Espionaje, de mal en peor

Antes de las explicaciones de Pedro Sánchez sobre el escándalo del espionaje, teníamos motivos para estar indignados y preocupados. Después de escuchar al presidente español en el Congreso, hemos avanzado mucho. La indignación se ha multiplicado por diez ante la pachorra exhibida, y la preocupación ha mutado en congoja, por no escribir la palabra que ustedes están pensando. Entre las cabriolas dialécticas, las promesas de humo y los sudores de tinta china del atribulado inquilino de Moncloa, no fue difícil sacar varias conclusiones, a cual más espeluznante.

Primero, se diría que para el sujeto lo sucedido no pasa de ser un accidente menor, cuya gravedad no reside en la ignominia de husmear a dirigentes políticos sino en la repercusión para el mantenimiento de su poltrona. Lo terrible no es la intromisión en la intimidad sino que le pueda costar el puesto. Solo el miedo a tal circunstancia le hizo anunciar vagas modificaciones legales sobre el CNI y, echándole un par de narices, comprometerse a toquitear la ley de secretos oficiales cuya reforma volvió a mandar al cajón no hace ni dos meses.

Claro que lo peor de todo fue la sensación de que, como muchos nos temíamos, el jefe del ejecutivo no tiene pajolera idea de en qué andan los miembros de los servicios de inteligencia. Ya escribí aquí mismo que era muy malo que Sánchez estuviera al cabo de la calle del asunto, pero que la posibilidad verdaderamente funesta consistía en que no controlase a los moradores de las cloacas del Estado. Cada vez hay más indicios de que esté siendo así, y eso sí que no hay ley ni reforma que lo remedie.

El Supremo enreda con los indultos

Es verdad que en la última línea de playa está el Constitucional, pero la penúltima la ocupa el Supremo como tribunal vengador garante de la sagrada unidad de la nación española y castigador de disolventes. Qué alegría le han dado los aguerridos togados a los más insignes representantes de las diestras y ultradiestras, tanto mediáticas como políticas, al anunciar que van a revisar los indultos a los malvados independentistas catalanes. A más de uno se le hace el tafanario pepsicola al imaginar a Junqueras, Cuixart, Turull, Forcadell y demás beneficiados por la medida de gracia volviendo a la trena.

Lo primero que hay que aclarar es que está por ver que tal fantasía lúbrica se vaya a cumplir. Incluso aunque esta nueva mayoría de magistrados partidarios de anular la decisión del gobierno de Sánchez acabe tumbando los indultos, todavía habría tela que cortar. A Moncloa le bastaría buscar otra argumentación, que es lo que está en entredicho, y volveríamos al punto en el que estamos. En cualquier caso, la forzada reactivación de este embrollo nos a da pie a recordar que el punto de partida está en la brutal injusticia de imponer severísimas penas de cárcel por puro afán de dar un escarmiento. Consumada la tropelía, a la que no fue ajeno el PSOE, y también es verdad que por pura necesidad aritmética para seguir durmiendo en Moncloa, Pedro Sánchez puso a trabajar a destajo a sus fontaneros jurídicos para desfacer el entuerto. Fue una tremenda chapuza para tratar de compensar el pecado original, que fue, insisto, mandar a prisión a quienes se podría haber impuesto una sanción administrativa y económica. De aquellos polvos, este barro.

No es toda la hostelería

Se ha hecho famoso, y no para bien, un empresario de hostelería que soltó en un programa matinal de la tele que en su gremio “lo normal siempre ha sido trabajar media jornada, o sea, doce horas”. La frase es demoledora y, desde luego, retrata al tipo que la pronunció sin siquiera ser consciente de la barbaridad de la afirmación. Apurando un poco más, podría convenir en que no es el único de su sector con una mentalidad que fluctúa entre el feudalismo y el esclavismo. Lo que no puedo aceptar es que, como muchos se lanzaron a proclamar, esas palabras reflejen ni el pensamiento ni la actitud de la totalidad de propietarias y propietarios de locales de hostelería.

Siempre he sido un enemigo de las generalizaciones, pero en el caso que nos ocupa, voy un paso más lejos. No hablo de garitos en plural sino en singular. Y, entonces sí, puedo entrar a valorar si en este bar, en aquel, o en el de más allá se dan prácticas laborales abusivas. No son pocas las ocasiones en que quien está detrás de la barra es el dueño del local, un autónomo cuyos derechos palidecen ante el más precario de los trabajadores por cuenta ajena y que se pega las arriba mentadas doce horas (o las que toquen) al pie del cañón. Así que propongo que nos vayamos liberando de ciertos prejuicios facilones. Por el mismo precio, a todos los que despotricaron contra el explotador de la tele les llamo a reflexionar sobre el modo en que tratan a quienes les sirven las cañas, los copazos, las raciones o el menú del día. Quizá alguno descubra, si es sincero, que sus comportamientos como cliente no andan lejos de los del sujeto que ha dado pie a esta columna.

Borbón contra Borbón

Bueno, pues ya parece que está. A la hora en que se publiquen estas líneas, un avión carísimo costeado oscuramente por no menos oscuros amigachos habrá devuelto al Golfo al niño grande Borbón y Borbón. Y sí, seguro que que habrá más garbeos por los que fueron sus teóricos dominios, pero cada vez merecerán menos atención mediática. Y, en todo caso, lo que ya parece totalmente claro a la vista del indigno comportamiento en este rule es que el paquidermicida tiene muchos boletos de permenecer en Abu Dabi hasta que se produzca eso que en el caso de su antecesor, el bajito de Ferrol, llamaban “el hecho biológico”. Con suerte, lo repatriarán cuando esté a punto de exhalar el último aliento. Aun así, cuando llegue el momento, harán falta quintales de lejía para blanquear su imagen. Él solito se lo ha buscado. Quizá los succionadores más recalcitrantes lo recuerden como el arquitecto de la inmaculada Transición, pero para el común de los mortales, incluso los no politizados, será un tipo que no podía dejar las manos ni la bragueta quietas.

