Ni oasis ni desierto

Pues claro que esto no es ningún oasis, hay que joderse con los salmodiadores de argumentarios. Tantos cerebros echando humo, y todo lo que se les ocurre de uno a otro presunto extremo del arco ideológico es salir con esa metáfora que, como nos documentaba el sabio Joxan Rekondo, es más vieja que el hilo negro. Siglo y pico tiene la vaina que se ha utilizado hasta la náusea, miren qué curioso, igual para la pecaminosa Baskonia que para la nuevamente levantisca Catalunya.

He ahí un primer retrato psicológico de los que se echan a la boca la letanía: niegan de tal modo, que se diría que afirman. Y qué gracia, oigan, que la invectiva sirva igualmente a los que sostienen que estamos sin españolizar debidamente como a los que proclaman que, puesto que somos la hostia en bicicleta, debemos romper las cadenas con que nos someten nuestros malvados vecinos del sur. Caray, con la ciclotimia.

En cualquier caso, si fuera tan obvio que Euskadi es la mierda pinchada en un palo que vienen a describir, ¿no bastaría con decirlo así? Por lo demás, la gente lo vería con sus propios ojos y sería de todo punto innecesario que se lo subrayaran en cada mitin, en cada entrevista, en cada debate, en cada hoja buzoneada. A ver si va a ser que no es tan evidente.

Vuelvo al inicio. Esto no es un oasis y mucho menos, el paraíso, especialmente para quienes palman haya o no haya crisis. Pero tampoco es ni de lejos el infierno o, buscando el paralelo contrario, el desierto que pretenden pintar los zánganos intelectuales abonados al cuanto peor mejor. Por cierto, estoy por conocer a uno solo de ellos que no viva como un pachá.

El PSE, a lo Donald Trump

Venga, va, la perra gorda para el PSE. Quería atención y la está teniendo. Ha conseguido, efectivamente, que corran ríos de tinta y saliva. ¿Por sus propuestas constructivas? ¿Por sus interesantes aportaciones? Más bien no. La sucursal regional de Ferraz debe su cuarto de hora de fama a un vídeo pochanglero, tan pésimamente hecho, que hasta el mensaje principal llega equivocado al espectador. Se entiende exactamente lo contrario que pretende acotar en su parrapla final —entonada de un modo manifiestamente mejorable— la candidata a lehendakari de una formación que está pregonando a grito pelado su terror a la irrelevancia.

De eso va la cosa en realidad: aunque al primer bote sentí la misma oleada de irritación que cualquiera, pronto la bilis se convirtió en una mezcla de pena y vergüenza ajena con vetas de resignación. Fíjense que ni siquiera creo que tras el artefacto audiovisual haya un asco genuino al euskera como parece desprenderse de su guión y ejecución.

Se trata, y ahí está lo triste, de un producto de siniestro laboratorio o Think Tank, como se dice en fino ahora. Buscando nichos de mercado —y tómenlo en sentido casi literal—, alguna luminaria determinó que el único espacio por pelear era el hediondo limo del antivasquismo más cañí. El mismo, claro que sí, por el que se las tienen a dentelladas los naranjitos, el ultramonte (sobre todo alavés) del PP y, desde luego, esa flatulencia llamada Vox. Más que un insulto, esta torpe incursión del PSE en el Donaldtrumpismo apenas llega a desgarrador último cartucho de quien ha concluido que, después de la dignidad, ya no le queda nada que perder.

Una campaña más

Pues otra más. Campaña electoral número ene que se echa servidor al coleto. Como cada una de las anteriores, es la más trascendente. Por lo menos, hasta la siguiente o, sin esperar tanto, hasta que el aparato digestivo de momentos presuntamente históricos hace su trabajo, que suele ser muy pronto. Bendita capacidad de adaptación a lo que sea. Cuánta razón tenía el lehendakari Ibarretxe: al día siguiente vuelve a amanecer, y aunque salga nublado, no queda otra que tirar hacia adelante. Camina o revienta, que decía el Lute.

¿Una tirita antes de tener la herida? Qué malos son ustedes. No es más que resabio de quien, como servidor, va para veterano y tras mil y una partidas a cara o cruz ha comprobado que, a la larga, ni la derrota es tan perra ni la victoria tan dulce. A partir de ahí, que ocurra lo que tenga que ocurrir, aunque ojalá se parezca a lo que deseo, que no es muy diferente de lo que seguramente se imaginan. Es lo bueno o lo malo de conocerse, que ya no nos sorprendemos.

Por lo demás, lo único que pido hasta que llegue el momento de contar las papeletas es que quienes nos reclaman que metamos en la urna la que lleva sus siglas se apiaden de nosotros. Sería de agradecer infinitamente que no nos tomaran por imbéciles. No les digo que lo disimulen, que en eso los hay muy duchos, sino que directamente se planteen la posibilidad revolucionaria de vernos como algo más que sujetos para camelar. Ahorren en topicazos, en promesas imposibles de cumplir, en frases de las que habrán de desdecirse, en exabruptos gratuitos y, desde luego, en mentiras de aluvión. Así ganarán incluso los que pierdan.