Irene Montero se retrata

Cantemos con música de La cabra mecánica: Sororidad, qué bonito nombre tienes… Los del plan antiguo que no sepan qué diablos quiere decir el palabro pueden recurrir al clásico sobre quienes presumen de lo que carecen. Y si quieren ponerle rostro, ninguno como el la ministra española de Igualdad, Irene María Montero Gil. La de veces que habremos visto a la doña de Galapagar dar la caca sobre la necesaria solidaridad elevada al cubo entre mujeres —ese es el significado de la arriba mentada sororidad— o llamando a sus compañeras de sexo a la denuncia de los micro, maxi y megamachismos, ¿verdad?

Pues vaya con la señora, que ante la jugarreta de sus conmilitones para expulsar a la disidente de Podemos Teresa Rodríguez de su grupo parlamentario en Andalucía aprovechando que estaba de baja por maternidad, ha espetado que la política no se para por esas cosas y que ella ha tenido dos embarazos y dos partos y ahí ha seguido, como decía el bajito de Ferrol, al pie del cañón. Imposible no recordar a otra pregonadora de consignas requetemoradas que no son de aplicación propia, la tal Leticia Dolera, que despidió a una actriz de la serie que dirigía porque se había quedado embarazada. Y lo más desazonador de todo, aunque ya no sea sorpresa, es el silencio cómplice de las abanderadas de la ortodoxia de género.

Dolera, dolerizada

Qué gran historia, la de la campeona sideral del activismo de género Leticia Dolera, a la que la actriz Aina Clotet acusa de despedirla de la serie que dirige por haberse quedado embarazada. Sí, de nuevo el clásico del cazador cazado, de las virtudes públicas y los vicios privados, del lirili que no va acompañado de lerele o, para no eternizarnos, de la doble moral cutresalchichera que gastan los abanderados de las nobilisímas causas. De acuerdo, no todos, pero sí muchos de los de primera línea de pancarta y megáfono como la susodicha. Lástima que nos vayamos a quedar sin saber qué diría la tal Dolera de cualquier abyecto ser humano heteropatriarcal que hubiera osado actuar como ella misma lo ha hecho.

Entre lo gracioso, lo tierno y lo brutalmente revelador, la atribulada latigadora puesta en evidencia trata de explicarse y pide que no se la juzgue a la ligera y que se comprenda que hay motivos para su decisión. Qué diferente de las ocasiones en que es ella la que enarbola la antorcha sin dejar lugar a nada remotamente parecido a la presunción de inocencia ni a los matices. Signo, de todos modos, de estos tiempos en que la mediocridad profesional se suple, como es el caso palmario, metiéndose a paladín de la justicieta chachipiruli. A santo de qué íbamos a conocer a la individua, si no es por esos berridos que ahora se le vuelven en contra. Lo tremebundo es que si no hubiéramos perdido el oremus y nos sacudiéramos el miedo a ser vituperados, en este asunto concreto seríamos capaces de ver que lo que ha hecho Dolera con Clotet no es ningún ataque a la igualdad, sino una decisión profesional llena de lógica.