personas con el susto de la muerte en la esquina más cercana. Se les ve
clamando por sus remedios, braceando por ayuda en una cuenta regresiva letal,
exasperados, colapsando frente a las cámaras. La escandalosa cifra dice que la
desnutrición afecta ya a 1.3 millones de personas. El país se está volviendo un
costillar. Y nada, nada de ese hilo agónico de tantos seres humanos conmueve a
los líderes de la revolución. Muchos de esos enfermos votaron por Chávez,
creyeron en su promesa de redención social y su estribillo de salvador de los
desposeídos. Pero la dictadura solo les ha devuelto su indiferencia. Lo que
está pasando es moralmente inhumano. Inaceptable. Es una suerte de homicidio
culposo masivo.
Y a eso se suman las historias, ya
multitudinarias, inacabables, de venezolanos diseminados en las calles de los
países vecinos, convertidos en vendedores ambulantes de cualquier cosa,
agredidos y humillados por el dardo de la xenofobia. ¡Son tantos los
testimonios! Están en todas partes. Es imposible no verlos. Confieso que nunca
había visto a tanta gente triste. A desconocidos, amigos, vecinos, gente de
cualquier edad. A mi propio rostro. Se nos ha vuelto una epidemia la
tristeza. Hoy somos un rudo coctel de crisis, abatimiento, desesperanza,
bochorno, duelo, hambre, exilio y pena. No ha quedado piedra sana. A todo el mundo
se le desbarató la vida.
Y yo no entiendo. No entiendo una
ideología que contenga tanta indolencia en su premisa. No entiendo, incluso si
convenimos en que a Venezuela la gobierna una mafia criminal. Hasta el mayor de
los delincuentes se conmueve ante un niño agonizando. ¿No hay en esos
“camaradas” del poder ni un síntoma de humanidad? ¿No observa -por
ejemplo- la llamada primera combatiente, lo que está pasando en el país que
gobierna su marido? ¿No le muestra, luego de refocilarse con la televisión española
que tanto disfrutan, alguno de los cientos de videos que pueblan las redes? ¿No
ha visto el terror de los enfermos renales rogando por la urgencia de una
diálisis que les salve la vida? ¿No han advertido a la gente escapando en
estampida por las fronteras?¿No hay un mínimo estremecimiento en su alma
femenina? ¿Tampoco lo han notado las esposas, madres o hijas de los otros
paladines de la dictadura? ¿No lo conversan en sus habitaciones? ¿No se
les ocurre pensar que quizás no lo están haciendo bien? ¿No vale la pena
claudicar en algo para salvar tantas vidas? ¿Dirán que a fin de cuentas cada
persona que muere o huye es otro escuálido menos? ¿De qué tamaño es la venda
que los ciega? ¿Así de sórdido es su linaje? ¿Es tan cruel la fascinación por
el poder?
Muchos dirán que ninguno de los seres
humanos que hoy conforman el círculo de poder en Venezuela posee sensibilidad
alguna. Que esta hambruna y esta mortandad es por diseño. Que la estrategia es
justamente la sumisión colectiva. A veces quisiera pensar que en algún
recóndito lugar de sus emociones debe sacudirse algo. Pero el curso de los
hechos nos hace desalojar cualquier esperanza en ese sentido. Estamos ante un
régimen desalmado. Es decir, sin alma. Su victoria es la tristeza de millones
de almas. Se han convertido en los dueños de una tierra arrasada. No importa la
sangre vertida. Ni cuántas cruces hay ya en los cementerios. No importa tanta
oscuridad. Ni esa larga pena que somos.
No sé a ustedes pero a mí la entrevista de
Jordi Evole a José María Aznar el domingo en la Sexta, me pareció un fraude. No
se besaron de churro. Todo fue obsequiosidad y mentiras, sin derecho a réplica.
Aznar mintió más que habló. y Evole le rió las gracias.
Entre otras muchas preguntas yo me hubiera
interesado por el control, no solo de
seguridad, sino el que debía tener su gobierno sobre Juan Carlos de Borbón, sus
amantes, sus negocios, su doble vida. Nadie es tan tonto como para creer que el
gobierno no sabía nada. ¡Claro que lo sabía!, y lo permitió. Son pues tan
culpables como el Borbón que ha demostrado, entre otras cosas, que de inteligencia
anda mal servido.
