¡Viva España!

Lo siento por las taquicardias que haya podido provocar un titular así en un periódico como este, pero he sido incapaz de resistir la tentación. Si lo están leyendo y el mundo no se ha acabado será porque nuestras rotativas y nuestro equipamiento informático soportan más de lo que sugieren algunos mitos. Y también porque, al fin y al cabo, sólo se trata de palabras. Seríamos menos infelices si aprendiéramos a despojarlas de la carga explosiva con que a menudo las pronunciamos o nos las arrojan.

José Bono, inspirador de estas líneas, nos sirve para iniciarnos como artificieros del lenguaje. Seguramente se soñó épico cuando proclamó con ese verbo tan suyo —que no es precisamente el de Castelar— que el próximo secretario general del PSOE debe ser alguien capaz de gritar “¡Viva España!”. Pretendía ser, y lo fue, una frase redonda para los titulares. Pero sólo surtió efecto en cuatro mentes tan estrechas como huecas. Los demás, incluidos muchos de los que comparten carné con el atrabiliario personaje, sintieron una mezcla de vergüenza ajena, pena y desdén.

Tenemos demasiado calado al falangistazo manchego que abrazó el puño y la rosa únicamente para medrar cuando dejó de llevarse el azul mahón. Lo suficiente para imaginar sin dificultad cuál es esa España (o Ejpaña) a la que hay que lanzar vivas y requiebros de chulapo de Chamberí: una de mantillas y panderetas donde cualquier pícaro como él pueda hacerse un carrerón político que multiplique por ene su patrimonio. Menudo un patriotismo de las pelotas, el que tiene su asiento en la cartera.

Notable alto para Jesús Eguiguren, que le puso las peras al cuarto al barón desmadrado. Lo dijo de otro modo pero, en definitiva, lo que hizo fue recordarle que nunca le ha ido mejor al PSOE y a sus sucursales que cuando sus líderes se dejaron de remilgos y gritaron (o susurraron) lo que de verdad les pedía el cuerpo. No eran más ni menos que palabras.

Agur, conflicto

Wishful thinking, también llamado de un modo menos snob pensamiento ilusorio: dícese de la formación de opiniones y toma de decisiones basadas en lo que sería más placentero de imaginar en vez de fundamentadas en la evidencia o racionalidad. Si le ponen rostro a esa definición de la socorrida wikipedia, verán que se parece una barbaridad a la jeró del huésped provisional de Ajuria Enea. Cierto que lo de no distinguir los deseos de la realidad está muy extendido en la especie humana en general y en la raza política en particular, pero pocos han llevado tan lejos esa forma de caminar entre las nubes como lo ha hecho Patxi López. El penúltimo ejemplo, el viernes en el Parlamento vasco, cuando decretó, porque él lo vale, que el conflicto vasco se había terminado. Despipórrate tú de la asamblea de majaras meteorólogos de la canción de Kortatu.

Pues sí, desde que ETA envió su carta de semidespedida, sol y buen tiempo. Si había un contencioso, una cuestión, un problema o un asunto por solventar, olvídense. Se ha diluido como un azucarillo en una queimada y a los vascos y vascas no nos queda nada sobre lo que debatir, discutir o contender. Si acaso, si es mejor el txakoli de Getaria o el de Bakio o si Rontegi debe pronunciarse como palabra llana o esdrújula. Lo ha dicho Patxi, punto redondo. Y mañana, si tiene cuerpo de jota, promulgará el último parte de guerra contra la crisis y anunciará el fin de los atascos en la A-8. Menudo es el comandante López mandando parar.

Seguro que no va a ser nadie de su legión de adoradores con cargo al presupuesto, pero alguien debería tratar de explicarle a su excelencia jarrillera lo de Olentzero. El mejor dotado para esa empresa es —cómo no— Jesús Eguiguren, que hace tres años publicó un libro titulado “El arreglo vasco”. Me lo lea y me lo subraye, señor lehendakari, que ahí está bien clarito que, con o sin ETA, aquí queda conflicto para un rato.

Socialistas achicharrados

En el primer bote, fue Idoia Mendia, cada vez más guardabarreras que portavoz del Gobierno López, la que salió en tromba a desdecir el lamento de Jesús Eguiguren por lo poquito que se había arrimado al toro —al fuego, en este caso— el lehendakari viajero. Se ve que el presidente del PSE está harto de ser el eterno saco de las hostias. Urgida por las prisas de replicar, con los asesores pata negra a 5.700 kilómetros y el racimo de micrófonos apuntando a su boca, la stopper de Nueva Lakua repentizó: “Los socialistas vascos se han achicharrado por la paz en los últimos treinta años”. Podía haber dicho cuarenta o diez, veinte o cinco, pero lo dejó en treinta.

Cuando la diferencia horaria lo permitió, salió el aludido personalmente en persona, como diría un personaje de Andrea Camilleri, a ponerle las peras al cuarto al díscolo Eguiguren. En el mismo mandoble se permitió fijar sin lugar a dudas el lapso temporal de permanencia en las brasas de sus conmilitones, él incluido. Le bastó un adverbio, pero qué adverbio: siempre. La frase final para los titulares gordos del día quedó así: “Los socialistas siempre nos hemos achicharrado por la paz”.

