LA división del Partido Nacionalista Vasco en 1986 fue toda una tragedia. No supimos, no quisimos o no pudimos convivir bajo una sigla que en aquel entonces tenía 91 años y mucho sufrimiento por detrás. Nos faltó la madurez democrática suficiente para resistir un debate interno con posturas contrapuestas. Hacía once años que había muerto el dictador y solo nueve de la salida del PNV de la clandestinidad y eso se notaba. La vieja guardia, con su autoridad moral, iba desapareciendo y en ambas partes nos consideramos poseedores absolutos de la verdad cuando, en el fondo, de lo que se trataba era de un pulso de poder con la argumentación de fondo de una ley de Territorios Históricos que al parecer no casaba bien con aquel nuevo ámbito de actuación que era aquella potente autonomía todavía en ciernes y golpeada por la Loapa. Todo esto y una lucha de personalidades carismáticas y muy atractivas para cada una de las partes hizo el resto, pero el resultado fue un desastre. Garaikoetxea, por quien el jelkidismo había apostado desde el principio, formó un nuevo partido cuyo resultado inmediato no fue otro que la llegada del PSE al Gobierno vasco. En aquellos años, el mundo de HB se aferraba a su bandera de la no participación en el Parlamento Vasco con argumentos de adolescente, mientras toleraba y propiciaba una lucha armada, cruel y asesina a la vez que estéril para la causa que absurdamente decía defender.
Es en este contexto en el que nace una Eusko Alkartasuna, como un PNV bis. En aquel momento el PNV y EA eran como la Coca-Cola, y la Pepsi-Cola, iguales en casi todo, aunque a la nueva formación le gustara hacer hincapié en su carácter socialdemócrata e independentista como si el PNV no incluyera esos dos elementos desde su misma fundación. Pero eso ayudaba a explicar lo inexplicable, es decir, que el nacionalismo institucional se había dividido en dos de manera suicida.
El coste mayor para el Partido Nacionalista Vasco, además de su obligada necesidad de pactar con el PSE, lo tuvo en Navarra. Ya en 1977 Garaikoetxea no había querido ir solo a las elecciones con la histórica sigla, subsumiendo a esta en una sopa indigesta formada por el PT, ESB y ESEI a la que llamaron UAN (Unidad Autonomista Navarra) para inmenso disgusto de D. Manuel de Irujo que clamaba en el desierto diciendo que el PNV era tan histórico en Navarra como en Bizkaia. El resultado fue que no obtuvimos acta de diputado para Garaikoetxea sino cinco años de ausencia del escenario político navarro, donde se aupó la consolidación de UPN, y el que, tras la división y la poco acertada expulsión de la Asamblea navarra del PNV, toda esa representación fuera traspasada a una EA que nacía en 1986 con fuerza y representación en los cuatro territorios vascos. Asimismo, en Madrid veríamos después con estupefacción a Begoña Lasagabaster defender exactamente lo mismo que el PNV con un discurso de pose más radical que no le impedía, cuando bajaba de la tribuna, mantener una obsequiosa relación con un PSOE que ha sido quien le ha facilitado su salida personal para trabajar en ONU-Mujer con la líder socialista Michelle Bachelet e Inés Alberdi. ¿Para qué le sirvió a Euzkadi aquella división en Madrid? Absolutamente para nada.
No pretendo ser muy pormenorizado en este análisis de parte porque debería apuntar los distintos gobiernos y alianzas posteriores entre el PNV y EA, entre Ardanza y Garaikoetxea, entre Ibarretxe, Azkarraga e Intxaurraga que fueron positivos para el país en momentos de una Brunete mediática desatada, de una ETA enloquecida, de una HB ilógica y de un PP desaforado. La historia es como es con sus luces y sus sombras y aquellos años de colaboración dieron resultados importantes para el país hasta que al secretario general de EA, Unai Ziarreta, se le ocurrió romper la entente triunfadora decidiendo negociar con la mal llamada izquierda abertzale absurdos proyectos de futuro que lo único que dieron fue con el PNV en la oposición, EA en la marginalidad, Ibarretxe en la dimisión, y el frente españolista PSE-PP en Ajuria Enea. Esto, es preciso repetirlo, fue obra de una EA radicalizada que creía que ya el tiempo de la Coca-Cola y de la Pepsi-Cola había acabado. Se cubrieron de gloria.
