Sábado 2 de enero de
2020
Mi hermano Koldo estudió en la Comercial de Deusto en tiempos en los que el
P. Bernaola ejercía con mano de hierro la dirección de la casa. En su primer
año, a un grupo de estudiantes les fallaron las matemáticas por lo que
decidieron entre siete contratar en verano un profesor particular para que les
diera clases y evitar la guillotina. Uno de ellos ofreció la casa de su abuelo
en Gran Vía 15 para recibirlas. Y así fue, quedando Koldo con la impresión de
que habían estado más que en una casa, en un museo, pues había cuadros hasta en
el techo. Pasó el tiempo y esta semana pasada fue al Museo de Bellas Artes, al
que acude cuando hay nuevas exposiciones y se dio cuenta que el piso en el que
habían estudiado era el de un extraordinario coleccionista de arte, cuyas obras
se exponían. Se trataba de Félix Valdés.
Me llamó para
comentarte la vivencia por lo que decidimos visitar la pinacoteca y estuve con
María Esther el día 31. El Museo de Bellas Artes es una joya bilbaína, muy bien
dirigida por Zugaza y que merece ser visitada e invitar a familiares y amigos a
conocer esta maravilla de arte y calidad. Tras hacerlo se lo conté, historia
incluida a mi hermano Jon, que se ha venido de Donostia este sábado a admirar algo único y quedar
encantado.
Unas fotografías que se exponen en el Museo de Bellas Artes de Bilbao dan
testimonio de cómo Félix
Fernández-Valdés (Bilbao 1895-1976) había convertido su casa en el número 15 de la Gran Vía de
la capital bizkaina, donde vivió desde 1920 hasta su fallecimiento, en un
auténtico museo. En el salón colgaban obras de El Greco, Zurbarán, Valdés Leal y Murillo. Una puerta daba
acceso a una capilla, en la que dispuso, entre otras, las dos tallas
policromadas de Pedro de Mena y Lamentación
sobre Cristo muerto, de Van Dyck. Y en su dormitorio contemplaba
todos los días el Cristo muerto en la cruz, de
Zurbarán, y el San Francisco de
Paula, de Ribera.
El empresario bilbaino fue capaz de
reunir hasta 400 obras de arte y configurar la colección privada más importante
del Estado, de la que el Bellas Artes presenta ahora una magnífica exposición con una selección de 79
de sus mejores y más representativas obras. Uno de sus antepasados fundó en las
Siete calles de Bilbao el famoso establecimiento “Manu Canela”. No había cacao
de la calidad que se servía en aquel negocio fundado en el siglo XIX de la
calle Tendería. Hizo una fortuna con el cacao y las maderas.
Tras el
fallecimiento de su propietario, la colección se desmembró entre sus diversos
herederos y muchas de las obras que pueden verse ahora en el museo pasaron a
formar parte de importantes colecciones privadas y públicas. La muestra es el
resultado de una «exhaustiva investigación» para conocer el destino
de las piezas. El recorrido planteado cronológicamente permite contemplar
algunas obras inéditas, no expuestas antes en público, o poco conocidas, lo que
pone de manifiesto «tanto la calidad del conjunto como el acierto coleccionista del industrial
bilbaino» de la que está considerada «una de las mejores
colecciones de arte de su tiempo», según destacó Miguel Zugaza, director
del museo en la presentación de la exposición, según nos contaba Maite Redondo
en buena crónica de Deia.
Recuerdo
como en Madrid, para ir al Congreso, yendo del aeropuerto y pasar por la calle
Serrano veía siempre el museo Lázaro Galdiano toda una referencia del
coleccionismo privado y tras ver esta muestra de Valdés en el Museo de Bilbao me apena que por
ejemplo en el vacío Palacio Olabarri del Campo de Volantín, donde estuvo la
Autoridad Portuaria, no se hubiera podido montar una exposición permanente, a
la manera de Lázaro Galdiano en Madrid, pero en Bilbao con estas maravillas. Hubiera
sido de traca.
Pasión por el Arte
Félix
Fernández Valdés tuvo negocios de
importación de madera, aceite de palma y cacao en la Guinea
española hasta su independencia en 1968. Según explicó su nieto, en el origen
de su pasión por el arte se encuentra la figura de su tío, el también
coleccionista Tomás de Urquijo, quien le legó todos sus bienes. Entre ellos se
encontraba el Cristo crucificado (1577), muy acorde con las
profundas convicciones religiosas de Valdés, de El Greco, quien, junto con
Zurbarán, era uno de sus pintores predilectos.
Valdés no
era un experto en arte, pero se dejó aconsejar, entre otros, por su gran amigo,
el marchante, copista y restaurador Luis Arbaiza, y por los pintores Darío de
Regoyos y Aureliano de Beruete. Comenzó a coleccionar a finales de los años 30
del siglo pasado, aunque la mayor parte de las adquisiciones se produjeron
durante las décadas de los 40 y 50, una época convulsa, pero de gran
prosperidad para el empresario, que supo encontrar obras procedentes de otras
colecciones nobiliarias o de conventos e iglesias en fase de dispersión.
Recorrido cronológico
La muestra tiene un recorrido cronológico y
abarca desde el siglo XIV hasta el XX y, en palabras de Zugaza, es
«un ambicioso proyecto que ha requerido de una compleja labor de búsqueda,
tras la inevitable dispersión de este auténtico tesoro». Como destacó
también Novo, «no se trata solo de una exposición, sino de una importante
investigación sobre una de las colecciones privadas más relevantes de la
segunda mitad del pasado siglo», cuya importancia es bien conocida por los
historiadores del arte.
El interés
de Valdés se centró en los maestros
de la pintura española del Siglo de Oro –El Greco, Zurbarán, Valdés
Leal, Murillo o Carreño– pero sin olvidar la pintura española medieval, con
ejemplos significativos como el tríptico de Bernardo Serra, la tabla de
Fernando Gallego o el tríptico de Quejana, sin olvidar a autores renacentistas.
La pintura
del siglo XIX es otro de los núcleos principales de la colección con el Retrato
de la marquesa de Santa Cruz, de Goya, como pieza destacada, prestada
por El Prado al museo bilbaino. Un cuadro que tiene una intrincada historia.
Valdés lo adquirió en 1947 por un millón y medio de pesetas al gobierno de
Franco, que en 1941 lo había comprado y organizado una operación para
regalárselo a Hitler que finalmente no fue llevada a cabo. Salió de España sin
los permisos de exportación obligatorios expedidos por el Ministerio de
Cultura, que lo recuperó en Londres en 1986 tras pagar seis millones de
dólares. «Pero esta exposición demuestra que la colección Valdés es mucho
más que este cuadro», destacó Silva.
Del periodo
entre siglos y primeras décadas del XX sobresale la amplia representación de los pintores Darío
de Regoyos y Joaquín Sorolla. El deslumbrante Después del baño (1902)
del pintor valenciano se muestra al público por vez primera en esta exposición.
De esta época son también las obras de Ignacio Zuloaga, Aurelio Arteta, Julio
Romero de Torres, José Gutiérrez Solana o Daniel Vázquez Díaz. Entre los
últimos cuadros adquiridos hay uno de Ibarrola.
No dejen de
verla.