Gracias al Cesid, Aznar conocía
absolutamente todo sobre Corinna y sus comisiones y su vida en el recinto de la
Zarzuerla y no nos dejó nunca controlarle parlamentariamente. Preguntas hubo
que fueron desechadas por una Mesa en la que el PP tenía mayoría absoluta. Que
no diga ahora nada contra el rey
habiendo sido tan responsable como él, in vigilando, de tan putrefacta
corrupción.
Ignacio Cembrero saca a colación un hecho
más sobre el actuar parasitariamente de Juan Carlos. Algo que todos los sabían
y que ahora surge como dedo acusador. Es esto:
«Las
tragedias que hemos vivido a lo largo de la historia no han sido culpa de la
religión, sino del extremismo de algunos de sus fieles de todas las religiones
y de los sistemas políticos». «Hermanos, tenemos que decir al mundo
que nuestras divergencias no deben desembocar en disputas».
El rey
Abdalá bin Abdulaziz al-Saúd de Arabia Saudí quería pronunciar en 2008 estas
palabras conciliadoras hacia las demás religiones para dar una imagen más
tolerante de su país y restar protagonismo a Turquía. Un año antes, en abril de
2007, su primer ministro, Recep Tayip Erdogan, patrocinó, junto con su homólogo
español, José Luis Rodríguez Zapatero, el nacimiento de la Alianza de
Civilizaciones que buscaba fomentar el diálogo interreligioso.
El
monarca saudí «envió a Su Majestad el rey Juan Carlos, con tan solo dos
semanas de antelación, un mensaje urgente para que organizase en 2008 una
conferencia internacional en Madrid de diálogo interreligioso», escribió
Miguel Ángel Moratinos, que en aquellos años era ministro de Asuntos Exteriores
de España, en Al Arabiya, una web privada afín a las autoridades saudíes.
Moratinos hizo esta revelación en un obituario laudatorio, publicado el 26 de
enero de 2015, dedicado al rey Abdalá que había fallecido tres días antes.
Costeada
por Arabia Saudí, pero acogida por España —se celebró en el palacio de El
Pardo, en Madrid— la conferencia fue inaugurada conjuntamente, el 16 de julio
de 2008, por el rey Abdalá y don Juan Carlos. Congregó a unos 300 religiosos,
de medio centenar de países, musulmanes, cristianos, budistas, sintoístas,
confucianos y judíos. Fue la primera vez que los saudíes invitaron a un acto a
miembros de esta comunidad. También asistieron personalidades laicas, como el
ex primer ministro británico, Tony Blair.
Pese al
sesgo aperturista que el rey Abdalá quiso darle, los límites de su iniciativa
quedaron claros. El título oficial fue modificado en el último momento y se
quedó en Conferencia Mundial de Diálogo. La palabra «interreligioso»,
que tanto utilizó la prensa, fue suprimida porque los clérigos saudíes más
conservadores sostenían que no se podía dialogar con otras religiones ni
tampoco celebrar la reunión en Arabia Saudí donde no hay libertad religiosa.
El rey
Abdalá se marchó satisfecho de Madrid el 19 de julio de 2008 no sin antes
expresar su agradecimiento a don Juan Carlos por su colaboración y acogida que,
le dijo, quería recompensar, según fuentes conocedoras de la organización del
evento. Para recibir esa retribución el jefe del Estado ordenó desde el palacio
de la Zarzuela, a su letrado suizo, Dante Canónica, que pusiera en pie una
estructura financiera para recibir la donación saudí. La fundación Lucum fue
creada el 31 de julio de 2008, según reveló el diario la ‘Tribune de Genève’.
