Ha pasado por Bilbao Terry Gould, periodista de investigación quien ha recogido un premio por su valentía.
Su abuelo pasó gran parte de su vida entrando y saliendo de cárceles y ambulancias hasta que al final le dieron un balazo y lo arrojaron desde un tejado de Brooklyn. “Las mafias y el crimen organizado fueron parte de mi infancia. Llegué a aprender cómo piensan los criminales”. Pero consiguió escapar de sus redes. En “Matar a un periodista”, Terry Gould, que recibió en Bilbao el Premio Portell a la libertad de expresión, descubre las repugnantes prácticas de caciques, funcionarios, militares, presidentes o policías que costaron la vida a siete periodistas en cinco países donde callar al mensajero sigue saliendo gratis.
Le preguntaron si aquella vida le sirvió para aprender cómo piensan los criminales y contestó:
“Aprendí muy rápido y de muy pequeño cuáles son los mecanismos que rigen las sociedades construidas sobre el crimen organizado. Supe muy pronto que en algunos países la persona de mayor relevancia política actúa como un jefe de la mafia. Él nombra a sus “ministros” y lo hace en función de un único principio: lealtad a cambio de impunidad sobre cualquier crimen o delito. Y si alguien investiga al jefe tienen autorización para matar. Hay países enteros cuya organización funciona igual que la de las mafias”.
No sé porque todo esto de los ministros, la lealtad y la impunidad, me ha recordado a Felipe González que le dijo a Juan José Millás que seguía teniendo la duda moral de si volar la cúpula de ETA hubiera sido o no lo procedente. En España que sepamos, como en Francia, no existe la pena de muerte.
En España, se ha protestado poco por esto y por Nueva York anda este señor pavoneándose con Clinton, Blair y Carme Chacón. Pero en las Juntas Generales de Gipuzkoa, con la sospechosa reprobación del muy moral PSE, han pedido se le investigue. Hay que recordar que en Álava, Txarli Prieto le criticó duramente sus abyectas declaraciones, declaraciones que le parecieron muy oportunas a Zapatero y no digamos a Ramón Jáuregui.
Por eso ha estado bien y valiente que las Juntas de Gipuzkoa le hayan pedido a la Fiscalía del Estado que investigue si el ex presidente del Gobierno Felipe González incurrió en un delito de “ensalzamiento del terrorismo” en la entrevista en la que desveló que pudo “volar” a toda la cúpula de ETA a finales de los años 80. En esta entrevista, González también definió como “un gran tipo” al general de la Guardia Civil Enrique Rodríguez Galindo, condenado como inductor del secuestro, torturas y asesinato de los etarras Lasa y Zabala.
La Cámara “reprobó” estas manifestaciones en una moción presentada por Aralar, consensuada con el PNV, EB, Hamaikabat y Alternatiba, y que contó con el rechazo del PSE y la abstención del PP. No obstante, el representante socialista Julio Astudillo aclaró que “desaprueba” las declaraciones del ex presidente y que su partido “se siente cercano y solidario con todas las víctimas del terrorismo, las de ETA, las del GAL y las del Batallón Vasco Español”. Pero no lo reprobó.
El texto aprobado pide al Ministerio Público que investigue al antiguo dirigente del PSOE por si sus afirmaciones pueden constituir “un delito de ensalzamiento del terrorismo y de personas que han cometido terrorismo o delito contra la dignidad de las víctimas”.
Nada. No va a pasar nada. España es diferente.
En la revista Cambio 16 del 28 de noviembre su columnista Santiago López Castillo en un artículo de la “A” a la “X” justificaba los asesinatos del Gal con este comentario:
Felipe González ha vuelto queriendo o sin querer, a sacar a los Gal. ¿Tenía necesidad de hacerlo?. Porque tiene más entendederas que el Iluminado. Todos, si no jugamos a farisaicos, habríamos aplaudido el GAL pero no en plan chapuza. Juan José Laborda, a la sazón presidente del Senado, me confesó privadamente en su despacho del palacio de la Marina Española “Nosotros lo tenemos claro. Por cada uno de los nuestros, dos de los vuestros”. Era un secreto a voces.