A finales de julio escribí una columna titulada No pinta bien. En realidad, me dejé llevar por las ganas de no jorobar demasiado la marrana, pues en aquellas jornadas estivales de brotes y rebrotes desbocados, debí haber encabezado mis garrapateos diciendo claramente que pintaba mal, muy mal, si me apuran. Sin ser uno, en lenguaje de Violeta Parra, ni sabio ni competente en materia de pandemias cabritas, ya se podía intuir por entonces que empezábamos a transitar por el camino negro que va a la ermita de la multiplicación de contagios, hospitalizaciones y —oh, sí— fallecimientos. El que desemboca impepinablemente no sé si en un confinamiento como el de marzo y abril, pero sí en la toma de medidas restrictivas por parte de las atribuladas y hasta despistadas autoridades.
Las primeras de esas medidas, que ahora mismo les apuesto yo que no serán las últimas, ya están decretadas tanto en la demarcación autonómica como en la foral. Ha llegado Paco con la rebaja, diría mi difunta ama, aunque quizá ella misma también proclamaría, viéndose en estas, que ya nos pueden ir quitando lo bailado. Desde aquellos días en que ya se olía la llegada de la tempestad, hemos venido comportándonos como si la cosa no fuera con nosotros, esperando el milagro de último minuto que —¡manda carallo!— aún no hemos descartado.
No sé si las rayitas del mapa que marcan fronteras establecen zonas diferentes para la la propagación del virus.
Cantabria aconseja el auto confinamiento, nuestra hermana Navarra toma medidas severas, Francia dicta el toque de queda y en la CAV, tras anunciarse el Viernes «importantes» medidas, pues ni fu ni fa sino todo lo contrario. De todas formas lo que dijera la Consejera Sagarduy sirvió de poco.
No había más que ver la Gran Vía de Bilbao ayer por la tarde o Donostia durante gran parte del día para comprender que unos hablaban pir hablar y los otros escuchaban lo que querían.
Habrá que optar por el auto convencimiento y que cada uno tome las medidas personales adicionales que estime pertinentes
No hace falta más que sentido común para, mascarillas y geles aparte, evitar aglomeraciones, terrazas de bares, locales cerrados y concurridos y sentir empatía por los demás.
¿Que el lugar de trabajo es un sitio cerrado, concurrido y con escasa ventilación? Pues suerte y que no decaiga más aún la economía. Así de sencillo e imposible a la vez.
Los seres humanos somos, en general, sociales. Esto es así porque tiene la ventaja de que las sociedades son muchísimo más fuertes que los individuos, se pongan los anarquistas de diverso pelo como se pongan.
Pero eso hace que nos volvamos poco menos que locos si nos meten en casa a la fuerza. O, viceversa, hay que estar loco en plan hikikomori para poder tolerar un encierro semejante.
Así que, sabiendo esto, tampoco me extraña que volvamos a las andadas. Pero, ojo, no extrañar o entender, «No» es justificar. Porque justificadores hay un montón, empezando desde los que nos llamaban policías de balcón (o nazis, directamente) a aquellos que denunciábamos los que se estaban saltando las medidas. A estos se les añaden últimamente los que insisten que «todo es culpa del trabajo»… que es un 20% de los brotes… y se mean en la realidad de que los jóvenes tienen una tasa de entre cinco y diez veces más grande que la población general, que las reuniones familiares y sociales cuentan el 40% por lo menos de los casos y que, de hecho, ya están apareciendo nuevas cepas más agresivas en ese caldo de cultivo.
Soy pesado. Pero cientos de personas están muriendo. Pronto serán miles. No tengo tiempo para ser caritativo con la gente que está permitiendo esto, simplemente porque quiere tomarse la cañita o «disfrutar la juventud» o que «de algo hay que morir».
De acuerdo que todos moriremos en un momento u otro. Pero hay una diferencia sustancial entre morirte (o matarte) tú y ser responsable de matar al vecino.
Pues claro que se veía venir.
Un virus no desaparece, se le podrá paliar con fármacos o vacunas si las hay, que no es el caso.
Estamos como estábamos al principio, un principio que nadie conoce o no quiere reconocer.
Y la culpa es de TODOS por irresponsables, por una parte la sociedad que hemos salido como Vicente, y por otra las autoridades políticas y sanitarias que no se quedaron en la zaga, implantado medidas de palo y zanahoria.
Podemos empezar por el cortejo de Kobaron que nos animó a joderlo todo, y seguir con el silencio y desaparición de la Sanidad que en los meses estivales se olvidó de la Covid, ya que al parecer otras patologías han «desaparecido misteriosamente» para «suerte» de todos.
¡Menos mal que el confinamiento iba a sacar lo mejor de cada uno!
Ahora a joderse, y desde la terraza del bar cigarrillo en mano y sin mascarilla, reconocer ante el micrófono con la boquita pequeña que ¡algo tenían que hacer! Mientras tanto, pensamos que la culpa es de los demás y que nos quiten los «bailao».
No tenemos arreglo!
Fue un grave error la idea, muy extendida, de que el virus sólo mataba a las personas mayores.
Pobrecitos los aitites y amamas que morían en las residencias. Y ahora se ha visto que el virus no distingue de edades, que ataca a todos, si bien las consecuencias pueden ser diferentes.
Y además no hemos querido aceptar que el efecto de propagación del virus es directamente proporcional a la actividad social de las personas de forma que quienes más relaciones interpersomales tienen en el trabajo, en el ocio, etc., más propagan la enfermedad. Y esos no son precisamente las personas mayores. Y tampoco hemos querido asumir la cuota personal de responsabilidad que cada persona tenemos en una situación de pandemia.
Y así nos va. Con echar la culpa a las instituciones nos quedamos tranquilos. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Ni hay nadie más tonto, que el que piensa que los tontos son los demás.
A estas alturas creo que ya sabemos lo que hay que saber, y el que no lo sabe es porque no quiere.
Sin embargo el otro día en el Teleberri hablaban de bodas, y el novio feliz contando que había dividido la celebración en grupos pequeños de 40 (!!!) personas. Que evidentemente van a estar sin mascarilla y se van a juntar. Los límites de 10, ahora 6, ¿no se aplican para estos casos?
Y todavía en las terrazas al aire libre, riesgo prácticamente cero, les ves desinfectando las mesas y las sillas. Al menos esto no hace daño a nadie, aunque lo que es valer, valga para bien poco.
Se veía venir pero no se hace nada
La gente salvo excepciones hace como que no va con ellos
Hemos demostrado ser una sociedad infantilizada que no rebelde
Al final una de dos o se toman otra vez medidas drásticas o si no sálvese quien pueda . Un fracaso de todos .