Aznar contra el delfín

Ya quisieran Pérez Rubalcaba, Cayo Lara y Rosa de Sodupe tocarle las narices a Mariano Rajoy la mitad de bien que lo hace José María Aznar. A falta de pan opositor externo en condiciones, buenas son las tortas desde dentro del nido de la gaviota. ¿Tortas? Hostiones del quince a mano abierta, en realidad. La última tunda, el lunes pasado en Donostia, con la excusa de presentar uno de esos libros en los que el dolor auténtico se pervierte en coartada para aventar odio añejo. Como compañía, Ángeles Pedraza [calificativo eliminado para no pasarme de frenada en la ofensa] y María de los Guardias San Gil, cuyo pensamiento político cabe en un cuarto de lenteja. Por ahí andaba también uno que me suele dar capones en Twitter y no muy lejos, el adelantado Don Carlos María de Urquijo y Valdivielso, aplaudiendo con las orejas al abofeteador de quien lo designó para representarlo en la pecaminosa Vasconia. Cría delegados del gobierno y te sacarán los ojos. De los pop, que de alevines fueron todos monaguillos del pucelano natural de Madrid, ni rastro, oigan.

Ante esa distinguida y distinguible camarilla ladró su rencor —la expresión es suya— un Aznar que, aun lejano a su mejor estado de forma, conserva la facultad para regalar titulares. De repertorio y tirando a grisotas, las andanadas contra el malvado nacionalismo; una pena, porque cuanto más gordas las suelta, más hace crecer la conciencia nacional sobre la que se cisca. Sabrosonas, sin embargo, las collejas que atizó al delfín que tantísimo le ha decepcionado. Pobre Mariano, que sin derecho a ser citado por su nombre, fue tildado de cobarde, gallina, capitán de las sardinas y cagueta frente a los rompeespañas. Ello, en siete u ocho versiones con leves matices de inquina, para gozo similar de la prensa cavernaria y de la contracavernaria, cada cual con su motivo para entrecomillar las diatribas. Ciertamente, este hombre debería prodigarse más.

Urquijo gana

Carlos Urquijo, procónsul de Hispania en Vardulia, no olvidará fácilmente esta, su mejor semana desde que fue largado con una patada hacia arriba del nido pop en que desentonaba su repertorio de cante jondo. Como entrante frío, la ventura de ver pasar ante su puerta el cadáver político de quien le premió castigándole o le castigó premiándole, nunca lo sabremos. Qué delicioso bocado de justicia poética saber que Los Olivos está más cerca de Gran Vía y Génova que cualquier búnker lujoso de México D.F. Y de postre, un dulcísimo tartufo horneado por encargo en Ondarroa, territorio comanche convertido para su exclusivo deleite en reñidero de las dos estirpes del Caín vascón, la que tira al monte y la que no tanto.

Pulso al Estado en carne ajena. Así se las ponían a Fernando VII y se las ponen a su excelencia el Delegado, que no obstante, no vio su dicha entera. Qué pena que, como había soñado, a última hora no recibiera una llamada de la Consejera pidiéndole sopitas. Con gusto infinito habría mandado la caballería a restablecer el orden al modo de los elefantes en las cacharrerías y, de paso, a demostrar que la Ertzaintza sirve para perseguir a ladrones de gallinas y poco más. “La policía española hace lo que la vasca no tiene pelendengues a hacer”, habría saludado la hazaña la prensa cavernaria, que se ha tenido que conformar —tampoco está mal— con difundir la especie del paripé pactado. La misma, por cierto, a la que se ha apuntado raudo y veloz el PSE que dirigía el cuerpo el día que cayó muerto de un pelotazo Iñigo Cabacas.

Hay mil formas de contar las cosas. Ocurre que cuando la propaganda entra por puerta, las verdades saltan por la ventana. Entre ellas, una que iba a misa desde el minuto cero: la detención de Urtza Alkorta era un desenlace tan inevitable como, pongamos, el ondeo de la rojigualda en el ayuntamiento de Donostia o en la Diputación de Gipuzkoa. Urquijo gana, ¿quién pierde?

Urquijo, virrey

Los jóvenes turcos del Partido Popular del País Vasco, esos que algún siglo de estos empezarán a quitar las telarañas de su formación, se han quedado con un palmo de narices por el caramelo gordo que le han dado al sangilista y mayororejista pata negra Carlos Urquijo. Nada menos que Virrey de Madrid en la irredenta Vasconia o, en la terminología oficial, Delegado del Gobierno central en la CAV. Del ostracismo por ser talibán y además parecerlo a un puesto que, por mucho que algunos tilden de testimonial, tendrá mucho bacalao que cortar en el trozo largo de camino que nos queda hasta la normalización.
¿Un pirómano declarado enviado a apagar los rescoldos de la violencia? Aunque no lo dicen porque están muy bien educados, que para eso fueron a colegios de pago, eso es lo que desconcierta a los “pop” del PP. Ahora que el partido parecía dispuesto a sacarse de encima el olor a naftalina y rancias esencias, a alguien de la cúpula se le ocurre poner un lobo a cuidar las ovejas. A freír espárragos el discurso buenrollista y, para colmo, a defender en público otra vez aquello en lo que no creen. Ni Maroto, que ha cogido carrerilla en lo de ir por libre, va a protestar esta vez.
Hay una versión más amable de este jarro de agua fría al aperturismo pepero vascongado. Consiste en la creencia de que lo mismo que algunas medidas económicas se toman para tranquilizar a los mercados, determinadas decisiones sobre pacificación hay que adoptarlas tratando de no incendiar los ánimos cavernarios. En este sentido, el nombramiento de Urquijo, con gran caché en el ultramonte español, sería sólo un cebo para aplacar los ánimos de la fiera. El clásico intermitente a la derecha antes de girar a la izquierda, que en el caso que nos ocupa sería, como mucho, otra derecha con sacarina. ¿Será posible que Basagoiti haya aprendido a rajoyear con tanta pericia? El tiempo nos lo dirá, pero no tiene pinta.