Memoria ‘benevolente’

Que nada, que ya queda poco, que casi está… Pero ha terminado el 18 de julio, el número 82 después del primero, y Pedro Sánchez ha dejado pasar el día perfecto para desahuciar a la momia de Franco de su plácido sepulcro en el Valle de los Caídos. Otra vez será. No le urgiremos. Ocurrirá cuando toque, pero mientras, desde estas humildes líneas le animo a reparar en la tremenda bofetada a la por él tan cacareada Memoria que se le atizó ayer en la radio pública española, esa misma, sí, que junto con el resto de medios de titularidad estatal sigue a la deriva por culpa del trilerismo partidista.

De paso, aprovecho para contárselo a ustedes, que seguro ni sospechan que a estas alturas del tercer milenio en la emisora pagada a escote se mantiene un espacio diario llamado Alborada en el que varios sacerdotes se dedican por turno a impartir doctrina nacionalcatólica. Con sacarina, si quieren, pero no muy distinta a la del Cardenal Gomá y sus mariachis.

El que ayer estaba al mando del micrófono, un tal Alberto Argüello, a la sazón rector del Seminario de Valladolid, disimuló lo justo. Tituló su homilía “Memoria benevolente”, lo que ya le pone a uno en guardia. Después de hablar del 18 de julio como fiesta que rememoraba un alzamiento, afeó “el uso politizado de la memoria”, y abonó (con estiércol verbal, claro) la tesis de los dos bandos cometiendo el mismo número de injusticias. No contento, el trabucaire exhortó a recordar “los 6 años anteriores y cómo funcionó aquella república que terminó en un guerra y los 6 años posteriores ya a la victoria y cómo se gestionó a la hora de ver el cuidado de los perdedores”. Como lo leen.

80 años y un día

Como sospechaba, se ha obrado el milagro: 80 años después, Franco ha perdido la guerra. A falta de último parte —Cautivo y desarmado, blablablá—, hemos tenido las almibaradas piezas de recuerdo de la efeméride. Salvando un honroso puñado de trabajos documentados o, como poco, aventados desde la honestidad intelectual y vital, la inmensa mayoría de lo que se ha difundido al albur del aniversario de la sublevación fascista de 1936 ha sido pura quincalla. Compruebo que se impone el cuento de hadas como género predilecto para explicar lo que pasó, o dicho de un modo más preciso, lo que no pasó. O si prefieren una alternativa, lo que solo ocurrió en la imaginación o en los deseos de los propagadores de estos ejercicios de onanismo mental historicista.

Hubo un tiempo en que temí que los Moa, César Vidal, Stanley Payne y demás escribidores fachunos acabarían colocando la milonga del golpe salvador seguido de un régimen bonancible liderado por un señor al que algún día se le reconocería su sacrificio. Veo con horror que, efectivamente, esa chufa narrativa se ha instalado como pienso del ganado lanar diestro, mientras que en la contraparte progresí ha hecho fortuna una fábula inversa exactamente igual de ramplona… y falsaria.

Es verdad que resulta imposible hallar una versión cien por ciento fidedigna. Por eso el antídoto contra esta simpleza es leer varias. Una de ellas puede ser Lo que han visto mis ojos, de Elena Ribera de la Souchère. Otra, la colección de relatos basados en hechos reales A sangre y fuego de Manuel Chaves Nogales. Ambos padecieron aquello. A ver quién viene a llamarlos equidistantes.