80 años y un día

Como sospechaba, se ha obrado el milagro: 80 años después, Franco ha perdido la guerra. A falta de último parte —Cautivo y desarmado, blablablá—, hemos tenido las almibaradas piezas de recuerdo de la efeméride. Salvando un honroso puñado de trabajos documentados o, como poco, aventados desde la honestidad intelectual y vital, la inmensa mayoría de lo que se ha difundido al albur del aniversario de la sublevación fascista de 1936 ha sido pura quincalla. Compruebo que se impone el cuento de hadas como género predilecto para explicar lo que pasó, o dicho de un modo más preciso, lo que no pasó. O si prefieren una alternativa, lo que solo ocurrió en la imaginación o en los deseos de los propagadores de estos ejercicios de onanismo mental historicista.

Hubo un tiempo en que temí que los Moa, César Vidal, Stanley Payne y demás escribidores fachunos acabarían colocando la milonga del golpe salvador seguido de un régimen bonancible liderado por un señor al que algún día se le reconocería su sacrificio. Veo con horror que, efectivamente, esa chufa narrativa se ha instalado como pienso del ganado lanar diestro, mientras que en la contraparte progresí ha hecho fortuna una fábula inversa exactamente igual de ramplona… y falsaria.

Es verdad que resulta imposible hallar una versión cien por ciento fidedigna. Por eso el antídoto contra esta simpleza es leer varias. Una de ellas puede ser Lo que han visto mis ojos, de Elena Ribera de la Souchère. Otra, la colección de relatos basados en hechos reales A sangre y fuego de Manuel Chaves Nogales. Ambos padecieron aquello. A ver quién viene a llamarlos equidistantes.

Dos años

Dos años del comunicado en que ETA dijo lo que estuvimos esperando durante calendas y calendas. O poco más o menos. ¿Qué columnero se resiste a marcarse unas líneas sobre una efeméride así? Y el año que viene, y el siguiente, y el otro, y todos los veinte de octubre que nos queden, repetimos. ¿Como pasarle la ITV al nuevo tiempo? Por un estilo. Con la ventaja, en cualquier caso, de que salga como salga la revisión, seguiremos circulando. No se conoce modo de inmovilizar el futuro, y mira que los hay empeñados en hacerlo.

Debo empezar confesando que, en realidad, el aniversario no me dice nada. Yo creía que sí, que tras cada vuelta completa de la tierra alrededor del sol, me rebrotarían no sé cuántos sentimientos al modo en que dicen que se licua la sangre de San Genaro. Sin embargo, no percibo gran diferencia entre la pereza de este rato y la de hace tres, siete, nueve o quince meses. Sí, eso es lo que he escrito: pereza. Abismal, estratosférica, infinita, rayando la náusea y no pocas veces, acompañada de un cabreo que solo contengo porque entreno concienzudamente. Anden, libérense, proclamen sin pudor que a muchos de ustedes les ocurre lo mismo. Que también están hasta la coronilla de tanto volver la burra al trigo, de venga y dale a girar la noria, ahora en el sentido del reloj, ahora en el otro. Que igual que a servidor, se les abre la boca en un bostezo como el túnel de Malmasín cuando asisten a la sokatira eterna. Y al intercambio de insultos rancios o exigencias que se saben imposibles de cumplir, a la ceguera recíproca para aceptar el daño causado y, peor que eso, al empecinamiento en la justificación de las barbaridades de cada lado. (Anótese que el sintagma “cada lado” incluye a más de dos, a ver si también somos capaces de ir superando el pensamiento binario, que esa es otra).

Dos años. ¿Ya o todavía? Necesitaría que pasase otro para decidirlo. Pues vaya corriendo el reloj.