La
fundación quedó registrada en un documento en la Notaría Novena del Circuito de
Panamá y su presidente era Arturo Fasana, que gestiona desde Ginebra la fortuna
de don Juan Carlos. Él y Canónica están siendo investigados por blanqueo de capitales
por el fiscal suizo Yves Bertossa. El 8 de julio de 2008 Lucum recibió, en su
cuenta en el banco suizo Mirabaud, 100 millones de dólares (83 millones de
euros al cambio actual) transferidos desde el Ministerio de Hacienda saudí por
orden del rey Abdalá. El dinero no salió del bolsillo del monarca cuya fortuna
fue evaluada, por la revista ‘Forbes’ en 2011, en 21.000 millones de dólares
(17.400 millones de euros).
El pago
a don Juan Carlos no guarda ninguna relación con las presuntas comisiones cobradas
por la adjudicación a España del tren de alta velocidad entre Medina y La Meca,
las dos ciudades santas saudíes en octubre de 2011. El Rey de España sí hizo
gestiones con las autoridades de Arabia Saudí, a principios de la década
pasada, para que un consorcio de empresas españolas obtuviese el megacontrato
del AVE saudí por el que también pugnó personalmente el presidente francés Nicolás
Sarkozy.
El
banco Mirabaud consideró, en el verano de 2012, que esa cuenta de Lucum podía
resultar perjudicial para su buena reputación. Don Juan Carlos decidió entonces
firmar un contrato de donación con su amiga íntima, Corinna Larsen, a la que
transfirió a su cuenta en Bahamas, «de forma gratuita e irrevocable»,
el saldo que aún permanecía en ella, casi 65 millones de dólares (54 millones
de euros). Lucum fue disuelta el 30 de julio de 2012, según el registro de
Panamá.
El rey
Abdalá falleció el 23 de enero de 2015 y 48 horas después ya estaba en Riad el
rey Felipe VI para, junto con otros jefes de Estado y de Gobierno, trasladar el
pésame y asistir a las exequias. El Rey emérito también quiso presentar sus
condolencias y, el 29 de enero, voló por su cuenta desde la base aérea de
Torrejón de Ardoz (Madrid) a Riad. El nuevo monarca saudí, Salman bin
Abdulaziz, le dio las gracias por su visita y «ofreció un banquete en su
honor al que asistieron varios miembros de la familia real saudí», según
la agencia de prensa saudí SPA.
Estas
deferencias del rey Salman no tienen nada de sorprendente. Don Juan Carlos ha
mantenido relaciones de amistad con todos los monarcas saudíes, pero es con
Salman con quien ha establecido el vínculo más estrecho desde los tiempos en
que era gobernador de Riad. Él fue pionero, en la familia real, en veranear en
Marbella hasta donde el Rey de España se desplazaba desde Mallorca para hacerle
una visita de cortesía. El príncipe heredero saudí, Mohamed ben Salman,
recalcó, en abril de 2018, ante la prensa española, que don Juan Carlos era el
único extranjero que poseía el número de móvil de su padre.
Aunque
los 100 millones de dólares parezcan una cantidad desorbitada, a ojos de los
miembros más relevantes de la familia real saudí constituyen solo un detalle.
El Rey emérito no ha amasado una fortuna de unos 2.300 millones de dólares
(1.905 millones de euros), según la estimación de ‘Forbes’, a golpe de
donaciones. El grueso de sus ingresos proceden presuntamente de las comisiones
cobradas durante años por las compras de gas y petróleo de España a varios
países del Golfo empezando por Arabia Saudí.
En su
libro ‘Juan Carlos I: la biografía sin silencios’ (Editorial Akal, 2016), la
periodista Rebeca Quintans, asegura que cuando empezó la crisis petrolera, en
1973, el general Franco encargó al entonces príncipe heredero que hiciera
gestiones con los saudíes para garantizar el abastecimiento energético de
España. Don Juan Carlos contactó con el príncipe heredero saudí, Fahd bin
Abdulaziz, que le resolvió el problema. «A cambio de estos servicios de
mediación el príncipe (Juan Carlos) cobró una comisión y a todo el mundo le
pareció muy normal», escribió Quintans. Con Adolfo Suárez al frente del
Gobierno, a partir de 1976, el ya Rey de España continuó cobrando un pequeño
porcentaje por cada barril de crudo importado, según la periodista.
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