Vídeo mortal

No escribiré ni siquiera el nombre de pila de la mujer que se ha suicidado tras la difusión de un vídeo sexual en su centro de trabajo. Comprendo a los que sí lo han hecho, supongo que en nombre de esa filfa periodística que sostiene que el nombre humaniza a las víctimas, pero creo que no se dan cuenta de que en realidad están al servicio de la sed de morbo que se dispara con casos como este. No es casualidad que ese nombre sea, en varias combinaciones, la palabra más utilizada en los buscadores de pornografía de internet.

Si nos sobra ese dato, qué decir de las toneladas de pelos y señales con que nos abruman las crónicas sépticas sobre el asunto. Los poceros de la presunta información han llegado a su barrio, sus vecinos, sus amigos, su familia y hasta su misma casa. Poco queda por saber de las circunstancias biográficas de la fallecida. Y lo que queda se inventa impúdicamente, como hizo una reputada comunicadora radiofónica que en su programa deslizó la idea de que el culpable de la muerte era el marido porque “alguien que sabe que va a encontrar apoyo se siente más amparada”. Eso, después de que ella y sus tertuliantes espolvorearan por las ondas la mema teoría de que “a un hombre jamás le pasaría”, sin ser conscientes de que es exactamente la versión en pasiva de la melonada que había soltado cierto torero testosterónico. Tampoco faltó el dedo señalando la responsabilidad de la empresa, aunque sin precisar qué diablos debería haber hecho la compañía ante una situación así. En realidad, a quién le importa, si solo se trata de ganar el concurso de rasgado de vestiduras aprovechando una tragedia ajena.

Las garantías del 1-O

Tremenda escandalera. El lehendakari ha dicho que el rey va desnudo. No me refiero al Borbón joven, que la verdad es que tampoco se ha tapado mucho, sino al del cuento clásico de Andersen. Ya saben, el del emperador que iba en pelota picada mientras los súbditos glosaban la elegancia de su nuevo traje, hasta que una criatura soltó lo que todo el mundo veía y nadie quería o se atrevía a reconocer, que en el caso que nos ocupa es la falta de garantías del referéndum del 1 de octubre sobre la soberanía de Catalunya.

Pues sí, otro enemic del poble, de esos que mentaba ayer en estas mismas líneas, con el agravante de que sobre Urkullu siempre había pesado la sospecha o baldón de desafección a la causa. Era de manual que su enunciado de lo evidente, de lo palmario, de lo obvio, de lo impepinable, desataría la furia infinita de los que no admiten el menor matiz, ni siquiera (o menos aún) si se trata de una realidad, ya les digo, que cae por su propio peso.

Aquí es donde procede citar a Agamenón y su porquero o traer a colación la célebre frase nunca dicha, por lo visto, por Galileo: “Y sin embargo, se mueve”. Es decir, que el referéndum es justo y necesario, que nace de las más nobles intenciones, que es lo menos que se podía hacer frente la cerrazón del gobierno español, que tiene una indudable vocación democrática y, desde luego, pacífica… Pero que, pese a ello, las circunstancias en las que tendrá lugar harán imposible que su resultado pase los filtros mínimos que cualquiera exigiría a una consulta popular. A partir de ahí, cabe engañarse y tratar de engañar a los demás o ser honesto y reconocerlo.