Estudié mi primaria y primer bachillerato en Donostia-San Sebastian. Cuando llegué al Colegio de los Marianistas en Aldapeta 5, me cambiaron el nombre de Iñaki Mirena a Ignacio María y en el Sagrado Corazón a mi hermana Maitena de Maitena a Amada. Afortunadamente mi aita logró que cuando entraba el profesor de Formación del Espíritu Nacional, en clase, yo saliera al patio. Cada semana aquel mini desplante al régimen, me marcó. Pero tengo buen recuerdo de aquellos años donostiarras viviendo con mis aitonas en la calle Prim en una ciudad donde había pocas cosas que hacer para los chavales en invierno salvo el cine del Colegio las sesiones continuas, jugar a las chapas y pasear una ciudad hasta conocer el último rincón, ir al Castillo y al Museo San Telmo. Por eso, atrapado en aquellos recuerdos de infancia cada cierto tiempo me gusta venir a Donosti y patear sus calles y acordarme de la gente y de la esquina Ayani donde con Abascal, Aristi y Arruebarrena, deambulábamos sábados y domingos.
Por eso el martes pasado estuve visitando el Museo de San Telmo, recientemente reinaugurado con un buen arreglo de la plaza, una entrada moderna y conseguida, una iglesia remozada con sus impresionantes pinturas de Sert, un claustro limpio y con las estelas ordenadas y la visita a un tipo de museo didáctico para turistas curiosos e ikastolas de grado medio. Ya no estaba aquella reproducción de la cocina de un caserío con su gato, ni la habitación de la casa de un arrantzale. Tampoco el Santiago Matamoros en la escalera que se tapaba cuando Franco venía a Donosti, ni las esculturas de Beobide en el rellano de la escalera. Todo está más organizado y tratado con el sistema pedagógico visual de los modernos museos donde se tratan los ritos en torno a la muerte y el culto a los antepasados, Ias estelas y argizaiolas, los hitos del desarrollo, el despertar de la modernidad, la industrialización, y curiosamente hechos mineros de la margen izquierda de la Ría de Bilbao, más propios de un Museo Nacional vasco, que de un museo de estas características.
Es cierto que se aborda la aparición del nacionalismo (encontrar a Sabino Arana es un milagro) y etapa republicana pero muy sucintamente así como la creación del gobierno vasco, la guerra y el franquismo, pero todo son apuntes que se ven en un pis pas. Y un dato curioso. Ni una imagen del primer Lehendakari de la historia, ni del segundo que se apellidaba Leizaola, era donostiarra, había sido funcionario de la Diputación de Gipuzkoa, creador de la Universidad Vasca (en noviembre 75 años), Consejero de Justicia y Cultura y segundo Lehendakari a la muerte del primero. Al parecer no existió. Este hecho sería imposible de entender en un museo serio europeo. Está bien ser esquemático, pero llegar a la anulación de un personaje clave, me parece llamativo, tratando de ser mínimamente objetivo.
Otra de las cuestiones que me sigue llamando la atención del Museo de San Telmo que de la sensibilidad de las élites de la ciudad, es el hecho de como la colección histórica de arte se exhiba en este Museo y San Sebastián no tenga un Museo de Bellas Artes como tal para realizar el mismo recorrido cronológico que se hace en San Telmo. San Sebastián tiene envergadura de ciudad para exhibir de otra manera los Rubens, Greco, Tintoretto, Ribera, Arrue, Madrazo, Arteta, Picasso, Oteiza y Chillida que junto a los propios fondos y a una política seria, haría de ese posible Museo una referencia. Ahora, tal y como están, se queda en un mero apéndice de un museo almacén con muchas cosas. Y que no se me hable del menoscabo proyecto de Tabacalera pues para mí, éste gran edificio debería funcionar como dinamizador Cultural como hace la Alhóndiga bilbaína y exhibir todo el rico patrimonio artístico gipuzkoano en un Museo propio.
Pregunté por qué se había hecho este planteamiento tan raro para el actual Museo de San Telmo y se me contestó que la impronta del anterior alcalde así lo había decidido prescindiendo de otros criterios de la Diputación y el anterior gobierno vasco.
Un antiguo concejal donostiarra me resumió su propia versión de ésta manera: “San Telmo desgraciadamente es más envoltorio que contenido y su importancia radica en lo que no está (fondos de pinacoteca de autores vascos y donostiarras de fines del XIX y principios de XX) guardado para la futura Tabacalera.
“Lo que has visto es fruto del concepto personalista de Odón Elorza que para no tener más influencias se abrazó a las distintas ministras de cultura y de esa forma dejó en menor importancia a la Diputación y al anterior Gobierno. Así nadie le discutía su proyecto. Proyecto por cierto del más puro estilo socialista eibarrés o bilbaíno, realizado por decoradores y asesores culturales de la provincia obrera hermana y que acaba relegando a lo más valioso, la colección de pintura y retratos, a un laberinto de techos bajos y muchas esquinas y relega la etnografía vasca, que siempre fue su fuerte, a una renovada sacristía y coro de la iglesia con una manifiesta expresión de ignorancia y desconocimiento de lo que han supuesto en nuestra tierra. ¿Dónde has visto algo de D. José Miguel Barandiarán, o de Aranzadi…?
“¿Cuánto has visto de Garbizu, Lekuona, Oteiza, Chillida, Nagel, Jauregi, Zuloaga, Regoyos, Ricardo Ugarte, etc…?
“Tenemos una joya de arte religioso que anda trashumante. Hay fondos privados que no se fían de la gestión pública.etc…”.
“Efectivamente Gipuzkoa tiene contenido para tener un buen museo de arte vasco contemporáneo, ya que sobran autores y obras buenas, pero faltan personas cultas y con ideas”. Hasta aquí el comentario del exconcejal donostiarra.
El caso es que mi visita al Museo San Telmo de mis años escolares me dejó el sabor de algo fallido y solo aprovechable como he escrito para turistas curiosos e ikastolas de grado medio, a pesar de las evidente omisiones que ahora entiendo y del por que fueron borrados del mapa hitos y personas claves no solo para la historia vasca sino para la propia historia donostiarra. Ojalá algún día, con administración nacionalista, esta bella pieza de la cultura gipuzkoana subsane sus omisiones y le dé al arte, su estuche particular, y a Leizaola, el espacio que merece y que el sectarismo ha invisibilizado.