Lo sorprendente es que ninguna de las consultas de las direcciones de los partidos a sus bases se haya saldado con un 225 por ciento de votos favorables. Ahí han andado, rozando el pleno, en el clásico búlgaro de la mayoría apabullante maquillada con un puñado de sufragios en contra. No me digan que no resulta enternecedor que a estas alturas pretendan colarnos esos plebiscitos de fogueo como la releche en verso de la democracia interna, y me llevo una. Cuando los gerifaltes de los aparatos planteen un cara o cruz que puedan perder, hablaremos de coraje, gallardía y disposición a aceptar la voluntad de la militancia. Entretanto, nos quedamos en un caramelito ventajista sin más sentido que procurar a los mandarines una coartada para hacer lo que les pete con la apariencia de respaldo.
En todo caso, si cabe algún reproche, no es a las cúpulas sino a los dóciles rebaños que en los casos que nos ocupan han accedido a pronunciarse sin conocer los detalles de la cuestión por la que se les preguntaba. Eso reza para los afiliados de PSOE y Unidas Podemos, que han debido definirse sobre un par de folios vagos, pero especialmente para los de ERC. A las huestes republicanas les ha tocado responder a una pregunta con triple tirabuzón y, sobre todo, de interpretación final absolutamente abierta. El abrumador resultado favorable da manos libres a la dirección de la formación soberanista para decidir si lo que sea que acepte el PSOE, ya sea mesa con mediador o con el botijo de agua fresca que mentó en su día Aitor Esteban, es condición suficiente para facilitar la investidura de Pedro Sánchez. Muy bien jugado por su parte.