Esto es porque sí

“¡Ajajá! ¡Así que usted es de los que piensan que la solución a la violencia es más violencia, o sea, más bombas!”. Lamento pinchar ese globo, pero tampoco. Nada de lo escrito en mis anteriores columnas invita a pensar tal cosa. Bien es cierto que tampoco creo que la cosa se pare con “la grandeza de la Democracia”, como va diciendo campanudamente por ahí Pablo Iglesias, sabiendo, porque tonto no es, que la frase es de una vaciedad estomagante, amén de insultante para las víctimas. Ni mucho menos “con la unidad que derrotó a ETA”, que es la soplagaitez que se le ocurrió soltar a la luminaria de Occidente que en la pila bautismal recibió el nombre de Pedro Sánchez Pérez-Castejón.

¿Y cómo, entonces? Pues mucho me temo que ya andamos muy tarde. Todas esas coaliciones internacionales de venganza van a servir, como mucho, para bálsamo del orgullo herido, para marcar paquete y, lo peor, para acabar una vez más con la vida de miles de inocentes. Es probable que también de algunos malvados, pero, ¿merece la pena? Yo, que no soy más que un mindundi, digo que no.

Del mismo modo y con la misma falta de credenciales, añado que tampoco veo que solucione nada, más bien al contrario, declararse culpable, bajar la cabeza y liarse a proclamar que no hay que enfadar más a los criminales. Tantos doctorados, tantos sesudos artículos leídos y/o escritos, para que luego obviemos lo más básico: esto es porque sí. Es verdad que hay media docena de circunstancias que podrían servir como coartada, pero aunque no se dieran, salvo que nos queramos engañar a nosotros mismos, sabemos que estaríamos exactamente en las mismas.

Todos ‘cuñaos’

Antepenúltima hora: los asesinos de París son todos menos ellos mismos. Y mucho cuidado, porque sostener algo diferente o manifestar la menor objeción a la verdad verdadera nos degrada a la calaña de cuñados, que ahora mismo es el insulto número uno el hit parade modelnoide. De perdidos al río, empecemos señalando que la condición de hermano político es recíproca. Yo lo soy de otro que también lo es. Por lo demás, prefiere uno ser adscrito al cuñadismo ramplón que al ilustrado. Esos sí que tienen peligro, los listos de un abanico que va desde la lectura de medio artículo a la posesión de una cátedra en Historia Contempóranea, lo que acojona más.

Es ahora cuando con buena y no tan buena intención se me interpela sobre qué tiene de malo contextualizar y por qué en la columna del otro día lo asimilé a justificar. Que sea necesaria tal pregunta ya encierra una categoría, pero vaya por quienes interrogan de buena fe. Claro que es fantástico poner los hechos en su contexto, pero sin trampas al solitario. Hay quienes dicen ir a la raíz de los crímenes machistas, de la tortura en sede policial o de la guerra de 1936. Ustedes, yo y las piedrecillas del camino sabemos qué esconde cada uno de esos intentos y no los aceptaríamos.

Por otro lado, ¿se han planteado el brutal supremacismo blanquito y judeocristiano —de ahí viene también lo de la culpa chorra— que supone dar por hecho que los de nuestra tez y nuestras creencias (o falta de ellas) somos las únicas criaturas del orbe capaces de hacer el mal? Ya, no, como tampoco el hecho de que estos asesinatos son, entre otras mil cosas, profundamente racistas.

París, habrá más

¿Alguien recuerda las proclamas tras la penúltima matanza de París? La Democracia vencerá, el Estado de Derecho no se doblegará ante el terror, ni un paso atrás. Bla. Bla. Bla. Pero en cuanto se apagaron los ecos de las voces huecas y aquellas manifestaciones multitudinarias encabezadas por los másters del universo, incluidos señalados matarifes, se instaló el acojono. Meses de culo prieto aguardando la próxima carnicería. Porque nadie dudaba que llegaría. “Estamos más cerca del próximo atentado que del último”, hizo de siniestro profeta un responsable policial francés apenas horas antes de la acción combinada y planificada al milímetro que en el instante de escribir de estas líneas arroja el brutal saldo de 129 personas muertas y más de 200 heridas.

