Si no fuera por el fondo de tragedia, sería otra vez despiporrante. Con un par, han cogido la vanguardia del canto de gesta lacrimógeno a la hostelería los mismos que llevan toda la pajolera vida bañándonos de teóricas pardas sobre la explotación laboral en el sector. Que si trabajo en negro, horarios esclavistas, sueldos de miseria o, cómo no, contabilidades en B para escamotear impuestos al pueblo obrero. Por no mentar, claro, la moralina estomagante sobre el ocio basado en el castigo del hígado. Es para miccionar y no echar gota que justamente esos paladines de lo correcto nos vengan ahora con monsergas de todo a cien exigiendo provisiones requetemillonarias de pasta pública para salvar a los otrora malvados tasqueros. Al resto de las actividades hundidas, como son menos fotogénicas, que les vayan dando.
Y sí, que no seré yo quien diga que no se debe echar un cable lo más gordo posible a aquellos que les llueven chuzos de punta. Me hago cargo perfectamente de la tremenda situación de los propietarios de esos locales, y desde luego, de los currelas. Otra cosa es que tenga un problema de nota con los genéricos. A mi no me hablen de “la hostelería”, sino de este bar, el otro y el de más allá. Distingo perfectamente a quien se lo suda y a quien se pasa cien pueblos. Y lloro o no en consecuencia.