Miembro, por demás, de una familia disfuncional, como lo prueba el hecho de que ayer tuvo la primera conversación cara a cara con su hijo en tres años. Y no fue, precisamente, para normalizar relaciones, como nos venden la prensa cortesana y las notas de prensa almibaradas. Hasta el Tato sabe que el viejo se llevó un rapapolvo del copón por parte de su vástago, que, por si tenía dudas, después del espectáculo de estos días, ya sabe que el tipo es mucho más perjudicial para la monarquía que la más incendiaria de las proclamas republicanas. Pidamos más palomitas.

Zedarriak y los malmetedores

El común de los mortales censado en la demarcación autonómica ni se ha enterado de la supuesta bronca tremebunda a cuenta de un informe elaborado por una entidad llamada Zedarriak. Como tantas veces, la cosa se ha quedado en titulares pirotécnicos para consumo exclusivo de una parte de la sociedad. Es verdad, una facción muy exclusiva, quizá la élite política y empresarial, pero si vamos a términos de impacto real en quienes depositan sus votos en las urnas, no llegamos ni al nivel del pedete de monja.

Creo que procede anotarlo antes de contarles que el asunto va de una reflexión del arriba mencionado foro de opinión compuesto por personalidades muy relevantes del universo económico, financiero y empresarial del terruño. Se venía a decir, fíjense qué gran novedad, que si se bajaba la guardia, los tres territorios de la CAV corrían el peligro de perder pujanza y competitividad. De hecho, se señalaba que ya había indicadores que apuntaban por ahí y se hacía un llamamiento a ponerse las pilas. Pero en esas llegó el grupo de comunicación que ustedes saben y convirtió la recomendación de no caer en la autocomplacencia en la descripción de una suerte de infierno de Dante. Según la malintencionada lectura, el cacareado modelo vasco mordía el polvo ante el nacionalayusismo de barra libre fiscal. Qué más quería la menguante sucursal local del PP para ponerse a denunciar el apocalipsis y culpar de la catástrofe al lehendakari, mientras algún que otro dirigente de Confebask —las cosas, por su nombre— acariciaba el lomo de un gato y daba pábulo a la versión cuantopeormejorista que, como ya sabemos, fue un puñetero infundio.

Demografía, debate necesario

En mi rampante ingenuidad, pensaba que las propuestas que los partidos llevan a los parlamentos tienen como objeto mejorar la vida de la ciudadanía y no anotarse el tanto. Lo apunto –irónicamente, por supuesto– después haber visto con media sonrisa en la boca cómo la prensa independiente y en absoluto sectaria lamentaba amargamente que el lehendakari se hubiera llevado el protagonismo del pleno monográfico sobre demografía que tuvo lugar el pasado miércoles por iniciativa de EH Bildu. Parece ser que el anuncio de Urkullu de que las familias tendrán una ayuda mensual de 200 euros por bebé a partir de 2023 acaparó todos los titulares. Un parlamentario de la formación proponente prefirió verlo de otra manera y presumió ante su parroquia de “haber arrancado” esa ayuda. No solo es humano sino que entra en el funcionamiento habitual de la política, o sea, del politiqueo.

En lo que a mí me toca, no tengo el menor empacho en reconocer el acierto del grupo soberanista a la hora de proponer un debate tan inmensamente necesario como el de la demografía. Es un gran punto de partida, porque hasta la fecha se ha venido hablando de la cuestión a base de simplezas muy pedestres, casi lugares comunes que no han servido para hacer un diagnóstico real de la situación. Y es peor todavía cuando entran las consignas ideológicas, los prejuicios y la demagogia de aluvión sobre cómo hacer frente al problema. Añado de pasada que las ayudas podrán servir un tantín pero no nos harán que nos lancemos a procrear alegremente. Con todo, es un comienzo. Ahora toca por parte de Gobierno y oposición seguir trabajando en serio.

Chanel irá al infierno

Puedo prometer y prometo que mi intención era no volver a escribir media línea más sobre el tema musical (o lo que sea) que quedó tercero en Eurovisión. Ya dejé dicho que no me gustaba el soniquete y mucho menos, la letra, pero que olé las narices y la ejecución de la intérprete. La cansina turra mediática posterior estaba de más. O eso pensaba, hasta que he asistido en las redes sociales a una nueva lapidación de la artista cubano-catalana a cargo de guardianas de la moral y las rectas costumbres adscritas al bando requeteprogresí. Ni las más ultramontanas beatorras del caspuriento nacionalcatolicismo empatan en delirio con las menganas en cuestión.

Y como se reconocen rancias, van por delante con la excusatio non petita. “Quienes creemos que una canción invita a prostituirse enseñando el culo no somos moralistas”, se desgañita una inquisidora zurda antes de dejarnos al borde del descuajeringue de risa: “¡Ahora las niñas quieren ser Chanel y no investigadoras, vamos a bien!”. Espero que no hayan colmado su capacidad de asombro, porque tal mendruguez queda superada por esta otra: “Queréis espectáculos de mierda con tías medio en bolas y que luego los críos no vean a las niñas como cachos de carne y no las violen hasta la muerte. Y todo no puede ser”, bramaba otra que, junto a su nombre de usuaria, incluía un orgulloso #OtanNo. Quisera contarles que son ejemplos extremos, pero temo que tanto la opinión como la actitud condenatoria al infierno están mucho más extendidas de lo que uno hubiera sido capaz de ver venir hace apenas unos años. Los curas y las monjas preconciliares se han pasado de bando.