No sé si resulta más siniestra, patética o enternecedora nuestra querencia por hacernos trampas al solitario. Tanta bronca por las fases, tanta literatura chunga sobre la nueva normalidad o lo cambiados que saldríamos de esto, y resulta que el personal ha decidido por su cuenta que el bicho se ha ido, que (en el mejor de los casos) basta con un mascarilla requetesobada como detente-bala y que ancha es Castilla. Qué imagen, la mañana de un lunes laborable, la de las terrazas de mi pueblo llenas a razón de cuatro almas por mesa de un metro cuadrado. Todo un desafío para las matemáticas; todavía estoy esperando que uno de esos listos que regalan clases de óptica venga a explicarnos que si el zoom, que si el objetivo, que si el ángulo. Ni distancia interpersonal ni gaitas: promiscuidad pre-pandemia pura y dura.
Me alegro sinceramente por el sufrido gremio hostelero, pero no puedo evitar pensar con espanto en el lugar al que pueden llevarnos estas actitudes. Ahora que, a costa de un sacrificio indecible de los profesionales sanitarios y del esfuerzo de la gente corriente, los números empiezan a apuntar en buena dirección, no podemos pifiarla. La recaída es una opción muy sería. Apelo, sí, a la responsabilidad individual, pero también al deber de nuestras autoridades de impedir la vuelta al infierno.
El bicho seguro que no se ha ido, pero escuchando a la consejera del Gobierno basko dio a entender que es más peligroso (multas) pasar de las 10:00 andando por el monte que permanecer todo el día en las terrazas dándole al frasco.
Muy coherente no parece, a no ser que mientras en el monte no gastamos si lo hacemos en las terrazas.
Nuestro diputado general ya dijo hace días que la mejor manera de salir de esta crisis era gastar dinero.
Así que en esta jaula de grillos en que se ha convertido toda la política durante la pandemia, nos aclaran de una sola vez, si es mas sano el tintorro que la lechuga.
Un saludo.
Miro atónito en el periódico una foto de varios padres y madres con sus niños pequeñajos, todos apelmazados alrededor de una mesa de un bar de la Plaza Nueva de Bilbao, sin guantes y sin mascarillas, arrebatados por una alegría como si se hubiera terminado una guerra mundial.
La pandemia ha muerto. Que pase la siguiente.
y fijate si ahora salen las ligas anti alcoholicas y dicen que los bares son fabricas de alcoholicos y que habia que cerrar los bares y convertirlos en biblitocas con refrescos.