Juan de Astigarrabia fue el Consejero del Departamento de Transportes del primer gobierno vasco formado en Gernika el 7 de octubre de 1936, hace ahora 75 años. Pertenecía al partido comunista. Tras la caída de Bilbao, su partido le juzgó por su «compadrazgo con el gobierno de Aguirre» y quiso fusilarlo. Aguirre e Irujo lo protegieron y salvó su vida pasando el exilio en Panamá y en Cuba, donde fue profesor de marxismo en la Universidad de La Habana. Volvió a Euzkadi y se afilió a EE. Le visité en su casa de Amara. Me habló de aquel gobierno y del respeto que sentía hacia el Lehendakari Aguirre. Alto, enjuto, de ojos pequeños y cara cincelada me dijo: «Nosotros no nos considerábamos demócratas. Despreciábamos la democracia hasta que vino el fascismo y nos demostró que la democracia era necesaria”.
Le pregunté por el cambio de vida tras su vuelta ya que había pasado los veinte años últimos en Cuba y me dijo: «Me voy habituando, sobre todo a estos inventos de la tecnología moderna, al portero automático, éste. Nosotros en Cuba nos hemos quedado completamente aislados y estancados y de los países socialistas no vienen estas cosas». Astigarrabia era un comunista consecuente y murió siéndolo.
En el extremo contrario tenemos a todo el mundo de la Izquierda Abertzale que desde los primeros comunicados de ETA mostraba su ideología que basculaba entre el marxismo-leninismo, el trotskismo, el maoísmo y el titoismo. ETA nació en los años sesenta al calor de la revolución argelina y cubana y el empeño consistía en demostrar quién era el más radical, el más puro, el más cabal seguidor de un sistema que cuando cayó el muro de Berlín, mostró al mundo su verdadera faz. Totalitarismo en estado puro y duro, apoyado en la máxima maquiavélica de que “el fin justificaba los medios”. De ahí que no importase matar, torturar, robar, chantajear, sembrar el terror.
Pero curiosamente sus miembros cuando se exiliaban al ser perseguidos no elegían como lugar de refugio y vida Cuba, paraíso del socialismo real, sino la burguesa Venezuela o el priista México. No se entendía como tanto revolucionarismo de tasca y aguardiente acabara buscando lo que por Hugo Chávez denomina «los escuálidos» o Fidel «los gusanos». Y tenemos cientos de ejemplos, desde José Félix Azurmendi, que incluso daba clases en Caracas en la Universidad Católica, hasta Valentín Solagaistua que entrenaba al fútbol a los chavales. No parecía muy comprensible el que haciendo valer semejante ideología no la eligieran como su lugar de vida donde se aplicaba. Algo debía fallar. Eso si, en cuanto llegaban a Caracas seguían con las mismas monsergas e incluso defendían tan impresentable ideología totalitaria en las charlas que organizábamos en el salón de Euzko Gaztedi con el sugestivo título de «Nacionalismo revolucionario versus Nacionalismo reaccionario».
El tiempo ha ido dando la razón a quienes hemos visto en el régimen cubano lo más parecido a una cárcel donde no existe la menor libertad de expresión, donde los cargos no son electivos sino hereditarios, donde quien discrepa da con sus huesos en la cárcel o muere en ella, donde la única movilidad existente es para coger una patera con la familia e irte a Miami con los otros «gusanos», donde la mayoría vive en la casi miseria pendiente de la olla arrocera, donde la belleza de las ciudades se cae a pedazos, donde no hay permitida la mínima discusión política y si a alguien del régimen se le ocurre decir que Fidel está chocho, como hicieron Carlos Lage y Pérez Roque, los obligan a retractarse en público para ir posteriormente a cultivar caña de azúcar bajo un sol de justicia.
Bueno pues es éste, en teoría, el paraíso que siempre ha reivindicado la izquierda Abertzale como modelo, envuelto todo en el papel de celofán del nacionalismo vasco perseguido aunque sin enseñar la verdadera patita de su ideología, ideología que vuelvo a repetir no solo ha sido un fracaso, sino una aventura totalitaria gobernada por una nomenclatura corrupta. Para derribar a Batista no hacía falta pasar de una dictadura a otra peor. Para enfrentarse a los Estados Unidos, no hacía falta fusilar a media Cuba como hizo el Che Guevara en El Morro.
Algo de esto debieron pensar los tres miembros históricos de ETA detenidos en Venezuela el jueves huyendo de Cuba hasta que su barquito encallara en el paradisíaco archipiélago de Los Roques. Curiosamente el velero llevaba la bandera española y Hugo Chávez, que dirige su régimen de forma lo más parecida al cubano, los empaquetó y en avión los mandó a La Habana. El militar golpista venezolano no podía permitir que alguien cuestionara de esta manera, el idílico paraíso de su gran mentor, Fidel Castro, su actual médico de cabecera.
Elena Bárcena, Francisco Javier Pérez Lekue y José Ignacio Etxarte se han debido dar cuenta que la vida en Cuba y su paraíso no es una milonga y por tanto habían decidido desobedecer la disciplina de ETA que les obligaba a residir en la isla caribeña y decidieron huir a bordo del «Silver Clouds». Los tres llevaban residiendo en Cuba más de veinte años, de donde no se les permitía salir, según denunciaron dos de ellos en una carta pública, en la que llamaban «carceleros» a las autoridades castristas.
Sé que todo el colectivo de la Izquierda Abertzale no piensa de la misma manera. Pero ahí están sus jefes con el puño en alto, fuertemente ideologizados, hablando solo de la independencia de Euzkadi pero sin todavía quitarse la careta sobre el tipo de sociedad que defienden. Desde luego si les preguntan a sus compañeros que huían de Cuba hartos de los Castro, seguramente no dirían las infantilidades a los que nos tiene acostumbrados este mundo que comienza a ver que ha de definirse. Ya no tienen al primo de Zumosol de gran muleta y cada vez más la sociedad desea saber que tipo de modelo social y político defienden.
Cincuenta años de ETA solo han servido para llenar los cementerios y las cárceles, envilecer el debate y quitarnos un tiempo precioso.
La peripecia de los tres balseros vascos cubanos del 6 de setiembre nos muestra asimismo la fotografía del fracaso de una apuesta ideológica que se resume en la carta de dos de ellos: “Cuba es una cárcel». Tampoco harán autocrítica. Van de fracaso en fracaso hasta la derrota final.