Un escritor de la IA resumía la hazaña de esta manera: «Si os fijáis, Eusko Alkartasuna nació como partido burgués, pero la realidad nacional vasca, tan íntimamente ligada a lo social, ha arrastrado a la izquierda al partido del Sr. Garaikoetxea y todos aquellos señores (y sobre todo aquellas señoras) burgueses, algunos jubilados, de impecable atuendo que acudían a los pequeños mítines que EA organizaba hacia mediados de los 90 (cuando el gobierno de coalición de Lakua del PNV-PSOE) en el hotel Indautxu, a escuchar al carismático y tan bien parecido y elegante lehendakari del partido pamplonés. Ni siquiera el paréntesis de institucionalismo puro (cuando el gobierno de coalición de Lakua PNV-EA-besteak) ha podido evitar que la corriente arrastre al partido de aquel Oliveri, al partido actual de Urizar -que por aquel entonces era solo un leader de Gazte Abertzaleak (la EGI de EA) y concejal de EA en Arrasate-Mondragón- que une sus fuerzas al soberanismo vasco, claramente izquierdista». Hasta aquí Donatien Martínez Labegerie.
Así ven la evolución de EA desde el espacio de los nuevos socios del Sr. Urizar, que de cinco palabras que pronuncia dos son para nombrar a Euskal Herria; que nada tiene que ver con la trayectoria de aquella EA que se veía continuadora de la obra de Sabino Arana. A fin de cuentas, fue este quien superó el concepto geográfico y cultural de Euskal Herria y de los tibios euskalerriacos de Sota, para resumir su acción política en que «Euzkadi es la Patria de los Vascos», con Euzkadi continental incluida, hoy llamada Iparralde. Cien años llamando a Euzkadi como Euzkadi (la propia ETA significa Euzkadi ta Askatasuna) para que un pirado redactor de comunicados de ETA decidiera por sí y ante sí y por puro antipeneuvismo y antisabinianismo recuperar el nombre carlista de Euskal Herria como hecho diferencial, para que este Sr. Urizar incluya simbólicamente a aquella EA sabiniana en el circuito de esta nueva EA radical y euskalerriaca definida ya claramente hasta en su nomenclatura. Su nuevo socio de Alternatiba, Oskar Matute, ha dicho que tiene como referencia política histórica no a Sabino Arana sino al comunista Jesús Larrañaga. Está en su derecho. Pero esto nada tiene que ver con aquella EA. Los partidos cimarrones sirven para acolchar disputas mayores, rara vez para conducirlas. Pueden incluso jugar a centrismo posicional ya que encarnan valores tradicionales e intereses concretos de los viejos tiempos a la vez que ofrecen la frescura de la oposición marginal que protagonizaron. Pero esta EA de Urizar devino en tragedia porque ni tuvo los arrestos para reedificar una alianza sólida y de futuro ni el talento para promover un nuevo sistema de relaciones políticas, propio del pluralismo democrático. Hoy son una caricatura de lo que fueron.
Xabier Lapitz lo escribía con precisas palabras: «Me cuesta mucho imaginar a Carlos Garaikoetxea y lo que él representa compartiendo sigla con Oskar Matute y lo que este joven veterano trae detrás. Culturas políticas distintas bajo una misma sigla, ligada por un objetivo que necesita del aceite de unos independientes obligados a llamarse así por imperativo legal y que, a su vez, traen su propia tradición. De lo que no tengo ninguna duda es del compromiso de Garaikoetxea con la paz, ayer y hoy, y me parece un insulto dudar de ello».
Estamos, pues, en este país de Oñacinos y Gamboinos, Carlistas y Liberales, Comunión y Aberri, con la sigla EA diluida en la nueva percha de la izquierda abertzale, la misma, a la que no le importa un comino pasar de HB a Batasuna, de Batasuna a Herritaren Zarrenda, de ésta a Aukera Guztiak y de aquella sigla del año 2005 al Partido Comunista de las Tierras Vascas para pasar a Acción Nacionalista Vasca en 2007, Democracia Tres Millones en 2009 y ahora con Sortu y Bildu. Ante esta coyuntura la actual EA tiene poco que hacer más que aportar su sigla-kleenex a este nuevo proyecto que ojalá sea definitivo y cuente con todos. Con contundente claridad lo decía Andoni Ortuzar el pasado domingo: «El electorado de EA va a venir al PNV y sus dirigentes a la izquierda abertzale». Y así será. Serán bienvenidos. Dicho todo esto con el máximo respeto para Hamaika Bat.
Euzkadi camina hacia su normalización política. De ahí que nos parezca imprescindible que Bildu, con EA dentro, participe el 22 de mayo. Pero nuestra dimensión de país no da más que para una mesa de cuatro patas. PP y PSE por una parte, PNV y HB por la otra. Y ese será un gran día si a ésta realidad se le suma la desaparición definitiva de ETA. No sería bueno reeditar la leyenda de los zombies: los muertos que caminan sólo conducen al precipicio.