Game Over

Ya lo dijo aquel filósofo cañí que daba matarile a los toros que le ponían por delante: lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Nótese que en el caso que nos ocupa, la imposibilidad no radica en el hecho en sí sino en quienes debían ejecutarlo. Había un congo de formas de evitar las elecciones que se nos vienen encima el 10 de noviembre, pero la maldición divina disfrazada de signo de los tiempos (o viceversa) ha querido que el asunto estuviera en manos de cuatro mastuerzos ególatras metidos a estadistas de chicha y nabo. Con suerte, entre todos juntarían masa gris para regir los destinos de la cofradía de las albóndigas de Alpedrete.

Vaya tropa, diría el chorizo ilustrado Romanones. Pena, penita, pena que ninguno vaya a emular a Don Estanislao Figueras, aquel presidente de la primera República española que espetó a sus compañeros de gabinete: “Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco. ¡Estoy hasta los cojones de todos nosotros!”, antes de coger un tren a París. Descuiden, que esta recua de ineptos ventajistas —de acuerdo, unos más que otros, pero todos por un estilo— tendrán el cuajo de encabezar las listas de sus respectivas formaciones, donde sus acólitos y palmeros todavía les reirán la gracia. Y aquí es donde la responsabilidad se traslada a los fulanos que seguirán haciéndoles la claque… y a las ciudadanas y los ciudadanos que les votarán dentro de menos de dos meses. Qué rabia, no poder decir que con su pan se lo coman porque su decisión nos alcanzará querámoslo o no. El único consuelo es pensar que en estos lares podremos optar por siglas que sí han sabido estar a la altura.

Corruptos o ineptos

Está en el manual de los pillados con el carrito del helado. Lo primero, negarlo. Y lo segundo, y lo tercero, y lo cuarto. Que no es corrupción, pregona el eurofan Javier Maroto a la vuelta de su fin de semana de ensueño en Estocolmo, capital provisional de la horterada y, por lo que se ve, de la intolerancia a según qué banderas. Dos días y medio de mambo y silencio sepulcral desde que se conoció la sentencia que lo condena —vuelvo a silabear: con-de-na— a pagar una pasta gansa, y lo primero que evacua al respecto es la requetesobada excusa de todos los retratados en renuncio.

Claro que no es mucho mejor el segundo mensaje, en el que con un desparpajo difícil de superar, reduce la causa del Tribunal de Cuentas contra su persona, la de Alonso y el resto de compañeros de corporación gaviotil a un “expediente administrativo en el que se discute por el precio de un alquiler”. ¡Se discute! Para chulo, su pirulo. En lugar de callarse y bajar la cabeza frente a la evidencia palmaria del dineral desorbitado que se apoquinó por unos locales de cierto empresario, se viene arriba y convierte la materia judicial en una gresca tabernaria. Al hacerlo, no solo demuestra una gallardía tendente a cero, sino que está insultando a la jeta a todos los que asistimos a la salida de pata de banco, empezando por los vecinos de su ciudad.

7,6 millones de euros para arrendar un edificio que acababa de ser adquirido por 2,7. De los tipos que propician tamaño pelotazo solo cabe pensar que están favoreciendo a un gachó muy poderoso o que son una panda de ineptos. Cualquiera de las dos les inhabilita para para la política.