Tanto la sentencia preliminar de la telonera Mendia como la seguidilla del cabeza de cartel tienen un vicio —en el mejor sentido de la palabra, ojo— de origen. El intríngulis está en la generalización. No se puede hablar a bulto de “los” socialistas. Procede especificar. Porque los hay, en efecto, que llevan toda su vida inmolándose por la paz, así los hayan pagado los distintos aparatos con zancadillas, ninguneos o retiradas de carné. Otros que se autoproclamaban socialistas —hablo de anteayer— se calcinaron, sí, pero en una guerra. Sucia, por más señas. Y por no hacer interminable la enumeración, están los que, como el mismo López, se han acercado o se han alejado de las ascuas según veían que se iban a procurar o no su sardina electoral.

La gran tragicomedia vasca

Cuánta razón tenía La Lupe: “Teatro. Lo tuyo es puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro”. Aplíquese a cualquiera de los amenizadores de nuestra verbena interminable. Cada quien se sabe su papel y nos lo larga con la misma alegría con que los niños echan pan a los patos. Lo penúltimo -aquí nunca hay último- ha sido la epístola de Eguiguren a los corintios del que es, fue y será su partido, no lo ponga nadie en duda.Tocaba puñetazo encima de la mesa, rasgado limitado de vestiduras y apariencia de Quosque tandem, Zapatero, como si a estas alturas del camino a su debacle al interpelado se le fuera a descircunflejar la ceja por que lo llamen cobarde, gallina, capitán de las sardinas. Cosas peores le llaman en los corrillos de los comités federales. ¿Quiénes? Los mismos, empezando por el fariseo Bono, que se han lanzado a proclamar la gallardía del leonés amortizado.

Show must go on

Desengáñense los que han visto en la carta del presidente del PSE un nuevo acto de pundonor del héroe que se enfrenta a la corriente. Si fuera tal, hace tiempo que le hubieran dado la boleta, siguiendo las normas de la casa del puño y la rosa para con los auténticos disidentes. Esa descarga, convenientemente empapada de patriotismo español (¿o es que nadie ha leído el texto completo?), venía en el guion. El pie se lo había dado el mismísimo Patxi López al declarar, cual si se hubiera caído del caballo camino de la sala 61 del Supremo, que Sortu no es lo mismo que ETA, obviedad que adquirió tintes de esperpento cuando la repitió en gallego el ministro de Justicia español que había llevado a los jueces toda la papela que pretende demostrar lo contrario. ¿Y nadie manda parar la función después de un contradiós así? No; el espectáculo debe continuar.

Y continuó. El secundario de campanillas Basagoiti recitó su parte. La reacción previsible antes de que supiéramos que todo está más trucado que la Bultaco de un quinqui habría sido reclamarle a López que le devolviera el rosario de su madre y que se quedara con todo lo demás. Se conformó, sin embargo, con hacer una de sus gracietas –Batasortu, juas, juas- y fingir que le pedía a su socio que no se despiste, no sea que le vaya a dejar sin su trozo de la makila. Mientras, el proscrito Rufi Etxeberria, que no es ajeno a la tragicomedia y que no se deja preguntar en cualquier sitio, volvía al templo maldito del txori a explayarse tal y como tiene expresamente prohibido por mandato parlamentario rubricado por PSE, PP y la comparsa unipersonal UpyD. ¡Telón!

Mamá, quiero ser juez estrella

Tuvo que sudar mucho Arnaldo Otegi antes de poder colar, in extremis y con calzador, la frase que todo el mundo lleva pidiéndole prácticamente desde que tiene significación pública. Casi en la prórroga de su juicio y más como gol de la honrilla que de la victoria, el preso número 8719600510 pudo decir: “Nosotros rechazamos el uso de la violencia para imponer un proyecto político”. Si las cosas hubieran sido como nos venían guionizando, los teletipos deberían haber empezado a ulular y hasta la CNN lo tendría que haber sobreimpresionado en pantalla bajo el consabido epígrafe Breaking News. Pero no pasó nada. El juez-stopper García Nicolás, que en las dos jornadas de declaraciones se había empleado a fondo para evitar ese momento, se recompuso y pitó el final del partido, o sea, el visto para sentencia. Cada mochuelo a su olivo. Otegi, por supuesto, a Navalcarnero.

En algún sitio leí que en los asientos destinados al público, además de las hinchadas correspondientes (especialmente animoso el fondo sur esta vez), había unas decenas de estudiantes de Derecho de la universidad de Salamanca. A poco que se hayan aplicado, habrán aprendido que estas mediáticas vistas orales no son como se plantean en las pizarras de los abogados -y menos, en las de los periodistas- y que el papel del árbitro es determinante. Si, como fue el caso, el trencilla viene dispuesto, motu propio o convenientemente aleccionado, a convertirse en el protagonista del partido, no hay nada que hacer. El juego irá por donde él decida.

El tamaño del ego

Hay que admitir que el héroe de este derby jurídico-político (tachen el adjetivo que no proceda) ha sido el presidente del Tribunal, Fernando García Nicolás. Con maneras calcadas de House o Mourinho, el dueño del mazo ha conseguido eclipsar al cabeza de cartel, Otegi, que sólo a fuerza de pundonor y tozudez elgoibartarra acertó a colocar su frase en el alegato final. Peor parado aún salió la involuntaria Guest Star, Jesús Eguiguren, a quien su ácida señoría llegó a tratar de mindundi o asimilado a tal. Otro con menos paciencia se habría acordado de los ancestros del juez cuando éste sugirió que le habían dado la presidencia del PSE en una tómbola.

Acostumbrados a supernovas llamadas Garzón, Marlaska, o Bermúdez, o a la inenarrable Ángela Murillo del “por mi, como si pide vino”, ya no nos sorprenden estas salidas de pata de banco con toga. Si en otras profesiones exigen a los aspirantes una estatura mínima, a los jueces y juezas deberían pedirles una talla máxima de ego.