Imputados

Como aquel entrenador de natación que se conformaba con que no se le ahogara ninguno de sus pupilos durante una competición, yo me doy por satisfecho con haber podido leer la palabra “imputados” junto a los apellidos Rato, Acebes y compañía. Por desgracia, me temo que no podemos aspirar a mucho más que eso en la querella abierta en la Audiencia Nacional por el pufo de Bankia. Es cierto que vimos a Mario Conde y a algún que otro pardillo en la trena, pero aparte de que les llevaron a una de cinco estrellas, aquello fue más por una venganza personal que por ganas de hacerles pagar sus fechorías en Banesto. Bastante será que lleguemos a asistir a su sudorosa y nerviosa toma de declaración ante sus señorías. Qué foto para enmarcar.

Mientras llega ese momento, nos cantarán las mañanas con la presunción de inocencia y lo perverso de los juicios paralelos. ¡Ja! Con otras cuestiones no se andan con las mismas chiquitas ni se ponen tan garantistas. Esta vez, claro, la cosa cambia porque no va de pelanas o maletes de manual, sino de auténticos masters del universo. Ahí están, nada menos, dos apóstoles de Aznar: su vicepresidente y en una época ojito derecho, y su brazo —también derecho, faltaría más— ilegalizador. Estos, que según el auto del juez Andreu, pudieron falsificar cuentas y estafar a miles de accionistas, son los que en un tiempo hacían la ley.

No olvidemos a los otros 31 y, especialmente, a los que tienen un carné. Catorce del PP, dos del PSOE, otros dos de Comisiones Obreras y uno de Izquierda Unida. Ese simple enunciado, la mera combinación de números y siglas, vale por un millón de pruebas periciales o de declaraciones de testigos. Si añadimos que por sestear en el Consejo de Administración y aprobar lo que les pusieran delante se apañaban entre 130.000 y medio millón de euros (excluyendo los directivos profesionales, mejor pagados), queda casi todo explicado, ¿verdad?

Elogio de Rajoy

No, no se han equivocado de periódico. Y tampoco vean el menor asomo de ironía en el título que encabeza estas líneas. Es cierto que hay un tantito así de ánimo provocador en el enunciado, pero hay más de aviso a navegantes confiados. Quien tenga al líder del PP por ese individuo gris, indolente y hasta calzonazos que nos han pintado y por ello lo arrumbe inofensivo, que vaya temblando después de haber reído. El seguro futuro presidente del Gobierno español es, bajo esa apariencia de encarnar justamente lo contrario, uno de los políticos más competentes y habilidosos que ha dado la piel de toro en los últimos años. Sería una temeridad que lo pasaran por alto los que, a no tardar mucho, habrán de vérselas con él en el cuadrilátero.

Mucho ojo con el registrador de la propiedad pontevedrés. No es que las mate callando, es que directamente convierte la eliminación de michelines en una de las bellas artes. Ya lo tenía acreditado con la fumigación inmisericorde de buena parte de la vaquería sagrada del partido. Sólo Álvarez Cascos, que es otro Godzilla de la vida pública, se le ha ido de rositas. Ya habrá tiempo de que le aparezca en la cama una cabeza de caballo como la que encontraron en su día Zaplana, Acebes o la misma San Gil, que todavía anda ladrando su rencor por las esquinas del ultramonte donde le dan bola.

Pero si Rajoy consiguió que la poda de la vieja guardia casposa pareciera un accidente, con la ejecución sumarísima de Francisco Camps se ha superado. Directamente ha hecho que simulara un suicidio o, como le ha gustado contarlo a la prensa adicta, una inmolación. Sin salir de la sombra, que para algo están los bocachones de corps como González Pons o Soraya, el exterminador con aspecto de viajante se ha librado de un furúnculo y se ha echado un mártir al coleto. Máxima eficacia, nula exposición. Y ahora, a esperar el paso del próximo cadáver por su puerta. Se llama José Luis.