Y como cada vez, incluyendo las muchísimas que sabemos que vendrán, tras la explosión mortífera llegó la creativa. Brillantes iconografías de un corazón lloroso con los colores de la bandera francesa, la torre Eiffel tuneada en el otrora símbolo contracultural de la paz, el consabido ojo con el iris también en blanco, rojo y azul… A modo de guarnición, los eslóganes al uso, esos que valen para un roto y un descosido, probablemente tan sentidos por la mayoría de los que los enuncian como irrefutablemente falsos. ¿Todos somos París? Venga ya.
Pero claro, qué esperar del ciudadano de a pie, si a las autoridades lo primero que se les ocurre es cerrar las fronteras. ¡Jarca de imbéciles! Los autores de estos ataques, de los pasados y de los futuros están dentro desde hace muchísimo tiempo. Y no muy lejos, quienes contextualizan, o sea, jus-ti-fi-can sus crímenes.

Protesta bumerán

Como les he sermoneado alguna vez, rara es la buena acción que queda sin castigo. O quizá, en el caso que va a ocupar estas líneas haya que hablar de pretendida buena acción, que aquí entroncamos con lo de las magníficas intenciones de las que está empedrado el infierno. De todo eso —y también de paisanos que van a por lana y salen trasquilados— pueden escribir enciclopedias unos heroicos seres humanos que en conjunto atienden por Pallasos [sic] en rebeldía, y que en su web se presentan (música de violín, por favor) como “muchos corazones y energías unidos en la realización de este sueño”.

Se intitulan asimismo como “un espacio de solidaridad internacional y fraternidad entre los pueblos que se expresa a través de la risa y el arte”, oh yeah. En calidad de tales, ocho de sus componentes se llegaron ante el muro de Ramala, también conocido, y con motivo, como de la vergüenza, para denunciar las iniquidades que comete Israel contra los palestinos. En un alarde de creatividad reivindicativa, decidieron que la protesta tendría más efecto si la hacían en pelota picada.

Y miren, sí, tuvo ese efecto, solo que cambiado. No fueron los malvados sionistas los que pusieron el grito en el cielo o mandaron a un par de matones de uniforme a disolver a los aguerridos activistas. Qué va, la bronca monumental llegó de parte de los supuestos beneficiarios de la gesta. Decenas de palestinos se acordaron de las muelas de sus paladines porque no cayeron en que el cuerpo desnudo ofende al Islam. Como imaginan, la vaina acabó con una patética petición de perdón con propósito de enmienda adosada. Jopé con los rebeldes.

Maldita la gracia

Las caricaturas danesas que montaron el primer follón no tenían ni pajolera gracia. Menos aun la mamarrachada francesa que lo acaba de reeditar. Ese es, en realidad, el chiste: que unas viñetas más sosas que una explicación de Carlos Aguirre sobre el PIB vasco den la excusa para limpiarle el forro a alguien, como probablemente ocurrirá. Unos pintarrajos que debieron acabar en la papelera o en el olvido por pura falta de la mínima calidad se convierten en espoleta del enésimo escarceo de lo que algunos pretenden guerra de civilizaciones. Todos al lío, unos por Saladino y otros por Ricardo Corazón de León. No pasan los siglos por nosotros.

La otra chanza fuera de las intenciones de los dibujantes es asistir al descacharrante cambio de papeles. Los que se parten la caja hasta tener agujetas en el estómago cuando el choteo es a cuenta de Cristos, vírgenes o santos ponen de pronto cara de hasta-ahí-podíamos-llegar y nos escupen la teórica del respeto a las creencias. Desde el fondo contrario, quienes invocan a Torquemada o al fiscal general del estado (que tanto da) al sentir el menor roce en las casullas o los crucifijos sacan a paseo la bandera de la libertad de expresión. La diferencia entre pisar el callo o que te lo pisen. Ni se dan cuenta de que son tal para cual.

Una vez más, copio a Jorge Drexler y pido perdón por no alistarme. Me aburren y desazonan por igual los presuntos transgresores que solo buscan un ojo fácil donde empotrar su dedazo, los catequistas de la tolerancia hemipléjica o los que, según sea propia o ajena la herida, piden árnica o un chorro de vinagre. Con más razón si, como ocurre de largo en este asunto, tras sus posturas a favor o en contra es indisimulable el hedor a ansia de notoriedad, imperiosa necesidad de liquidez y/o querencia por la barrila. Y si no hay modo humano ni divino de evitar la refriega, ¡joder, que por lo menos el chiste tenga gracia!